Javier Sierrra: ''Se ha creado una cultura del mínimo esfuerzo''

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El único autor español contemporáneo que ha logrado situar sus novelas en el ‘top ten’ de los libros más vendidos en EE.UU. invita ahora a los lectores a hacer un viaje único por las salas de uno de los mejores museos del mundo.

Ya está en la calle su última novela, ‘El maestro del Prado’, la más madura de las que ha escrito hasta ahora.

Efectivamente, uno va perfeccionándose según va avanzando el tiempo y esta novela tiene un momento muy bueno. Llevo implicado en cuestiones vinculadas al mundo del arte desde hace 15 años y esta obra recoge toda esa fascinación y la concentra en un punto tan importante y tan denso como es el Museo del Prado.

¿Y por qué, precisamente, el Museo del Prado como escenario?

Quería demostrar a mis lectores que no es necesario irse a un escenario exótico o alejado para encontrar misterio y elementos para formularnos grandes preguntas. En ese sentido, el Museo del Prado se me ha antojado el cómplice perfecto para esa constatación, porque allí se encuentran obras que en realidad son libros y que abarcan un periodo de la historia de este país muy importante, y me refiero, sobre todo, a esa época en la que España fue el ombligo del mundo y donde todo arte y toda política de gran alcance se hacían desde aquí.

En el libro va desgranando las profecías que hay detrás de cada cuadro, desconocidas para muchos.

Lo que yo he intentado es bucear en el arte primordial. En realidad, el arte, la pintura, se inventa en España hace 35.000, años en las cavernas del norte de la Península Ibérica. Esa pintura nunca tuvo un fin estético, decorativo ni de carácter político. Son pinturas que tenían un sentido trascendente, espiritual: creían que les permitían contactar con el otro mundo. Esa intencionalidad la he encontrado en los grandes maestros del siglo XV, XVI y XVII. Lo que a mí me ha obsesionado para construir ‘El maestro del Prado’ es tratar de descubrir si existe una correa de transmisión entre esos orígenes de la pintura y estos grandes maestros.

Porque usted defiende que el arte tiene una función espiritual.

Absolutamente, ¡nace con esa función! Nuestros antepasados entendían que el arte es la capacidad para hacer visible lo invisible, ellos creían que era capaz de conducirlos a otros mundos. Lo interesante es que ese arte sufrió una evolución hacia lo estético y cuando llegamos al siglo XX, con los modernismos, perdimos esa conexión con ese sentido originario. Son pocos, aunque los hay, los artistas que todavía siguen manteniendo ese sentido original, como es Pablo Picasso.

¿Y ese maestro del Prado, cuánto tiene de real?

La chispa de esta novela prende a partir de un episodio real, autobiográfico. Tuvo lugar en 1990 cuando yo llegué a Madrid para comenzar mis estudios universitarios. Tuve un encuentro casual con un señor mayor dentro del Museo del Prado, que se ofreció a guiarme por algunas obras, que no eran las más famosas, y a explicarme pequeños detalles de las composiciones pictóricas que yo no podía haberme imaginado. Aquello me causó una gran impresión y tomé nota en mis diarios de ese encuentro. Han sido más de 20 años más tarde cuando, repasando esas notas y reflexionando sobre mi vinculación con el Museo del Prado, decidí convertir a aquel anónimo guía en el personaje principal de mi novela. Es una obra de intriga, de misterio, pero todos los elementos con los que se construye esa trama están muy documentados. Es más, he decidido hacer con esta novela algo que no hace ningún novelista que es incluir, al final de la obra, casi un centenar de notas donde se especifican las fuentes de información de las grandes afirmaciones incluidas, para que aquel que quiera seguir su propia búsqueda del maestro del Prado y de sus enseñanzas pueda hacerlo.

¿’El maestro del Prado’ puede ser una guía alternativa para los visitantes del museo madrileño?

Sí y no. Puede ser utilizado como guía para fijarnos en pinturas que hasta ahora ocupaban un papel secundario en una visita tradicional, pero sobre todo lo que busca es un cambio de actitud a la hora de entrar en una pinacoteca. Nosotros cometemos el error de ir a una institución como El Prado para ver el museo. Pasamos todo el día intentado ver la mayor parte de los cuadros y salimos con un gran empacho iconográfico sin haber entendido gran cosa. Lo que yo propongo es ir a ver ciertas pinturas del museo. Invito a que ese visitante se ‘caiga’ dentro de esa pintura.

¿Qué cuadro le ha sorprendido más?

El que nunca deja de sorprenderme, sobre todo cuando lo veo in situ, es ‘El jardín de las delicias’, del Bosco. Es un cuadro tan rico, y tan lleno de pequeños detalles que cuando uno se aproxima y se fija en las pequeñas cosas descubre que es un cuadro de cuadros. Está lleno de miles de escenas capaces de cambiarte el estado de ánimo.

Se ha encontrado con que algunos de estos pintores de los que habla en su obra tenían incluso poderes sobrenaturales

Bueno, tenían actitudes ‘mediúmnicas’, como es el caso del Greco, que fue muy amigo de un monje visionario del que aprendió ciertas técnicas de lo que se llamó arrobamiento místico. Quizá eso explica el porqué de esas pinturas tan peculiares. Pero también tenemos el caso del Bosco. El surrealismo de algunas de sus pinturas parece ser fruto de alguna visión interior, de algún trance. De hecho, él militó en una secta que propiciaba estados alterados de conciencia. El Bosco tuvo acceso a otras parcelas de la percepción humana que no son las habituales.

¿Cuántas veces ha visitado el Museo del Prado?

Incontables, pero durante la elaboración de esta novela han sido muchas y muy intensas. He tenido la suerte de vivir cerca del museo estos dos últimos años para elaborar la novela y las visitas han sido casi diarias.

¿Se sentiría satisfecho si sus lectores, tras leer la novela, fueran capaces de acercarse al Museo del Prado y verlo con otros ojos?

Ese sería el gran premio, el conmover tanto al lector que tenga la necesidad de acudir a visitar el original de esas pinturas y que vaya con la mente abierta y con la percepción de querer emocionarse porque así recuperaría el espíritu original de la pintura. Si esto se logra en un siglo tan aparentemente mecánico como es el XXI se habrá logrado algo importante.

El arte no llega todavía a mucha gente.

Hemos creado una cultura donde el espectador o el receptor parece que tiene que hacer el mínimo esfuerzo posible y el arte requiere un cierto esfuerzo, una contemplación, no acudir a un museo con la misma actitud que tenemos al entrar en un supermercado. Hay que cambiar esa filosofía. Si conseguimos devolver una pizca de concentración al ser humano del siglo XXI estaremos haciéndole un gran favor porque lo resituaremos en el justo punto que debe tener cualquiera de nosotros, que es equilibrar la materia y también despertar el espíritu. Eso es precisamente lo que nos diferencia del resto de animales.

DE CERCA

  • Lugar y fecha de nacimiento

Teruel, 11 de agosto de 1971.

  • Inicios

Desde temprana edad se sintió fascinado por el mundo de la comunicación: a los 12 años conducía su propio programa radiofónico en Radio Heraldo y a los 16 años colaboraba regularmente en prensa escrita. Con 18 fue uno de los fundadores de la revista Año Cero y, a los 27, accedió a la dirección de Más Allá de la Ciencia.

  • Investigación

Durante los últimos años ha concentrado buena parte de sus esfuerzos en viajar e investigar los enigmas del pasado y misterios históricos, aquellos supuestamente nunca aclarados por los estudiosos más ortodoxos.

Desde hace años trabaja, acompañado de expertos nacionales e internacionales como Graham Hancock y Robert Bauval, en el estudio de la existencia de una supuesta edad de oro de la humanidad, que debió extinguirse unos 10.500 años antes de esta era y que fue el origen de todas las civilizaciones.

«Ser escritor es ser un periodista fermentado»

¿Cuánto hay de su faceta de periodista en la de escritor?

A mí el periodismo me ha enseñado a hacer preguntas y la literatura, a encontrar respuestas, por lo tanto son facetas complementarias. Yo sigo siendo periodista cuando documento un libro, pero luego está la faceta de escritor, en la que yo dimensiono toda esa información y le doy volumen. Ser escritor es ser un periodista fermentado.

Es el único autor contemporáneo que ha logrado situar sus novelas en el ‘top ten’ de los libros más vendido en EE.UU., todo un lujo.

En EE.UU. ha habido un reconocimiento público mayor que en España, donde ha tardado más en llegar, aunque ahí está también. En EE.UU. tienen una gran admiración por la cultura europea y nosotros, que vivimos en ella, no nos damos cuenta de lo que tenemos.

Apasionado del misterio donde los haya, ¿qué suceso sin resolver le conmueve especialmente?

El que me ha apasionado siempre es el que tiene que ver con la vida y con lo que viene después. Aunque últimamente también me preocupa lo que había antes de la vida, donde estábamos y a dónde vamos cuando nos marchamos de este mundo. Actualmente estamos en el paréntesis entre ambas incógnitas y no nos damos cuenta de ello, o no queremos.

En España la fama se la dio ‘Crónicas marcianas’, ¿qué significado tiene Javier Sardá en su vida profesional?

Sardá me enseñó las claves de la televisión. Aunque él hacía un programa con contenidos que a mí no me interesaban en exceso, sí que me enseñó como contar una historia y como mantener la atención del espectador. En este sentido fue un buen maestro.

¿E Iker Jiménez?

Es como mi hermano, un compañero de viaje, con unas inquietudes que yo diría son idénticas a las mías. Es una persona a la que me siento orgulloso de conocer.

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