'A jalerna' explosiva

El oleaje puede mover tanto los espigones como las coordenadas de los partidos. Foto: ESTEBAN COBO / EFE
photo_camera El oleaje puede mover tanto los espigones como las coordenadas de los partidos. Foto: ESTEBAN COBO / EFE

EN EL BAR que se asoma al puerto de Foz entraban y salían periodistas. La discusión con los clientes habituales giraba en torno a los temporales que se han instalado entre nosotros. Fue el pasado lunes, el día en que aparecía en esta misma contraportada en una foto junto a José Bono. Acodado en la barra alguien me miró fijamente, pero no como esos que te reconocen de verte en la tele. Había algo diferente en su mirada. Me repasó de arriba a abajo antes de dejar un ejemplar de El Progreso sobre una mesa y salir. ¿Se acuerdan de esas películas en las que un fugitivo ve su retrato en la portada de un periódico que ojean en el metro? Pues más o menos.

Como por allí no apareció ningún policía me sumé a la conversación que mantenían mis colegas con los habituales del bar, opinando sobre tanto temporal y tanta ciclogénesis.

-Aquí sempre lle chamamos jalerna- dijo alguien en voz alta.

-Pues los expertos hablan ahora de ciclogénesis explosiva- rebatió un colega de la radio.

-Pois iso, unha jalerna explosiva.

Me quedé con la copla y me fui al puesto de directo del telediario

-...«esta ciclogénesis explosiva que aquí siempre han llamado galerna...»

Y ya se lio. Que si una galerna solo puede ser en verano, que no puede ir asociada a otros frentes, ni repetirse tanto. El asunto lo reactivó Carlos del Amor al citarme en una de sus piezas creativas para la segunda edición del telediario y hasta en El Progreso empezaron a polemizar sobre si es galerna o ciclogénesis, que parece aquello una discusión entre seguidores de la orquesta Panorama y la París de Noia. Lo último que sé es que se ha montado un club de debate al que se asoma también el director Lois Caeiro exhibiendo conocimientos atmosféricos.

Ya sea galerna o ciclogénesis, lo cierto es que las perturbaciones isobáricas parece que también tienen su efecto en la política, donde estos días discuten acerca de si hay vida a la derecha del PP, que entre que Esperanza Aguirre asegura que Montoro es socialista y que Mayor Oreja se desmarca por la diestra, cualquier día resulta que tenemos un gobierno de izquierdas.

No hay que olvidar que hace poco Mayor Oreja sostenía en una entrevista que el franquismo era una época donde la gente vivía con extraordinaria placidez, que me da a mí la impresión de que exageraba algo. Pero no siempre fue así, que también era sosegado en el hablar.

Un día de galerna el Real Madrid fue a jugar Atocha. Era a principios de los ochenta y los donostiarras disputaban la Liga a los blancos, a los que se la arrebataron de hecho en dos ocasiones. Y allí estaban Ormaechea y Boskov en los banquillos, y Kortabarria dándole cera a Juanito, y Camacho percutiendo contra Satrústegui. Mayor Oreja era entonces el líder de Alianza Popular en el País Vasco y asiduo de Atocha, adonde solía acudir con su hijo. Ese día, una fila más abajo, un exaltado no cesaba de levantarse y maldecir

-¡Madrileños hijosdeputa, que solo venís a robar!

Y ahí seguía el tío, volviéndose a levantar a cada acción polémica.

-!Y el árbitro ha venido con ellos en el autobús. Para robar, como siempre han hecho aquí los de Madrid!

Mayor Oreja se giró entonces hacia su hijo y le dijo;

-Ves?, estos son los problemas del nacionalismo...

Aun no había acabado la frase cuando el aficionado en cuestión se giró hacia atrás para acomodar la almohadilla en su asiento y Mayor Oreja se quedó pálido, sin reaccionar, cuando su hijo le dijo.

-Pero, papa, si es de los nuestros!

El PSC y los M. Python

Los vientos sacuden también al PSC, donde una sección quiere apoyar el referéndum soberanista pero para votar que no. A mí me recuerda a aquella escena de ‘El sentido de la vida’ cuando un burgués protestante se mofa de los 40 hijos que tiene un humilde obrero católico porque su religión le impide tomar precauciones antes de hacer el amor, al contrario que ellos. Su mujer, que calceta en una mecedora, le dice sorprendida: «Y entonces por qué no lo hacemos nunca?»

-«Esa no es la discusión, cariño. El caso es que si queremos podemos decidir hacerlo».

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