A jalerna explosiva (y 2)

Arsenio Fernández de Mesa y su peinado antigalérnico.
photo_camera Arsenio Fernández de Mesa y su peinado antigalérnico.

COMO ya estaba poco dividido nuestro país entre carloboyeristas y pedroalmodovaristas, ahora resulta que han cuajado dos nuevas categorías de españoles; los ciclogenésicos y los galérnicos, casi al modo de los apocalípticos e integrados de los que hablaba Umberto Eco en los ochenta. Ni que decir tiene que yo soy más de los galérnicos, aunque solo sea por mi modesta aportación a este debate científico y porque no veo a Gento rebautizado como ‘el ciclogenésico’, que los de mi quinta siempre le llamamos la ‘galerna del norte’.

Desde que en mala hora se me ocurrió comentar en directo para el telediario lo de ‘la ciclogénesis que aquí en el Cantábrico toda la vida llamaron una galerna’ he asistido alucinado a comentarios sobre la polémica retuiteados desde El País, un debate en Onda Cero moderado por Carlos Herrera, una reposición de Nodos sobre las antiguas galernas y hasta una explicación a lo Barrio Sésamo con nuestro paisano Martín Barreiro aclarando las diferencias entre ambos fenómenos en la información del Tiempo de la 1.

Como decía, y a pesar de todo, nadie me apea ya de mi ‘galernismo’. Con lo máximo que puedo transigir es con lo de modificar la ‘gheada’, llamarle galerna en vez de jalerna, que es cierto que en el norte de Lugo no la utilizan mucho. Pero es que como yo me crié en Pontevedra y aquí es habitual, siempre me hago un lío desde que en el instituto un compañero me decía señalando un camión de reparto; «Fortes, ahí ven o de jaseosas Feigóo», o «Fortes, Jalicia está godida», y así no hay quien se aclare, que aún se me escapa de vez en cuando un ‘conyugue’ en vez de conyuge y cosas por el estilo.

De todas formas sería conveniente que el debate semántico o lingüístico no nos aparte del fondo de la cuestión, los temporales y sus efectos más allá de lo meteorológico. Estos últimos días de relativa calma en Galicia (el martes no llovió de seis a siete) las isobaras se han desviado hacia Ceuta con un dramático efecto en la inmigración. Arsenio Fernández de Mesa, director general de la Guardia Civil, se ha visto obligado a desplazarse hasta allí para, bajo la amenaza de querella colectiva a toda la humanidad, defender la decisión tomada con un grupo de inmigrantes ilegales que llegaban por mar, señalizando el camino de vuelta con pelotas de goma, que a fin de cuentas algo de experiencia en esas soluciones tiene.

Siendo delegado del Gobierno en Galicia, cuando lo del Prestige, alentó la decisión de alejar el buque hacia ‘el quinto pino’, aunque en las cartas náuticas no aparecían tales coordenadas y así pasó lo que pasó.

Por cierto que en ese puesto como delegado gubernativo su antecesor hizo famosa la expresión ‘desplazamiento de la masa manifestante’ para referirse a lo que toda la vida se llamó una carga policial; vamos, como en el caso de la galerna y la ciclogénesis, y debió quedarse el hombre con la copla.

Porque Fernández de Mesa es toda una autoridad en cuestiones de seguridad y también en asuntos náuticos y navales. Una de sus mejores tardes de gloria la ofreció como diputado de la comisión de defensa al preguntar a José Bono, ministro por entonces, si los barcos de la Armada que iban a colaborar en un bloqueo internacional en el Golfo Pérsico llevaban armas o no, porque era una misión de paz. Bono le contestó algo así como que «lógicamente iban armados porque eran barcos de la Armada, o qué esperaba que llevasen, cajas de chorizos cantimpalo o botes de gomina?», que no sé muy bien porqué utilizó justo este último término, pero no me extrañaría que fuese porque a este hombre no lo despeina ni el viento de una galerna.

Honor y vergüenza

Honor en el vestuario granate. Vergüenza en la última asamblea del Pontevedra, que fue digna de haber sido filmada para escarnio de la ciudad. Sobre los despojos de lo que un día fue una institución grande y respetada se escenificó la decadencia más absoluta, en la que junto a los que buscan de manera sincera el saneamiento y reconducción del club merodean al acecho supuestos granates de nueva hora junto a buscadores de fortuna y escasa reputación. Ya lo decían los historiadores: a Roma no la destruyeron los bárbaros sino los propios romanos.

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