Becker, el genio oculto

El Festival de Cine de San Sebastián recupera la figura del gran director francés dentro de su sección retrospectivas. Un merecido homenaje a una figura no del todo conocida
Imagen de un rodaje
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EN UNA cinematografía como la francesa, exultante de prodigiosos talentos y de nombres a lo largo de toda su historia, que van desde los mismos inventores del cine, como fueron los hermanos Lumière, hasta un director actual como François Ozon, muchos otros se ven arrinconados, orillados en la confirmación no tanto de la crítica como del público como parte de ese firmamento de directores. Es por ello que entre los intersticios que permiten las aplastantes presencias de directores como Meliés, Abel Gance, Jean Renoir, Jacques Tati, Robert Bresson, Jean Pierre Melville, François Truffaut, Jean Luc Godard, Jacques Demy, Jules Dassin, Eric Rohmer o Bertrand Tavernier —por no plantear aquí un listado interminable—, surgen otros directores, con trayectorias más cortas —en algunos casos—, pero que en sus trabajos se vislumbra una capacidad singular para desarrollar una película desde todas sus compontes visuales y temáticas. Uno de ellos es Jaques Becker (París, 1906-1960) al que el Festival de Cine de San Sebastián dedicará una completa retrospectiva en la que se exhibirán sus trece largometrajes, realizados entre 1942 y 1960. Una corta filmografía pero entre la que se encuentran títulos capitales dentro del devenir del cine francés, no solo por su importancia per se, sino por su papel como parte de la evolución del cine galo y su influencia en directores de ese momento clave en el cine mundial como fue la Nouvelle Vague.


Entre el 16 y el 24 de septiembre San Sebastián y su prestigioso festival, planteado no solo como una pasarela de estrellas, sino como una oportunidad para estudiar apartados de la historia del cine, ofrece la lucidez suficiente como para detenerse en figuras olvidadas, o por lo menos no lo suficientemente estudiadas lo que permite, no solo a través de la revisión de sus películas, sino mediante la confección de un libro coordinado por Quim Casas el mejor conocimiento de nombres como el que nos ocupa en esta ocasión, un Jacques Becker que llegó al cine de la mano del gigante Jean Renoir, al que conoció en la casa del pintor Cézanne, ya que ambos eran amigos del hijo del pintor provenzal y de cuya unión solo podían surgir cosas buenas.


Participó como ayudante de dirección de numerosos trabajos de Renoir en los años treinta, ‘Un día en el campo’ (1936), ‘La gran ilusión’ (1937) o ‘La Marsellesa’ (1938), entre otros, imposible no aprender el oficio junto al gran maestro y participando de estos hitos del cine francés. Pero Jacques Becker quiere volar solo y así se lanza a la dirección, tras dos pequeñas películas su debut oficial será con ‘Dernier atout’ (1942), una historia sobre la investigación de un asesinato en una ciudad imaginaria de América del Sur. En esos años cuarenta filmará cuatro películas más ‘Goupi mains rouges’ (1943), ‘Falbalas’ (1943), ‘Antoine et Antoinette’ (1947) y ‘Rendez-vous de juillet’ (1949), en las que irá afianzando su peculiar mirada depurando unas formas que huirán del cine más convencional y transitarán por una modernidad que alabaron los miembros de la Nouvelle Vague, salvándolo de entre los directores de la postguerra y colocándolo a la altura de los Renoir, Cocteau, Melville, Ophüls o Bresson. Su creación de atmósferas, el detalle a la hora plantear la puesta en escena iban siempre en función no solo de una experiencia visual sino en la instropección psicológica de sus personajes, algo que fascinó al propio Truffaut y que podría ponerse en relación con la configuración de su mítico Antoine Doinel. Comedias, melodramas, cine policial, aventuras exóticas, biopics o una película carcelaria muestran la diversidad de su cine, incapaz de ser adscrito a una corriente concreta ofreciendo en ese puñado de películas un cine tan diverso como rico en matices.

Los años cincuenta nos trajeron sus obras maestras, películas instaladas en todas las listas del mejor cine francés como son ‘París bajos fondos’ (1952) y la que sería su última película, estrenada un mes después de su muerte ‘La evasión’ (1960), entre ambas títulos como ‘Ali Babá y los 40 ladrones’ (1954), ‘No toquéis la pasta’ (1954), ‘Rue de L’Estrapade’ (1953), ‘Las aventuras de Arsene Lupin’ (1957) o ‘Los amantes de Montparnasse’ (1958) evidencian su capacidad para deslizarse por los géneros más diversos y hacerlo siempre de manera efectiva.

El 21 de febrero de 1960 fallece y sus restos reposan desde entonces en el mítico cementerio de Montparnasse. Sus dos hijos, Jean Becker y Étienne Becker, también estuvieron vinculados al cine, el primero como director y el segundo como director de fotografía. Todo esto se condensa en esos 18 años y 13 películas con los que se reclama desde el Festival de San Sebastián su papel real dentro de la cinematografía francesa, o lo que es lo mismo, dentro de la historia del cine en la que permanece instalado gracias películas como ‘París bajos fondos’, una historia de amor trágico que contó con la maravillosa interpretación de Simone Signoret —una de las mejores de su carrera— en el papel de una prostituta, Casco de oro, conocida así por su pelo rubio, y que nos traslada al París de principio de siglo XX.

Toda una obra maestra que se mueve en esa gran preocupación del director como es la de mostrar las esencias y el carácter volátil de los sentimientos en la vida humana. «No quiero demostrar nada, excepto que la vida es más fuerte que todo lo demás», afirmó el director. Pero es su última película, ‘La evasión’, la que concita la mayor unanimidad en torno a ella, la que se coloca siempre en la cima de su cine, y que lamentablemente no pudo ver terminada. Una película considerada una referencia dentro del género de huidas carcelarias y con la que muestra toda su maestría a la hora de dirigir y de ofrecer planos absolutamente sorprendentes.

Su otra gran película de ese momento de madurez es el biopic sobre la figura del pintor Amadeo Modigliani, ‘Los amantes de Montparnasse’, en la que se recrea parte de la vida del pintor bohemio dentro del ambiente parisino de artistas y marchantes, y en la que la presencia del alcohol y su adicción, así como su amor por la que fue su modelo en numerosas obras, Jeanne Hébuterne, marcaron una vida en la que el éxito y el reconocimiento necesitó de su muerte para generar su condición de gran artista.

Desde el Festival de San Sebastián se plantea, conjuntamente con la Filmoteca Española, un redescubrimiento, el del genio oculto, el de un talento clave en la línea cronológica del cine francés en la que ocupó un corto espacio de tiempo pero, a la vista de los títulos aquí citados, de una gran relevancia. Iniciativas de este tipo que revisan su trayectoria a partir de lo realmente importante, como son las películas, exhibidas en una pantalla de cine, son un gran avance para el mejor conocimiento de los grandes nombres del cine, aquellos que por diferentes razones no ocupan el lugar que realmente les corresponde.

Jacques Becker nos dejó un importante legado que todos nosotros toca honrar, en primer lugar conociéndolo y en segundo lugar visionando unas películas con las que entenderemos ese papel destacado. Muchas de sus películas está editadas en DVD, ojalá estas líneas les animen a descubrir a ese genio oculto llamado Jacques Becker.

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