HASTA CIERTO punto se entiende que los minúsculos (o no tanto) concellos gallegos se resistan a la fusión; todos tienen su orgullo y prefieren ser cabeza de ratón que cola de león. La cacareada necesidad de agruparse emanada de la Xunta se quedó en un amago uniendo Oza dos Ríos y Cesuras. Pero una cosa es que se comprenda y otra que sea posible sostener la fragmentación, dado que el presupuesto de la mayoría alcanza poco más que para pagar al personal y otros gastos corrientes, con servicios cuasi nulos. Hay casos como el de Negueira de Muñiz, el menos poblado de la comunidad (poco más de 200 vecinos), que ingresa anualmente 240.000 euros del embalse que anegó el municipio, y el alcalde defendía anteayer en este periódico el derecho de autogestión. Da para ir tirando. Otros no tienen ni para pipas; la situación es insostenible y lo será todavía más. Los ayuntamientos con menos de 2.000 habitantes son ya 106 (de 314), cuando hace 33 años (ayer) eran solo 22, indicativo del acelerado ritmo de degradación, no solo poblacional, que también, sino de la calidad de vida de sus habitantes.
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