PUEDE que no sea determinante, pero el inmovilismo, sea político o sindical, en los cargos tiene mucho que ver con las malas prácticas que desestabilizan el sistema democrático. Se adquieren y se perpetúan vicios o descarríos que con una regeneración razonable no daría tiempo a que se gestasen. Pero su consolidación es consecuencia del conformismo y connivencia de quienes lo amparan, tanto o más que quienes se benefician. Cándido Méndez, por ejemplo, decidió (él) renunciar a la próxima reelección de secretario general de la UGT (todavía en 2016) después de veintidós años presidiendo la organización sindical sin la menor oposición, retando todas las crisis o contratiempos, siempre a su antojo. Casi otro tanto puede decirse de su colega de CC.OO. Fernández Toxo. Ninguno de los escándalos por corrupción surgidos en ambos liderazgos hicieron mella en su cuestionable gestión, aun a costa del deterioro y credibilidad de las formaciones. Nadie les tose, quizá porque si alguien que debiera hacerlo lo hace, sabe que su destino inmediato es el confinamiento.
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Redacción
16/mar./23
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