Hitler no se suicida en Berlín

Julio Barreiro en la actualidad.
photo_camera Julio Barreiro en la actualidad.

Forcarei, Lugo, La Orchila, tres etapas en la fabulosa vida de Julio Barreiro (I) «Hitler no se suicidó en el búnker de Berlín». No era la primera vez que escuchaba o leía una frase parecida. Desde el mes de abril de 1945 se han sucedido informes, hipótesis o simples especulaciones de personas que se niegan a creer la versión que hoy se considera la muerte oficial de Adolf Hitler y Eva Braun. Como la mayoría de los lectores, oyentes o espectadores, a lo largo de la vida hemos tropezado con muchas teorías alternativas sobre el fin de tan odiado personaje. En nuestro caso, las especulaciones se incrementaron a raíz de realizar el documental ‘Hitler, Garbo y Araceli’, donde se establecían como verdaderos algunos acontecimientos sobre el comienzo del fin del canciller alemán que hasta ese momento no pasaban de ser meras especulaciones. La principal de todas ellas era la participación de una mujer de Lugo, Araceli González Carballo, en las labores de espionaje de Garbo, el hombre que facilitó el desembarco de Normandía. En efecto, no era la primera vez que escuchaba la teoría; pero sí la primera en la que podía acceder al testimonio de una persona que aseguraba haberlo visto con vida fuera de Alemania en las semanas posteriores al mes de abril de 1945, el mes del hundimiento, el mes de su muerte oficial. Esa persona es Julio Barreiro Rivas y esta es su apasionante biografía.

«LA VERSIÓN PERSONAL escrita en el libro ‘La última hora’ por la secretaria personal de Adolf Hitler, señorita Traudl Junge, en donde cuenta su vida, no coincide con la realidad». Cuando Julio Barreiro habla o escribe sobre esa segunda vida del dictador nazi no lo hace desde la especulación, sino por su propia experiencia, por algo que le ocurre hace hoy sesenta y ocho años y que está dispuesto a recordar para los lectores de El Progreso y Diario de Pontevedra desde su Casa Grande de San Antonio de los Altos, en el estado venezolano de Miranda.

Su convencimiento sobre la veracidad de su historia le ha llevado a desafiar hace años al juez Baltasar Garzón para que abriese una investigación sobre su testimonio, «a él que tan interesado está en encontrar en parajes solitarios los muertos de las diferentes matanzas ocurridas en la dictadura de Francisco Franco y de la Segunda Guerra Mundial, esta historia debe de despertar en él un interés especial por estar ligadas las dos guerras».

Eran otros tiempos y Garzón se enfrentaba a causas de mayor cercanía para sus intereses, de modo que el reto de Julio Barreiro queda sin respuesta.

El hombre

El protagonista de esta historia nace en Cachafeiro, lugar del ayuntamiento pontevedrés de Forcarei, el 27 de septiembre de 1929. Es hijo de Francisco Barreiro Rivas y de Carmen Rivas Morgade, que originan el mismo cruce de apellidos que los del exvicepresidente de la Xunta de Galicia, Xosé Luis Barreiro Rivas, también nacido en Forcarei.

Julio suele decir de sí mismo que se gradúa en varias carreras por la universidad de Cachafeiro, antes de trabajar como cantero en compañía de sus tíos Francisco y Jesús.

Él no será el primer miembro de su familia que dé el salto a América. Un siglo antes lo había hecho un famoso militar que también alcanzó gran éxito entre las muchachas de Bogotá, pues allí se gana el título del Adonis de las mujeres.

-Guardamos parentesco con el coronel José María Barreiro, comandante de los Ejércitos Españoles en la Nueva Granada, en Colombia, cuando la independencia de América. Este coronel provenía de la familia Barreiro de Lugo, de donde vino mi abuelo, José Barreiro y Barreiro. Murió en la batalla de Boyacá, en la actual Colombia.

Julio Barreiro se siente profundamente gallego y venezolano, de forma que en sus sentimientos establece una comunión espiritual entre los dos pueblos:

-Siento dentro de mi sangre a todos los gallegos. Eso incluye a todos los ancestros: abuelos, bisabuelos, padres, hijos y nietos. Ahora bien, siendo estos mis sentimientos -recordando «os roídos xordos dos moiños e o cheiro das follas secas das carballeiras» -, Simón Bolívar Palacios y Ponte Blanco, también era gallego. Así lo dicen sus apellidos ancestrales: Andrade, Jaspe, Marín, Narváez y Ponte. Todos estos apellidos son originales de Coruña, donde están sus pazos y torreones ancestrales. En Elviña estaba el pazo de Pena Redonda, propiedad de la abuela de Bolívar, Petronila Ponte, la madre del padre del Libertador. Siendo así, por las venas de los gallegos corre la misma sangre y «todos somos a mesma cousa».

Aviones alemanes

Su padre está directamente relacionado con la construcción de varios aeródromos gallegos, ¿por qué se especializa en la construcción de aeropuertos?

Cuando estalla la Guerra Civil española, mi padre estaba en la Casablanca francesa. Yo solo era un niño de 7 años, pero recuerdo que a su llegada ingresa a trabajar en los campos de aviación. Como ingeniero cívico militar era el jefe de las obras de construcción de la región aérea gallega, que comprendía el campo de Rozas, en Lugo, donde estaba mi cuñado José Bilaboa. En este campo de aviación, trabajé un tiempo haciendo unos hangares con material alemán. También le ayudaba, siendo un niño, en los trabajos de replanteo con las banderolas. Trabajó en ese campo de Rozas, en el de Peinador de Vigo y en el de Lavacolla de Santiago de Compostela, que es donde él tenía su residencia y los talleres de sus tallas. Era una de las casitas que se encontraban situadas al lado del campo de aviación.

¿Ve aviones alemanes aparcados en Lavacolla? ¿Cuándo?

No podría precisar las fechas, pero lo cierto es que cuando era un niño, en varias ocasiones lo visito en Lavacolla y pude ver muchos aviones alemanes que según me dijo, estaban llegando de Alemania mandados por Hitler. Estaban aparcados en los terrenos adyacentes a la pista de aterrizaje, que entonces era de tierra granzada y apisionada, pues se empieza a pavimentar con concreto armado, al tiempo que se hacen los hangares. Recuerdo bien aquellos tiempos, porque mi hermano mayor, Pepe, era de la quinta del 42 y por miedo a que lo reclutasen para la División Azul, mi papá lo puso como voluntario de aviación en Santiago. En aquellos tiempos mi padre ya proyecta unas vigas de un duro aluminio venido de Alemania.

¿Le dijo algo sobre los aviones?

Me contó que en esos aviones habían llegado muchos alemanes que perdieron la guerra y como Hitler era amigo de Franco, tenían entrada libre en España. Cuando le pregunto: ¿Y por qué Hitler no vino en esos aviones?, me contesta: «Nadie lo sabe, porque el gobierno tan pronto llegan los alemanes, los protege en los cuarteles...Y de Hitler se dice que ya está muerto, aunque otros dicen que fue el primero en llegar a España… Lo que nadie sabe es dónde está, ni se sabrá nunca, porque está proscrito en todos los países a causa del holocausto».

¿Conserva algún objeto de su padre de aquella época?

Como mi padre tenía autonomía en todo el campo, un día me lleva a ver los aviones por dentro y me dice: «Puedes llevarte una de esas correas como recuerdo de la guerra». Se trataba de unas cuerdas gruesas que estaban en el techo del avión y en la espalda de los asientos. Servían de agarraderas para los soldados y él las tomaba para colgar sus cuadros en la pared. Mi padre me confiesa que los aviones ya estaban siendo desvalijados por los visitantes militares. Todos se llevaban algo como recuerdo de la guerra. En mi caso, conservo una cuerda de un avión nazi utilizado en la Segunda Guerra Mundial. Decían que estos aviones habían participado en el bombardeo de Gernika. Lo cierto es que yo estaba muy orgulloso de ver aquellos aviones, un privilegio al alcance de muy pocos.

Habla de los cuadros que realizaba su padre, ¿qué tipo de cuadros eran? Conozco el altorrelieve que ha realizado usted sobre la muerte de Bolívar, ¿son similares?

Mi padre defendía que el tiempo es oro y que no se puede perder en cosas banales, porque vivimos muy poco para disfrutarlo. Sus tiempos libres los utilizaba en la talla de maderas de roble y castaño. Todas sus pasiones culturales y artísticas las plasma en más de doscientos cuadros en alto relieve, de los cuales yo conservo aquí en Venezuela cuarenta cuadros, en su mayoría de motivos religiosos e históricos, como La muerte de Bolívar en bronce que adorna el salón de mi casa. En él invierto el tiempo libre de cuatro años de mi vida. Una parte de mis actividades aquí en Venezuela está ocupada por mis trabajos como escultor y decorador. Más de cuatro mil cuadros están actualmente colgados en restaurantes y casas particulares, así como muchos santos en distintas iglesias y un buen número de monumentos en calles y plazas. Entre ellos me gusta citar el de Rosalía de Castro, en el Centro Gallego de Maracaibo, y el de los Gaiteros de Soutelo de Montes. El primero de ellos me valió ser reconocido como Hijo Ilustre de Galicia.

Respecto a la obra de su padre, ¿se puede ver hoy alguna en Galicia?

Él recibe el título de Hijo Ilustre de Forcarei y en Cachafeiro, dentro del mismo ayuntamiento, está mi casa natal. La casa fue vendida y las obras de mi padre repartidas entre los cinco hermanos. Mis tres hermanos que estaban en España ya murieron. Solo tengo una hermana aquí en Venezuela, pero también muchos sobrinos que viven en Madrid, Burgos, A Coruña y Vigo. A un buen periodista se le hará fácil localizarlos.

Una relación más completa de la obra firmada por Julio Barreiro, o su alter ego de Farandulo, debe incluir la construcción y decoración de las mejores discotecas de Venezuela de los años setenta, una actividad que lleva a cabo no solo en Caracas, sino también en Maracaibo, Calabozo, Puerto Cabello, Santa Teresa, Turmero, Los Teques, San Antonio de los Altos, Ciudad Bolívar, Barcelona, Valencia y Acarigua. «Muchas de ellas se encuentran hoy en servicio», afirma orgulloso su autor.

Entre los monumentos, además de los citados, son suyos el dedicado a San Salvador de Paúl, en las minas del diamante de Canaima y los de Simón Bolívar, en varias plazas de la Guardia Nacional de Venezuela; obras que le valen la distinción de Ciudadano Honorable. Asimismo, en 1980 promueve un comité en la Hermandad Gallega de Venezuela, para recaudar los fondos necesarios con el fin de levantar en Galicia un monumento a los gaiteros de Soutelo de Montes, liderados por Avelino Cachafeiro, «a quien conocía de los tiempos del Changüí». Por otra parte, Barreiro y Castor Cachafeiro levantan otro monumento dedicado a los gaiteros en San Antonio de los Altos, donde reside el primero de ellos.

El cantero

Vámonos en busca de Hitler. ¿Cuándo comienza a trabajar con sus tíos?

Tendría yo unos once años cuando viajé por primera vez con mis tíos a Lugo. Calculo que sería en torno al año 1940.

¿Cómo fueron aquellas primeras jornadas? ¿Las recuerda?

Llegamos a Lugo y nos desplazamos a Sarria en tren, y a Samos en autobús. Al otro día muy de mañanita, comenzamos el resto del viaje a pie, atravesando montañas hasta un pueblito llamado Cereixido.

¿En Cereixido establecen su centro de operaciones?

Sí, más o menos. Desde allí nos desplazábamos por las montañas lucenses a pie. A Val do Mao, O Incio y Lousada y a muchos otros pueblitos de los cuales no recuerdo el nombre en estos momentos. En otra ocasión, nuestro centro de trabajo fue en Triacastela y Sanxil, pero lo cierto es que nuestro centro principal, siempre fue Samos.

Mis tíos siempre me decían que eran amigos del abad del convento.

¿Qué tipo de obras realizan en la provincia de Lugo?

Todo tipo de trabajos de piedra: casas, palleiras, cercas y todo lo que se presentaba. Obras sin gran importancia. Durante temporadas de ocho a diez meses. Nuestro peregrinaje era constante. Según dice el refrán, Lugo es tierra de nabos, Coruña de pescadores, Pontevedra de canteiros y Ourense de afiladores. Las casas que existen en los pueblos de Lugo están construidas por los canteros de Pontevedra.

¿Dónde puede haber hoy casas que usted ayuda a levantar?

En muchos sitios. Recuerdo los lugares de forma desordenada: Sarria, Láncara, Samos, Val do Mao, O Incio, Cereixido, Lousada, Sanxil, Leixido, Córneas, Cebreiro, Pedrafita, Triacastela.

¿Eran muy duras las condiciones de vida?

Imagínese. Las casas que construíamos estaban muchas veces en medio de la montaña y no bajábamos de ella hasta tenerla terminada.

Ni había las facilidades de desplazamiento que hay hoy, ni podíamos perder tiempo en idas y venidas, de modo que allí dormías, casi en descampados cuando todavía no tenía techo, oyendo los lobos o cayéndote la lluvia.

Pero un día llega una buena noticia...

Así es.

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