Historia y sueños escritos en piedra

Fuente de Os Pelamios, junto a la estatua de Xosé Diaz Jácome. (Foto: José Mª Álvez)
photo_camera Fuente de Os Pelamios, junto a la estatua de Xosé Diaz Jácome. (Foto: José Mª Álvez)

DICEN QUE Mondoñedo está en decadencia, como el latín y las humanidades. El cierre del Seminario Santa Catalina es el paradigma de este tremendo drama. Los agoreros pronostican que la vieja capital de provincia solo sobrevivirá si censa a todos sus santos, pero se equivocan. Aunque solo queden las piedras, sus estrechas calles y sus antiguas casonas sustentan un legado histórico y un imaginario literario que hechizan a las gentes y la hacen eterna. Realidades y leyendas se mezclan para cautivar el espíritu de los paseantes y convierten a la ciudad en un arquetipo del mito del eterno retorno. Porque a Mondoñedo volvemos siempre las gentes del norte gallego para rendir pleitesía a nuestra antigua capital y recrearnos con la esencia de nuestra historia vital y cultural.

Este pequeño valle entre montañas, la «cunquiña deleitosa» que cantó Leiras Pulpeiro, mantiene su carácter de cruce de caminos. Era y es paso obligado para aquellos peregrinos que desde Ribadeo se dirigen por el Camiño Norte a Santiago. En la ciudad confluyen los rutas que unen A Mariña con A Chaira y la antigua calzada romana de Lindín, ese antiguo camino real de Castilla, que desemboca en la Ponte do Pasatempo. La otra entrada es el antiguo puente de San Lázaro, el barrio del viejo lazareto y la capilla con exvotos, la une con los feudos valadourenses del mariscal Pardo de Cela. Por estos vías llegaban los feriantes y ganaderos, las gentes que venían a estudiar Letras o a integrarse en las curias judiciales y eclesiásticas. Hoy arriba gente de toda clase y condición deseosa de pasear en el casco histórico mejor conservado de Galicia, que vivió ajeno a la revolución industrial, como una ventana abierta al pasado.

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