Hacia dónde vamos

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LA HISTORIA del pensamiento comienza cuando el hombre toma conciencia de su existencia e inicia el camino de la Razón. Ese momento también marca el germen de la Política en cuanto forma de gestión de los asuntos comunes, dejando atrás lo que podríamos denominar período pre-persona en el que predominaba el instinto animal y en consecuencia existían formas primitivas de convivencia.

Merece la pena detenerse un momento en el análisis de cómo hemos llegado hasta aquí y sobre todo intentar adivinar -al menos a mi me parece la gran pregunta actual- hacia dónde vamos, cuando ya son muchos los que vaticinan que estamos ante un cambio de sistema.

Tal análisis empieza, como no, en el que también ahora es núcleo de la actual encrucijada, la vieja Atenas, donde nace Aristóteles y que elabora la primera doctrina política, palabra que es producto de la unión entre “polis”(ciudad) y ética (forma de hacer bien las cosas). Si la Política es la buena forma de gobernar la polis, la democracia (gobierno del pueblo) es también una categoría intelectual que debemos a aquellos pensadores y que seguimos utilizando con carácter general los pueblos modernos.

Las democracias romana y griega fueron ya momentos históricos de cierta sofistificacion en la Historia de la Política, que sin embargo fueron arrasadas, como luego y antes ocurriría tantas veces, por el Triunfo de la Guerra( la fuerza) sobre la cultura y la razón. Aquellos ciudadanos, conscientes de su estatus de tales, ceden gustosos a sus gobernantes la autoridad y el poder a cambio de seguridad y protección.

No es extraño que ese gran cambio de sistema que fue la caída del Imperio Romano supusiese entre otras muchas cosas una sensación de inseguridad de desprotección, caldo de cultivo indispensable para que el siguiente sistema, el Feudalismo se apoyase en el vasallaje al Señor, al Rey o a La Iglesia a cambio de esa protección perdida.

Otro drástico cambio fue el que afloró tras la Revoluciones Francesa y Americana como reacción a un poder absoluto que se agotó por su propia y abusiva autoridad. Aparece entonces un Estado que desconfía de la Autoridad y por eso la divide en tres fuerzas con capacidad de control para evitar abusos. Se crea la famosa división de los tres poderes del Estado que tanto ha dado que hablar. Es un Estado liberal donde la libertad del individuo y sus derechos son la base del sistema.

Una evolución de ese Estado sin suponer un verdadero cambio de sistema, fue el paso del Estado liberal al Estado Social, en el que sin desconocer al individuo, aflora la colectividad, los derechos colectivos como bienes jurídicos a proteger: el medio ambiente, la seguridad laboral, el buen funcionamiento de mercado. No obstante esta evolución, no se aprecia en la misma medida en todas las grandes culturas modernas y en lo que ahora interesa enfrenta conceptualmente el modelo anglosajón (EE.UU., Reino Unido, Australia) al gran bloque continental europeo. En efecto, el modelo anglosajón sigue más anclado en el liberalismo, donde el poder regulatorio del Estado se ve como un mal indispensable y por ello se reduce todo lo posible. Esa desregulación propicio la gran crisis actual, por la voracidad de unos mercados que fueron elaborando productos financieros cada vez más complejos y especulativos en perjuicio de la verdadera economía productiva. Ahora vemos las devastadoras consecuencia que parecen situarnos ante ese precipicio que tanto nos intriga, porque no sabemos que hay tras esa caída que estamos viviendo en directo.

Entre esas consecuencias ya perceptibles se encuentra el aumento de la pobreza, el pesimismo social y nuevamente esa sensación de inseguridad que propició cambios en el pasado. Si antes eran los ciudadanos los que cedían soberanía a los estados ahora son estos los que la ceden a organizaciones supranacionales. Ni la democracia real que están pidiendo los movimientos sociales por todo el mundo, ni la democracia formal en la que estamos instalados parecen tener mucho chance en el corto plazo, en el que el poder económico está ganando claramente la partida a un poder político cada vez más desprestigiado por la falta de respuestas. El cambio de sistema hacia el que vamos parece pues la culminación del proceso de globalización cultural, y económica en uno de tipo político en el que el Centro del verdadero poder tiende a alejarse del titular de la soberanía y a estar supeditado a un poder económico que impone su ley y sus tiempos. Sin embargo no debe haber lugar para el pesimismo y como diría Punset «cualquier tiempo pasado fue peor». El declive de la era industrial ha dado paso a una era digital que multiplica las opciones en todos los ámbitos; es una suerte de revolución democrática cibernética en la que todos pueden participar con sus ideas, sus iniciativas y sus aportaciones. En algún momento, ese gran acervo de información permitirá que se recupere el sentido real de las cosas, y se de prevalencia a la persona, y a los intereses generales, sobre los intereses de una minoría financiera que será acorralada por su propia y abusiva voracidad. Vamos, en el medio plazo, hacia un sistema más humano, en definitiva, en el que se tendrá que retomar la economía real que crea productos y servicios tangibles, y en el que la actividad especulativa será sometida a un rígido control y a unas tasas disuasorias, en el que habrá que recuperar sectores olvidados y donde tendremos que compatibilizar el exponencial avance de las nuevas tecnologías con la elemental sabiduría tradicional que nos dice que, al final la felicidad se encuentra en las cosa más sencillas.

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