Lóstregos por fruÍme

La denuncia, en palabras y símbolos, que el Papa Francisco realizó ayer en la isla siciliana de Lampedusa sobre la falta de sensibilidad ante la tragedia de los sin papeles es un discurso nuevo desde la jerarquía católica. Es una denuncia por la ausencia de respeto real y valor por la vida humana: unas 25.000 personas se calcula que han perdido la vida en poco más de lo que va de siglo en el intento de llegar a Europa desde las costas de África. Son muertes anónimas con las que nos hemos familiarizado tanto que se han convertido en noticias menores cuando toca a las costas españolas. El diagnóstico del Papa Francisco sobre la «globalización de la indiferencia» es un retrato crítico y duro de una degradación ética de esta sociedad del bienestar. Representa la pérdida de valores éticos básicos, como se refleja en la posición de los partidos políticos ante la corrupción, que está minando desde dentro el propio sistema, o en la propia tolerancia social con que se observa. Esta «globalización de la indiferencia» representa también el silencio de muchos frente a un derecho básico como la vida y el sustento mínimo. Un silencio y una falta de sensibilidad ética y humana que, con una carga ideológica interesada en política o religión, se manifiesta en el desvío de la denuncia a temas menores o a permanentes obsesiones personales y de grupos. El Papa Francisco en la isla de Lampedusa, con un inmenso cementerio de tumbas anónimas de esas víctimas de las que ni se conoce su identidad, con el símbolo de la humildad de su bastón, el altar de madera de patera o el contacto directo con los sin papeles, rompe esa indiferencia colectiva frente a quienes aspiran solo a poder sobrevivir en la Europa del bienestar. Una Galicia y una España que regresa a los caminos de la emigración forzosa debe ser sensible ante quienes solo quieren vivir.

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