Gente que lee

VER A LA GENTE pasar desde una terraza es un placer de verano. Ver a la gente leer es un placer de invierno.

Entre mis favoritos están los lectores de periódico sobre mesa, los niños que leen libros más grandes que su torso y cabeza juntos y, en general, cualquiera que lea verdaderamente absorto.

Mis dos abuelos eran de los primeros. Los observé fascinada durante años, dos hombres que compartían un método idéntico de lectura del periódico, de este periódico, de hecho. A diario, cada uno en su casa, hacían exactamente lo mismo: lo colocaban sobre la mesa de la cocina, lo abrían por la primera página y lo leían completo y por riguroso orden. Media mañana se les iba en esa tarea, que hacían ya desayunados y listos para salir. Cuando al fin se levantaban de la silla y plegaban las gafas, estaban preparados para enfrentarse al mundo informados sin hacerle ascos a ninguna noticia, ni a la economía, ni a la política, ni a los deportes, ni a las esquelas.

Pienso mucho en ellos cuando leo los periódicos, especialmente los fines de semana, cuando son más gordos. Entonces los desmenuzo y reordeno antes de leer absolutamente nada. Para renovar mi dosis justa de depresión, empiezo siempre por los salmones. Con ese desmembramiento que llevo años practicando y perfeccionando, construyendo perfectas montañitas a mi alrededor allá donde esté -la cama, el sofá, cualquier mesa, el suelo- me identifiqué (por primera vez) con Fraga; que hacía lo mismo pero al revés. Primero leía, en diagonal, y luego iba arrancando páginas y cantándoselas a Chema Veloso: «¡Economía! ¡Medio ambiente! ¡Educación! ¡Sanidad!», para que se asegurase de que llegaban al conselleiro correspondiente. Fraga les hacía a los suyos unos seleccionados dossieres de prensa. Como él, hay una montaña que jamás toco: deportes.

No creo que ninguno de mis abuelos aprobase ese doloroso descuartizamiento de algo que se podía leer como una novela, de principio a fin, saliendo de Lugo y llegando al lejano mundo internacional. Solo veo a señores mayores, con eternas mañanas de jubilado, hacer algo así, sumergiéndose en la Pokemon en un café del centro, saliendo a coger aire en Siria y volviendo a meter la cabeza en el CD Lugo para secarse con la sección de televisión. Se me hacen escasos.

Niños, sin embargo, no me faltan. O los hacen cada vez más pequeños o (y creo que es esto) los libros cada vez más grandes. Poco importan que sepan leer o no, tienen actitud y un asombroso surtido de posturas lectoras que me entusiasman. El hijo de unos amigos me ha leído decenas de libros, decenas de veces el mismo libro, tumbado y sujetándolo como si fuese un tejado gigante, en español, catalán, inglés, chino... todo antes de saber silabear. Me ha leído libros al revés, libros que se reescriben solos milagrosamente en cuanto los colocas en la estantería. Esa era su explicación para que cada noche, empijamado, me leyera el mismo cuento y siempre fuese distinto. «No es igual que ayer», decía yo. «Es que lo han vuelto a escribir», contestaba él, debajo de la enorme tienda de campaña de cartón y papel que era, esa semana, su libro favorito. Pues vale.

La tragedia de vivir en una ciudad sin metro es que la rutina me racanea una gran oportunidad de practicar mi afición. En los metros y buses soy de las que mira qué lee la gente y los libros electrónicos o los de papel forrados siempre me afligen un poco. Para consolar mi afición mirona a veces me paso por esa web (undergroundnewyorkpubliclibrary.com) en la que cuelgan fotos de gente leyendo en el metro de Nueva York y me hago unos viajes nada apretujados por ella, son todo ventajas. Una de las fotos recientes es la de un hombre leyendo ‘Memorias del subsuelo’. No puede haber nada más apropiado que esa elección.

Tampoco les hago ascos a las fotos de entrevista frente a una surtida librería. En esos casos, giro la revista 45 grados y miro con detenimiento los títulos. Aprecio saber qué libros conserva la gente que me interesa, aunque siempre prefiero pillarla en el acto mismo de leer. Especialmente si están arrobados, especialmente si ya leí el libro en cuestión y a mí también me gustó.

Ya se sabe que ver a alguien leyendo un libro que te gusta es como si el libro te recomendase a una persona.

Comentarios