Futuro de los periódicos

La desaparición de la letra impresa en libros o publicaciones periódicas es profecía que se repite. Para tal pronóstico no hay datos que sustenten la hipótesis. Asistimos a un cambio radical en las tecnologías de la comunicación y como consecuencia en los soportes o vías por los que podemos acceder a la misma, al análisis, la opinión y a la documentación. Entre los profetas hay quienes ven ya en el iPad el medio dominante para llegar a la información y a la lectura de libros. Estamos en plena revolución tecnológica, de las comunicaciones. Carecemos por tanto de perspectiva para formular sentencias absolutas. Realidad también es que la crisis económica afecta a los ingresos publicitarios y a los recursos de la prensa escrita sin que ello se haya visto compensado por las entradas de otros soportes, como puede ser la red. La única verdad contrastada es que estamos en un proceso de cambio. Y en este proceso hay alguna prevención o alerta que mantener. No sería bueno, como recordaba el veterano director de The New York Times, Bill Keller, que la información quedase en manos dominantes de Google. El proceso de elaboración de la información es caro, exige personal con cualificación, cuanta más mejor, con dedicación exclusiva a esta profesión. El supuesto en el que cualquier ciudadano, tal como permiten las nuevas tecnologías, puede convertirse en un emisor de noticias supone un avance democratizador pero ofrece también amplios campos que no se podrán cubrir, por dedicación y coste, de forma espontánea. Surge así la necesidad de la profesionalización periodística. Si las marcas tradicionales no fueron ni son garantía absoluta de una práctica imparcial, sí contextualizan y garantizan en su línea la información que ofrecen al lector. Hay, como garantía, una necesidad de paternidad identificadora que es fundamental en el tráfico de la información. La red por sí sola no ofrece el aval de la cabecera periodística

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