Frontera 21

LOS ACONTECIMIENTOS de esta semana en la ciudad española de Ceuta en los que perdieron la vida, hecho que hay que lamentar no solo formalmente, emigrantes que pretendían sortear los controles fronterizos nadando en el mar, para así alcanzar el territorio de España y de la Unión Europea son, como casi todo lo que tiene que ver con los controles fronterizos, algo francamente desagradable.

Sin embargo como observador de la actualidad, no puedo dejar de poner de relieve la escasa ponderación de las circunstancias concurrentes que, en sus valoraciones, han hecho no solo responsables políticos de la oposición que, como es natural critican al Gobierno con razón y sin ella, sino también otros muchos, bastantes medios de comunicación entre ellos y hasta los robotizados portavoces de la Unión Europea, que han expresado no ya critica sino censura a la acción de las fuerzas del orden que vigilan y hacen realidad que la frontera sea lo que es: un límite, que como tal no puede ser franqueado más que por quien exhiba los pertinentes documentos requeridos para ello.

La contemplación del vídeo de la intervención de la Guardia Civil para interponerse e impedir que los inmigrantes consiguieran su objetivo, en el que se observan acciones diversas protagonizadas por los agentes para asegurar que el desenlace fuera ese, como sucede siempre, ante cualquier imagen de una intervención policial en la que se utilizan medios impeditivos de las acciones de personas, e incluso se ejerce la compulsión sobre ellas, no invita a asociarse a lo que el uso de los medios de disuasión o de fuerza reflejan.

Pero el problema no es ese. Y sigue ahí. Incidentes similares se han producido a lo largo del tiempo bajo la autoridad de gobiernos de distinto signo, aquí y allá, en Ceuta y en la isla italiana de Lampedusa, por tanto en diversos puntos de las fronteras exteriores de la Unión Europea hace ya demasiado tiempo.

Hay que asegurarse, sí, de que las fuerzas del orden que vigilan y aseguran las fronteras se atengan a las pautas de intervención acerca de las que se hayan cursado instrucciones. Y para ello deberán reiterarse por las autoridades tales instrucciones con firmeza. Si se incumplen habrá responsabilidades exigibles a quienes no se hayan atenido a las órdenes de sus superiores. Si lo que es excesivo, inadecuado o simplemente no aceptable son las instrucciones mismas o su interpretación por las autoridades que las impartieron, la responsabilidad atañe a estas. Así de simple. Pero con un presupuesto necesario para entrar en la órbita de la responsabilidad política o personal, que no es otro que el de la ilegalidad, desproporción o falta de justificación de los medios utilizados.

Dicho eso, la meliflua actitud de la Unión Europea no puede disculpar a la Comisión ni a la Unión de su responsabilidad. Bruselas no se puede limitar a exigir a los Estados miembros que aseguren las fronteras; tiene que colaborar activamente con ellos; y aportar ideas y llevar a cabo acciones que contribuyan a resolver la problemática situación inmigratoria.

La cooperación internacional tiene, sin duda, un papel muy importante en la solución del problema planteado por los muy intensos flujos migratorios de África a Europa. Y la Unión, gran protagonista de ella, debería concentrar esfuerzos mucho mayores en ese ámbito.

La realidad sin embargo es que la presión en algunos puntos fronterizos, Ceuta entre ellos, es muy grande. La actitud de los emigrantes irregulares en muchas ocasiones no es pacífica y menos aún sumisa. La cuestión es por tanto fácil: ¿Se deja pasar a los emigrantes? Hay más de dos mil solo en Ceuta pendientes de ser repatriados. Y eso además implicaría incumplir nuestras leyes y las obligaciones de nuestro país como miembro de la Unión Europea.

El problema es político. Y lo que hay que revisar, y en su caso confirmar o impugnar es la política de inmigración de la Unión Europea, no las acciones que la ejecutan. Desde luego todo apunta a que el asunto demanda mucha más imaginación y bastante más acción.

Lo que hastía es que el PSOE critique hoy lo que hacía ayer. Y que quienes ayer censuraban al Gobierno socialista, callen ahora.

Lo que hay que demandar es que se encare el problema midiendo bien su dimensión, que no es pequeña, y teniendo en cuenta que sus protagonistas son miles de seres humanos que vagan por el norte de África en un viaje interminable. Y que se aborde ya, porque el tiempo solo lo agravará.

Lo que no cabe aceptar es el desorden, la pura circunstancialidad, la discriminación injustificada, y sobre todo que se relativicen las normas. Cuando sucede eso los primeros en quejarse amargamente son los que aconsejaban las tolerancias que conducen a ello.

Algo debe estar claro. Uno de los valores angulares de un estado democrático es el orden justo. También en las fronteras.

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