Fracaso de la modernización

LA VISTA ATRÁS sobre la Constitución de Cádiz, sobre La Pepa y dos siglos de la historia de España sirve para contemplar la dialéctica frustrante en el objetivo de la modernización y normalización de este país. El bicentenario de la Constitución de 1812 fue analizado ayer en El Progreso de forma documentada y amena, en clave y protagonismo lucense, por Prudencio Viveiro Mogo. Obligado parece volver sobre La Pepa en el día del bicentenario de aquella constitución aprobada «En el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Autor y Supremo legislador de la Sociedad», que así arranca aquel texto, que sostiene en el artículo 12 a la religión católica como única verdadera y como «religión perpetua» de la nación española. Muchas páginas se han escrito sobre el fracaso de los intentos de modernización de España, que tienen en las Cortes de Cádiz, en la Constitución de 1812, el referente idílico. España no se incorporará política y socialmente a la modernidad, no quedará homologada con el mundo de las libertades y el progreso, hasta la Constitución actual y el período de la monarquía constitucional de Juan Carlos I. La Segunda República y la guerra civil son el último gran intento y el estrepitoso y dramático fracaso de incorporarse al mundo  de la Ilustración y la soberanía popular. No fue posible a lo largo del XIX y buena parte del XX ese encuentro entre las Españas que resolvían las diferencias en forma de guerra civil y que en buena parte de sus territorios no se incorpora a la economía de la modernidad hasta el plan de estabilidad de los tecnócratas con Franco. Esa síntesis de fuerzas contrapuestas, que recurrían a la violencia y a la aniquilación del contrario, no se hizo realidad hasta la Constitución de 1978. Solo desde el desconocimiento de esta larga frustración histórica por ser normales se puede cuestionar y se puede frivolizar sobre la trascendencia de la transición a la democracia actual.

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