Fotografías de leche y plomo

Pepe Álvez y José de Cora. SEBAS SENANDE
photo_camera Pepe Álvez y José de Cora. SEBAS SENANDE

Los linotipistas empleados en los talleres del periódico El Progreso debían tener un cartón de leche en la noche del 17 de septiembre de 1981, en la noche posterior también, pero en la madrugada que va entre ambas todo cambió a su alrededor. El fotógrafo del diario Pepe Álvez se refiere a ese momento como «el mayor cambio tecnológico» al que asistió en la empresa en la que lleva 34 años, «incluso mayor que el que supuso la informática».

Álvez fue consciente de la trascendencia del paso del plomo a fotocomposición informática que se hizo ese día al tiempo que se seguía tirando el número del día siguiente, pues todo puede cambiar en el sistema de impresión, pero el diario debe salir como si nada hubiera acontecido. Aquella madrugada de hace treinta años hizo 26 fotografías que expone desde ayer en el Museo Provincial de Lugo bajo el nombre de 'A chegada do mensaxeiro', que fue presentada por el director general de El Progreso, José de Cora.

«Era tal el estado de nervios que nadie reparaba en mí», confiesa el cronista visual de una madrugada que comenzó con ilusión,  transcurrió con incertidumbre y terminó con la tensión liberada en los corchos de champán que saltaban en los talleres para celebrar que El Progreso volvería a estar en la calle pese a que aquel grupo de técnicos había caminado sobre una cuerda floja y sin oportunidad de volver.

Pepe Álvez sitúa su ««interés por la manera de hacer el periódico» tras la decisión de regresar al periódico aquella noche después de rematar su jornada. En medio de la exasperación por los pequeños fallos que se iban dando cada vez que se tiraba una página, el fotógrafo iba retratando cada instante. Recuerda que la sustitución del viejo sistema por el nuevo había ido retrasándose, «hasta que llegó un momento en que se decidió que había que dar el paso, pero era arriesgado. Fue una decisión valiente».

Durante un par de meses ambos sistemas convivieron, por lo que los cartones de leche, que los linotipistas debían beber a razón de un litro por jornada para mermar la toxicidad del plomo líquido, pasaron a ser historia.

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