Etgar Keret, sin remilgos en mi hotel de Tel Aviv

"Pienso en este escritor que surge con fuerza, que nos habla mirándonos a la cara, que no se anda con remilgos, que nos molesta, que nos escupe, que nos enfrenta, que pasa de nosotros, que no nos complace, que suelta su bilis, que habla de verdad delante de nosotros, pienso en ese estilo de frases cortas, nada aceitadas, veloces, directas..."

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ESTOY EN LA terraza de mi hotel de Tel Aviv con una botella de vino, oigo la movida nocturna de Neve Tzedek, y pienso en Etgar Keret, acabo de estar en el barrio alternativo de Florentine, con sus pintadas libres y artísticas, con sus bares imaginativos y oscuros, con sus cervezas en antros abiertos, y pienso que tal vez me he cruzado con Etgar Keret, que ese será su barrio representativo, donde se mueva bronco y sin complejos como sus palabras, tal vez era uno de los que estaba en ese bar con un muro abierto delante de una barra abierta, y pienso en los libros que he leído antes de venir aquí, La chica sobre la nevera, Extrañando a Kissinger, Un hombre sin cabeza, en ese ángel enclenque y jorobado que no sabe volar, en ese tipo que se considera todo él un defecto congénito, en esa chica que pasó su infancia colocada sobre una nevera porque sus padres estaban muy cansados para hablar con ella y se sentía feliz allí arriba, en ese desconocido que apareció sin cabeza en un campo de fútbol y causó problemas en su entierro por ser un muerto tan raro, en esa enfermera que se enamora del mono de la jungla con el que están experimentando, en esos niños que encuentran un huevo de dinosaurio cavando en su patio, en ese tipo que se atrinchera en su casa para defenderse de la felicidad de la sociedad de consumo y los anuncios publicitarios pero lo acaban llevando entre tópicos grasientos, en el hombre más paciente del mundo que no se mueve de un banco en la plaza Dizengoff y se dedica a sueños que se vierten en otros sueños, en ese hombre que dice "alto" y se para todo y folla a todas las chicas que quiere pero al final quiere que lo amen por lo que él es ("ámame por lo que soy, por lo que soy de verdad, y la llevé a casa, y la jodí como un cabrón, gritó, me arañó en la espalda"), en ese niño que no quiere que rompan el cerdito de cerámica en que guarda sus ahorros y lo abandona en un campo, en ese joven al que su mejor amigo mea en la puerta y le espanta el ligue que trae por la noche, en ese pasmado que lleva a su madre el corazón de su novia para demostrar que la quiere, en esos niños que juegan al fútbol con los muertos en el cementerio y siempre ganan.

Pienso en esa atmósfera chocante, agria, kafkiana, trepidante, en esos cuentos rápidos, que son momentos, flashes, relámpagos, historias absurdas como si fueran reales, realidades como si fueran absurdas, cuentos en los que no pasa nada y parecen raros, cuentos en los que pasan cosas raras y parece que no ocurriera nada, pienso en cómo refleja ese mundo conflictivo, agobiante, sorprendente, agresivo, tierno, ese mundo de soledad, de pasmo, de tópicos retorcidos, de crueldad, de lirismo de aguarrás, de abandono, de incomunicación frenética, de prisa, de estar vendido, de sobrevivir como se pueda, de sarcasmo, de audacia, de saltarse todas las cortapisas, pienso en esa atmósfera en que hablan distintas voces con fuerza, con sinceridad, sin empastes, con vértigo, con simpleza chocante a veces, con asombro infantil, a veces se parece a Fernando Arrabal, a veces a Samuel Beckett, o qué sé yo, pero también a las pintadas de la calle sobre muros desgarrados, a los grafitti de Florentine donde grupos de personas expresan su inquietud, su muermo, su pataleo, pienso en esos cuentos como sopapos, como orina sobre nosotros, de culturas enfrentadas, de hipocresías, de proclamas, de publicidades apasteladas. 

Pienso en este escritor que surge con fuerza, que nos habla mirándonos a la cara, que no se anda con remilgos, que nos molesta, que nos escupe, que nos enfrenta, que pasa de nosotros, que no nos complace, que suelta su bilis, que habla de verdad delante de nosotros, pienso en ese estilo de frases cortas, nada aceitadas, veloces, directas, ese hablar con los lectores lleno de vida, de aliento, de ruptura, de mandarnos a la mierda si queremos pasteles, de darnos en la chaqueta, en esas imágenes que nos saltan, una chica tenía la cabeza como una habitación en la que hubieran retirado todos los muebles a un rincón, la vida de otro era como un tumor que tuviera otra persona, pienso en ese lenguaje callejero y al mismo tiempo muy literario, y lleno de vida, porque la literatura es precisamente captar la vida, ese lenguaje que parece arrancado de las paredes, de las estaciones de autobuses, de los carteles de las callejuelas de Florentine, de las charlas sin gansadas de las cervecerías de Florentine, delante de una cerveza que te ayuda, no de los gabinetes ni de los escritorios cepillados, no sé si este escritor es un Celine de Tel Aviv, o es un maestro de la concisión en tiempos posmodernos, o es un Juan Rulfo que cambia las soledades polvorientas de México por las calles de Israel repletas de enfrentamientos, atentados, provocaciones, situaciones tensas, desprecios, amenazas, convulsiones, unas calles donde vi a una chica casi desnuda con una metralleta colgando, a otra muy pija con un fusil haciendo juego.

Estoy en el balcón de mi hotel alternativo en Tel Aviv, en un edificio ecléctico y sobado de los años veinte, al lado del barrio bohemio de Neve Tzedek, encima del bar Spunik, me tomo una botella de vino de los altos del Golan, acabo de pasar por el barrio de Florentine, y pienso que Etgar Keret podría estar allí, pudo cruzar la mirada conmigo, en uno de esos bares oscuros de mesas arañadas, tal vez se cruzó la mirada conmigo, puso en su mirada esa insolencia, ese miedo, ese lirismo rascado, ese infantilismo, ese decir "que pasa tío", esa reciedumbre literaria, ese sabor a vodka traído de todas partes, ese olor de obús con el que se hace un poema de amor, me hubiera gustado charlar con él, comentarle que admiro su obra, esa hondura que no se pretende honda, ese sacar alcohol de las circunstancias, esa literatura urgente y profunda, ese celebrar el instante, ese sobrevivir en medio de los cascotes, ese instalar la literatura como una araña sobre los muros amenazados, esa persistencia de la vida áspera y seca y tierna y sorprendente —joder, que manía tiene mi hermano contra los adjetivos—, me gustaría que los dos tomáramos vino aquí en este balcón, delante de un rascacielos que parece que va a caerse, en esta ciudad que surgió de la nada y ya parece que tiene pedigrí y polvo de historia y sudor de sufrimientos u orgasmos, me gustaría que todos hicieran así con la literatura, la destrozaran, la llenaran de vida, de angustia, de vibración.

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