Españolidad

EL DEBATE celebrado el pasado martes en el Congreso acerca de la autorización a la Generalitat mediante la delegación de la competencia estatal, para convocar y celebrar un referéndum consultivo en dicha comunidad del Estado español, en orden a que los ciudadanos censados en ella expresaran su parecer sobre si la expresada comunidad debe ser un Estado, fue una oportunidad de que en el debate mismo y en lo hablado y escrito con su ocasión, se exteriorizaran toda suerte de opiniones, apreciaciones, juicios y sentimientos.

Al leerlos y escucharlos se constata lo obvio: somos mucho, cada uno de nosotros, en el sentido orteguiano,también lo que son nuestras circunstancias.

Y siendo así, ya que lo que se acentúa ahora, lo que se pone de relieve, lo aparentemente definidor de forma substancial, es hoy entre nosostros ser catalán, gallego, vasco o aragonés, parece que nuestra circunstancialidad acaba ahí. Sin embargo, la realidad es otra. Hay una circunstancia más, tan definidora al menos de nuestra idiosincracia, la que nos incorpora a una sociedad común constituida hace quinientos años: la españolidad.

No hace falta decir que España se constituye como Estado antes que las demás organizaciones políticas de Europa. Pero eso no es lo más relevante. Lo definitivo son las circunstancias compartidas y su relevancia. Los habitantes de la península Ibérica hace siglos que se han agrupado en dos comunidades que han constituido dos Estados: España y Portugal. Ambos protagonizaron la gran empresa de la colonización de América. Los pueblos de España comparten la historia porque son sus protagonistas. No tenemos otra. Sus afanes son los mismos en el marco de una sociedad globalizada. En la aldea global constituimos un sujeto bien caracterizado e individualizado. Compartimos la herencia cultural, toda, la expresada en castellano y la documentada en las otras lenguas españolas. Sí, españolas, porque lo son en cuanto vehículos lingüísticos propios de españoles. Vivimos todos en un territorio bien definido, la península Ibérica, con la excepción concreta de los archipiélagos y las plazas de soberanía.

Entonces son de difícil comprensión algunas cosas que se dicen y que se arguyen por quienes muestran deseos de desentrañarse de lo español. Hay desafección. se afirma. Pero la desafección requiere alteridad, ser distintos, diferentes, ser otros. Sin embargo, se puede querer ser otro, pero no se es, si uno es lo que es.

Y, no, no piensa distintamente un catalán que un andaluz más allá de muchas peculiaridades anecdóticas, solo de acento. Compartimos hasta las preferencias culinarias. Hace unas semanas alguien quería registrar la ‘paella catalana’. Sucede que la paella es un plato sin duda de origen valenciano pero integrante del acervo común de la cocina española. Sentimos, festejamos, celebramos, comemos, reímos y lloramos del mismo modo. Lo más importante, con el mismo impulso, y marcados ya por similares atavismos. Por eso sabemos e identificamos claramente quienes son ‘otros’, incluso entre los europeos. Los franceses, por ejemplo. Ellos consumen preferentemente mantequilla, nosotros aceite. En Cataluña y en el País Vasco también, aunque sean territorios fronterizos con Francia.

Y todos compartimos el tercer idioma del planeta, aunque algunos tengamos además otro, lo que, no hay que engañarse, no es como puede parecer un elemento que nos hace extraños, porque eso lo resuelve la comunidad de habla en el denominado castellano que, al ser largamente secular, ha supuesto que todos lo hayamos influenciado.

Y no hay más. No se puede negar la propia condición para tener más poder, o para que en nuestra habitación no entren los demás, si la vivienda es común, porque la hemos construido entre todos.

Sin los miles de gallegos emigrados a Cataluña en las décadas de los sesenta y setenta, Cataluña no sería hoy lo que es y como es. Sin ese acontecimiento, Galicia hubiera conservado para el futuro ese activo humano que no se puede entender perdido o extrañado.

La cuestión radica en que se pretende poner en duda lo obvio. Y que parece que nadie quiere ser, más bien, los que se expresan lo hacen para afirmar que no son, o que no quieren ser. Hay un problema no obstante insuperable para ellos. Y es que no está al alcance del ser humano variar su naturaleza, y tampoco sus circunstancias arraigadas. Es así.

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