Escalinata

SI PARA gustos se pintan colores, la estética de las cosas no siempre puede someterse a criterios objetivos como muchos pretenden; otra cosa es su funcionalidad, que sí los admite. Aún así puede ocurrir que una y otra coincidan para bien o para mal o que estén reñidas entre sí.

Por ejemplo, la nueva escalinata de la plaza de abastos, según opinión generalizada, no parece, respetando opiniones contrapuestas, una obra afortunada ni por su ornamento, ni por su utilidad para los fines que se pretendían, que no son otros que los de hacer cómoda la visita al recinto sin acentuar las posibilidades de romperse la crisma. El inoportuno traspiés de Vicente Quiroga, más que anecdótico, es una seria advertencia de lo previsible, sobre todo con lluvia y heladas.

La verdad es que cuesta entender como un proyecto técnico, se supone que meditado, acabe siendo una chapuza cara. No es el único caso, lo cual es más grave todavía porque delata la irresponsabilidad de quienes juegan, no solo con el dinero de los demás, sino también con la seguridad de las personas.

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