Entre cacos y delincuentes

LA MEMORIA ES frágil, y cierto es que siempre ha habido robos, pero un repaso a los periódicos de los últimos años, o simplemente de los últimos meses, lleva a concluir que este tipo de delincuencia ha aumentado. Solo desde la vuelta de verano, en estas páginas se han contado entradas en pisos -en algunos casos, varios en el mismo edificio-, robos y destrozos en garajes, pandillas que hurtaban móviles a chavales por la calle con una dosis importante de violencia y a veces a plena luz del día y hasta el robo del camión de un feriante del San Froilán, a unos metros del ferial el pasado sábado, posiblemente la noche del año con más gente en esa zona de la ciudad.

No quiere esto decir que Lugo se haya convertido en el Bronx, que no se pueda caminar solo por la calle o que haya que blindar las viviendas. Pero tampoco se entiende muy bien que las fuerzas y cuerpos de seguridad -los políticos que las dirigen, más bien- se empeñen en negar un aumento de la delincuencia, sobre todo porque, aunque Lugo sigue siendo una ciudad y una provincia con un grado de seguridad que ya quisieran otras, las estadísticas confirman lo que los periódicos cuentan. Los últimos datos de criminalidad hechos públicos por el Ministerio del Interior, correspondientes al primer trimestre de este año, revelan que la capital experimentó una subida de delitos y faltas del 1% respecto al mismo periodo del año anterior, que la delincuencia violenta subió un 82% y, en concreto, los robos con violencia e intimidación, un 70%. También aumentaron las sustracciones de vehículos a motor y los daños, manteniéndose la tendencia del año anterior. Homicidios y asesinatos, tráfico de drogas y robo con fuerza en domicilios son prácticamente los únicos apartados donde hubo descensos.

La Fiscalía recogió, en su memoria del 2012, que se habían abierto 7.771 diligencias previas por hurtos, robos, estafas y delitos de apropiación indebida cometidos en los últimos años en Lugo. Hay que tener en cuenta que los juzgados sufren importantes atascos y muchas veces se juzgan hechos que fueron cometidos dos o tres años antes.

Las estadísticas confirman también lo que cuenta cualquier vecino de una zona rural. Siempre ha habido gente más y menos cautelosa, pero en muchos pueblos las puertas de las casas, los garajes y los alpendres permanecían todo el día abiertas y a veces tampoco de noche se pasaba la llave. Hoy eso ya no sucede. La gente tiene miedo porque en la parroquia de al lado se han llevado el gasóleo de un depósito, porque a un anciano le siguieron de vuelta de cobrar la pensión y a las pocas horas entraron en su casa y le llevaron la paga, no sin antes darle un buen susto, o porque ahora se roban hasta los animales. Vivos o muertos, como en los años del hambre. Las noticias de robos de cerdos abiertos en canal o de jamones y chorizos que se estaban curando ya son un clásico en la época de la matanza.

Son robos que ponen de manifiesto cómo ha ido cambiando la delincuencia. Da la sensación de que muchas veces son delitos fruto de la desesperación, aunque seguramente bajo ese paraguas se esconde también mucha picardía. U otras cosas, como envidias y enemistad. Me hacen falta unos postes, sé que los hay en una finca y una noche los cargo en una furgoneta, o lo mismo, pero con eucaliptos recién plantados.

A veces el resultado es bastante chapucero, aunque nadie libra a la víctima de los daños y del disgusto y la inseguridad que le queda en el cuerpo. ¿Cómo entender que una persona entre en una joyería de una de las calles más céntricas y transitadas de la ciudad en hora punta y arranque corriendo con la manta de anillos que la dependienta le estaba enseñando para acabar perdiéndolos calle abajo? ¿O que entren a robar en garajes, donde poco mayor botín se puede encontrar que una cazadora, un bolso o algo de dinero en el cenicero de un coche? ¿Y, por encima, rompan lunas y rayen a diestro y siniestro? Un policía con muchos años de servicio lo explica. «Antes eran más finos. Te abrían el coche y se llevaban lo que hubiera, pero ahora no pierden un segundo, por unas gafas de veinte euros te rompen la ventanilla. Les vale todo». Eso es lo que sucedió hace unos días en varios garajes de la zona de A Residencia, donde además se llevaron un coche. «Hubo un día con cinco o seis coches aparcados delante de la Comisaria con ventanas rotas, rayaduras... Parecía que había pasado un tsunami», cuenta el agente.

Aunque no todo es delincuencia chapucera, porque los propios cuerpos de seguridad reconocen que cada vez es más difícil resolver algunos casos porque sus autores son bandas organizadas que se mueven de ciudad en ciudad dando golpes y a las pocas horas ya están lejos del lugar de los hechos. Y que se cuidan de dejar muy pocas pistas porque se forman para ello. A veces, simplemente buscando en internet. En la red se encuentra de todo, desde la receta de un bizcocho hasta tutoriales sobre cómo abrir la puerta de una vivienda en minutos y sin apenas daños.

Son, unos y otros, robos que solo trascienden si el periodista se entera, porque la política del Ministerio de Interior es no informar de estas cosas. Los mandos a veces lo justifican con el argumento de no generar alarma pero, ¿no contarlos ayuda a que haya menos? ¿O contarlos sirve para que la gente tome más precauciones?

(Publicado en la edición impresa el 19 de octubre de 2014)

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