Me encontré con mi padre en Nicosia

"Y esa es la etapa que me parece más admirable, antes de que yo fuera a vivir con él, cuando luchó con obstinación y con bravura por dedicarse a la literatura, por vivir una bohemia en la literatura"

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IBA A CHIPRE a buscar a Lawrence Durrell, pero encontré a mi padre, Xavier Costa Clavell. Me alojaba en la parte histórica de la zona griega, salí a tomar una copa a Oktana, y en un mostrador a la entrada encontré un libro de mi padre. Era la edición inglesa de Todo Barcelona, de esa serie de Todo X, que consistía en fotos comentadas de ciudades, de la que mi padre redactó cientos de volúmenes. Mi padre y yo nunca nos entendimos, siempre estuvimos distantes. Y sin embargo ya otra vez había tenido una iluminación, subiendo al castillo de San Jorge en Lisboa me dije: "Pero, coño, me guste o no, me parezco bastante a él, no lo puedo evitar". Él solo me admiró una vez cuando escribí un poema corto a los quince años que decía algo así : "Por ese lagarto inmundo del dolor fundido/ yo también me detuve una vez a meditar". Yo admiraba de él la infinidad de libros que tenía en su casa de Barcelona, que se dedicase solo a escribir, que le fascinasen los viajes por el mundo entero, que le gustase disfrutar la vida. Y admiré que al final de su vida, cuando tenía cáncer, se negase a ninguna privación, no quería prolongar la vida si eso suponía renunciar a vivirla.

Bajé al sótano del Oktana, pedí un whisky, y me puse a pensar, sin poder evitarlo, en mi padre. Hubo montones de frases y actitudes en él que nunca me gustaron, escribió infinidad de libros y artículos que no me interesaron ni me dijeron nada. Pero sí le agradecí que me descubriera cuando yo tenía 17 años El túnel de Ernesto Sábato (al principio me dije: "Si lo recomienda él no debe de ser gran cosa", luego esa novela me fascinó por encima de todas). Y que a veces dijera citando a un amigo suyo mientras disfrutaba comiendo y se frotaba las manos entre las piernas : "No hay cosas como las mejores" ( y él contestaba : "Pero las buenas tampoco están mal"). Y que una vez, cuando yo le dije que aparte de escribir tanto sobre gastronomía demostrara que sabía hacer una paella, hiciera durante toda una mañana una paella tan sublime que se la comparé con la obra de Proust y de Rilke y no estaba haciendo retórica —y encima la regó con una botella de vino del barón de Rotschild de 600 euros que alguien le había regalado—.

La idea de escribir libros sobre el mundo entero a base de comentar fotos, de fogonazos libres, de toques de sensibilidad, me parece estupenda. Y sin embargo los gilipollas de la editorial Escudo de Oro que le hicieron trabajar a destajo nunca pusieron su nombre como autor en esos libros. Y él los escribía con bastante primor. Recuerdo cuando una vez me mandó buscar en unas revistas referencias sobre Rilke y Ronda para poner en Todo Ronda. (Pero él, que escribió toneladas de libros que no me interesan, siempre tuvo la pasión de la literatura, siempre intentó hacer literatura de verdad, y también recuerdo aquella vez, cuando yo tenía quince años, y salió de su despacho todo emocionado, y me hizo leer un cuento en que hablaba de dos amantes que recordaban la lluvia del pasado, y estaba todo ilusionado con que yo le dijera que estaba muy bien, como un niño que acaba de descubrir toda la magia de la literatura, todo el poder de encantamiento que pueden tener las palabras). Y esos libros se siguen leyendo en todas partes y los disfrutan sin saber quién los hizo gentes desenfadadas y sin exigencias de todas las cataduras. También me gustó su biografía de Rosalía de Castro, donde puso a la escritora en la literatura occidental y moderna, la relacionó con el existencialismo y las inquietudes europeas , encontró honduras que no habían visto los que solo hablaban de una escritora pintoresca y folklórica, descubrió sus audacias y su fuerza.

Pero lo que me parece más afortunado de mi padre es lo que menos conoce la gente, y así ocurre muchas veces, los libros de poesía de los cuales vi las tiradas casi enteras en el armario de su casa de Barcelona, La voz, El hombre y la muerte, Mi voz en carne viva. En La voz se inspiraba en Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique para lamentar la muerte de mi abuelo José Costa Figueiras, que murió años después de que mi padre hubiera roto con él y se hubiera ido a Barcelona a buscarse la vida como escritor pasando mil calamidades y haciendo mil números para pagar sus facturas. (Y esa es la etapa que me parece más admirable, antes de que yo fuera a vivir con él, cuando luchó con obstinación y con bravura por dedicarse a la literatura, por vivir una bohemia en la literatura). En La voz dice en unos poemas en prosa llenos de autenticidad y emoción, con una nostalgia muy verdadera, que desea convertir el dolor en belleza. En Mi voz en carne viva muestra su pasión y su desgarramiento, desnuda los huesos de forma chirriante como César Vallejo, dice que Vallejo es su dios hermano, y hay un poema inspirado en el Considerando del poeta peruano en que mi padre hace un juicio sumarísimo y cordial y desgarrado al ser humano, con toda su desolación y su desamparo y su búsqueda loca, pero no dicta sentencia al final, y a diferencia de Vallejo acumula al final los considerandos, dice sin cesar "considerando, considerando" entre puntos suspensivos, como si no hubiera forma de juzgar al ser humano, o no hubiera por donde tomarlo, o no supiera qué hacer con él, en esta vida tan contradictoria y tan chocante. En eso se ve como la poesía es la sabiduría más amplia, y supera los conceptos, y nos conecta de verdad con la vida, y al escribir poesía está mucho más abierto que en las cerrazones ideológicas en las que se enjauló más tarde. Sí, seguramente en esos versos, en esos libros guardados en los armarios, y eso parece también el asunto de un poema, de una obra literaria, estaba mi padre en su humanidad más radical, en su sentir más desnudo, en su latir más nocturno y liberado, sin retóricas, sin lógicas que escamotean la vida.

Sí, estaba en Nicosia, muchos años después de tantas cosas, después de que él hubiera muerto de un cáncer que no quiso tratarse, después de una vida entera de desencuentros y de cerrarnos las puertas, y no pude evitar pensar en él, en lo que luchó a pesar de todo con las palabras, en cómo a rachas intentó sacarle toda la vida a las palabras, y en cómo estuvo en ciudades del mundo entero tratando de convertir en vino cada instante, y en cómo luchó hasta el último momento por estar vivo por encima de todo, y en cómo en ciertas ocasiones llenó de vida las palabras.

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