En las entrañas del embalse de Belesar

Antigua Ponte Fortes, que unía O Saviñao con Taboada. Fotos: TOÑO PARGA
photo_camera Antigua Ponte Fortes, que unía O Saviñao con Taboada. Fotos: TOÑO PARGA

El embalse de Belesar, el más grande de la cuenca del Miño, está bajo mínimos a causa de la ampliación de la maquinaria de la presa. Toda una ocasión para rememorar la historia y observar los restos de lugares que llevaban anegados 48 años

Las RIBERAs del Miño, entre las tierras de Os Peares y Portomarín, cambiaron por completo a principios de los años 60 a consecuencia de la construcción de las presas que las caracterizan desde entonces. Se anegaron cientos de viñedos y numerosos pueblos, lo que obligó a sus habitantes a trasladar su residencia y en muchos casos a buscar nuevos trabajos. Muchos de ellos vivían de la producción de vino o de otros cultivos que tenían en esas tierras, recuerdos que se hacen patentes ahora más que nunca al verse los restos de poblados y antiguas viñas tras bajar a la cota mínima el embalse.

El cambio en el paisaje de los dos millares de hectáreas que ocupa el embalse de Belesar se debe de nuevo a las presas. En esta ocasión, a causa de la instalación de turbinas complementarias para incrementar la producción de energía, lo que obligará a dejar el cauce casi seco hasta que acaben las obras en 2013.

UN MAL TRAGO

La ocasión es única para pensar cómo fue una zona donde la producción de vino marcaba la vida de generaciones, de antepasados de unos vecinos que hoy lamentan que, precisamente, las tierras más fértiles y donde las cepas daban lo mejor de sí mismas fueron las que se tragó el embalse. Por si fuera poco, como estima un taboadés, «nos las compraron por cuatro pesetas. Eran tiempos en los que no quedaba otra que aceptar», señala al tiempo que considera que «si hoy contásemos con todos los bancales que se ven ahora, la Ribeira Sacra aún podría sacar más pecho».

Entre algunos recuerdos que saltan al ver las terrazas, restos de cobertizos de las viñas, bodegas, castaños y casas, unos aluden con tristeza al momento de la retirada de enseres de las viviendas e incluso a la tala de árboles para aprovechar la madera. Se llevó todo lo que se pudo, pero en algunos casos hubo demoras y, hoy, al observar el embalse vacío, no son pocas las personas que piensan que si entonces hubiese los medios de hoy se llevarían hasta las piedras de las muras.

El caso es que después de 48 años se considera que el deterioro de las construcciones fue escaso. La razón está en que no existen corrientes. Así, en muchas zonas se pueden ver pequeñas bodegas con prácticamente todas sus tejas, como por ejemplo en las inmediaciones de la presa de Belesar. También en la zona de Castro Candaz hay más de un cobertizo en el que se distinguen algunos aperos dejados por sus propietarios.

DE OTRO PLANETA

La estampa de las riberas desnudas es fantasmal e incluso propia de vistas de otro planeta. Todo está bañado por lodo que con el paso de los días se cuartea al secarse. Da esa sensación propia de un desierto e incluso de estar en la zona cero de una catástrofe. Ver todo en ruinas, enlodado y cuarteado, en comparación con las partes altas en plena efervescencia propia de la época, produce gran contraste.

No obstante, en algunos sitios arrasados por las aguas se nota la fuerza de la naturaleza y ya se ven brotes. Es más, en ciertas zonas hasta se aprecian incipientes cepas, de las que, curiosamente, todavía se ven sus troncos. En ese caso parece que hubiesen sido pasto de las llamas y no de las aguas, algo que también se constata en lo que queda de castaños y robles típicos de la ribera. Muchos mantienen su verticalidad, sobre todo los talados por la base.

Ante la espectacularidad, un recorrido por las orillas es más que aconsejable. Así lo estiman cientos de personas que ya pasaron, por ejemplo, por Ponte Mourulle, diseñado por el estudio de ingeniería Torroja, de la familia de la cantante de Mecano. A pocos metros se ve intacto el viejo Ponte Fortes, y cerca de allí la estructura del poblado de Porto, así como la iglesia de Mourelle, en O Saviñao. En la otra orilla, desde Taboada o Chantada se aparta en el alto de San Roque hasta Sillán, desde donde se puede acceder a otro vestigio importante: Castro Candaz.

La cota está en el 6,72% de su capacidad

El descenso del embalse es de tal magnitud que desde su terminación, en 1963, nunca estuvo tan bajo, lo que permite ver orillas del Miño que llevaban ocultas por el agua 48 años. Exactamente, el embalse estaba ayer al 6,72% de su capacidad, con 44 hectómetros cúbicos. A estas alturas del año pasado, se encontraba al 83,80%, con una retención de agua de 477 hectómetros cúbicos. La media en los últimos diez años por estas épocas fue de una cota del 83,80%, con 548 hectómetros cúbicos. La capacidad total del embalse es de 654,5 hectómetros.

2.000 hectáreas

La construcción conllevó dejar bajo el agua unos dos millares de hectáreas en los ayuntamientos de Chantada, Taboada, O Saviñao, Paradela, O Páramo, Guntín y Portomarín. La cola tiene una longitud de 50 kilómetros y bajo ella se esconden los restos de pequeños pueblos, aunque el de mayor tamaño fue el antiguo Portomarín.

ORLANDO SÁNCHEZ, vecino de Segán que trabajó en el Ponte Fortes:
''Cando fixemos a ponte xa se sabía que ía construírse a presa''

Orlando Sánchez es una de las personas de la zona que participaron en la construcción del Ponte Fortes, viaducto que unía la antigua carretera de enlace entre Taboada y O Saviñao. Vecino de Segán, pueblo perteneciente al segundo de esos concellos, ahora tiene 83 años y recuerda a la perfección que al poco de cumplir los 17 empezó a trabajar en la obra del puente. Ésa es una de las llamativas estructuras que salieron a la luz gracias al descenso del embalse de Belesar y que está como cuando se construyó, entre 1942 y 1945.

«Eu traballei alí o último ano, e a obra durou tres anos», recordaba ayer Orlando, poco antes de acercarse a las inmediaciones del viaducto para observarlo. Al mismo tiempo, comentaba que «cando se estaba facendo xa se lle escoitaba dicir aos técnicos que nun futuro estaría tapado por auga, polo encoro», apostilló.

Para Orlando y su mujer, Matilde Rodríguez, de 78 años, el motivo por el que no se paralizó la obra fue «porque a cousa estaba en que se non se facía nese intre, máis tarde non se podería reclamar outra cando estivese feito o encoro», según señaló Matilde. La carretera nueva salva en la actualidad el Miño gracias al puente de hierro de Mourulle, conocido entre los vecinos como «a ponte dos tornillos».

Diez pesetas al día. Orlando Sánchez recuerda que fue a la obra del puente porque allí estaba empleado su tío como cantero. «Traballabamos catro horas pola mañá e catro pola tarde. Ía a pé por uns camiños e levaba unhas patacas para comer. Faciamos o xantar debaixo dun penediño para resgardarnos. Había xente de moitos sitios, un desta zona está na residencia de Taboada. Había varios presos e, sobre todo, xente da zona de Ourense porque os xefes viñan de alí. Daquela pagábannos dez pesetas ó día e cando se rematou a obra invitáronnos a unha pulpada».

Las condiciones de trabajo eran duras en relación a las actuales. Para Orlando eran las normales de la época. «Traballamos moito e fixémolo ben, a base de pedra e cemento, que viña en sacos de esparto cru, e area, que se sacaba dun areal que había ó lado, na Ponte do Pinoverde», viaducto que también está ahora a la vista, igual que la Fonte da Reboira, donde dice que bebió en muchas ocasiones.

«Para facer a ponte, primeiro fixéronse os arcos de cada lado e despois o central. Para levar as pedras, cemento e area, fixemos unha vía pola que levabamos vagonetas. Tamén había un camión ruso. Era un ir e vir e en cada capa se lle botaba un líquido especial que traían en bidóns de 25 litros. Debería ser para reforzar ou aislar. O caso e que aínda está aí a ponte».

fuente y barcas. Al ver ayer el puente, Orlando buscó con la mirada una placa de mármol blanco en la que se inscribió Ponte Fortes,

«Chámase así porque foi un tal Fortes, de Taboada, que tiña unha gasolineira, quen tirou moito para que se fixera. A placa aínda sigue alí e sei que está porque se ve algo branco do lado de Taboada», explicó.

Orlando y Maltilde, que ayer trabajaban en su huerto a primeras horas de la mañana, también recordaron que al embalsarse el agua del Miño «aínda se tardou en facer a ponte dos tornillos. Daquela voltouse a poñer un servizo de barcas como había antes de que se fixese a Ponte Fortes. Habías barcas que levaban ademais gando, de Pincelo a San Vitorio e de Chantada a Porto, onde había unha boa festa de San Xoán, por certo», apuntó Orlando.

LOS DETALLES

Las bocas de la presa, a la vista. Trabajadores de distintas empresas realizan obras en las entradas del agua hacia las turbinas, para lo que se construyó una bajada hacia las bocas. Las labores llaman la atención del público porque se utiliza una gran grúa y hay un equipo que trabaja en vertical y otros de buceadores.

Contraste entre viñedos y bancales. Los meandros que se forman en algunos puntos del embalse sorprenden por sus caprichosos recorridos. Suman en la lista de atractivos del paisaje los restos de bancales, bodegas y, en especial, el contraste entre lo que estaba sumergido y los viñedos que están en floración.

La vegetación recupera terreno. Arbustos de todo tipo empiezan a surgir de nuevo en las empinadas laderas. Los vecinos y visitantes se sorprenden en determinados puntos donde se aprecian lo que podrían ser antiguas vides. Como sucedió en el Sil, cuando se vació el embalse, al pasar unas semanas comenzó a salir vegetación.
     
 

El antiguo Castro Candaz sale a la luz. Los vestigios de civilizaciones que precedieron a los ribereños actuales vieron de nuevo la luz, como es el caso de Castro Candaz. Por ello, expertos en arqueología y estudiosos ya realizaron visitas al entorno en vista de que raras veces en la historia baja tanto el caudal como para ver las ruinas completas.

Restos del pueblo de Porto. Uno de los lugares donde mejor se ven los restos de antiguas construcciones es en la zona de Porto, en O Saviñao. En ese lugar aún se pueden observar algunas edificaciones.

 

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