Ella

Cuando yo nací, Ella estaba ahí. No me refiero a mi madre, no, aunque por supuesto también estaba. En este caso, me refiero a Mi Muralla, o más bien, la Muralla de Lugo, de mi ciudad.

Mamá me decía que era muy importante porque no había otra como ella en todo el mundo, pero, para mí, era otro edificio más de mi entorno. Cruzaba sus puertas para entrar y para salir, iba a pasear con mis padres, pero nada más.

A medida que me hice mayor, fui comprendiendo que no era como los demás, que había algo especial en Ella, no sé, veía sus piedras y eran distintas a las de los demás edificios, veía su forma y su longitud y eran totalmente diferentes.

Un día me dijo mamá que medía 2,263 metros y probé un paseo completo a su alrededor. ¡Qué cansada, Dios mío! Cuando llegué al cole, mis profes me explicaron cuándo se había hecho y que fueran los romanos. “¡Increíble!”, pensé yo, “y aún no se ha caído”.

Poco a poco, supe y aprendí más y más cosas sobre Ella, pero todo eso ya está en los libros e internet. Por eso, si tengo que hablar de la Muralla, diría que, para mí, es el monumento donde paseo con mi madre, donde compartimos nuestros momentos de ocio, es el lazo de unión para nosotras dos, pero lo es también para otra mucha gente que pasea y hace deporte, es un gimnasio natural y un punto de encuentro con aire fresco y vistas espectaculares.

Y así, yo, que me voy haciendo cada vez más mayor, me doy cuenta de que Ella es más que el monumento más importante de mi ciudad, es también parte de mi familia, de mi rutina, es parte de mí.

¡Qué razón tenía mamá: sí que es importante mi Muralla!

(Redacción de Aroa Lombardía Freire, de 10 años, ganadora de los XIV Premios Muralla de Lugo)

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