El sueño de 'Sempre en Galiza'

Estatua de Antonio Raimundo Ibáñez, en la fábrica de Sargadelos (Foto: JOSÉ Mª ÁLVEZ)
photo_camera Estatua de Antonio Raimundo Ibáñez, en la fábrica de Sargadelos (Foto: JOSÉ Mª ÁLVEZ)

UN MANTO de silencio cubre el recinto de la fábrica de cerámica de Sargadelos. La soledad acentúa la figura de Antonio Raimundo Ibáñez. La estatua del controvertido marqués escruta un pergamino en blanco, como si quisiera descifrar las líneas imaginarias de un futuro marcado por las turbulencias de la globalización. Su espíritu emprendedor, nacido a la sombra de la cultura del hierro de la comarca Oscos-Eo, trajo a estas tierras de Cervo la primera revolución industrial de Galicia. Este rincón olvidado del norte gallego fue escenario dos siglos después de otro fenómeno similar. La implantación de la fábrica de Alúmina-Aluminio, como el Sargadelos antiguo, situó de nuevo A Mariña en las coordenadas de la modernidad.

Poco antes de la marea blanca del aluminio se produjo un trascendente alumbramiento que desempolvó de la melancolía de la historia los sueños del marqués. Luis Seoane e Isaac Díaz Pardo recuperaron la marca Sargadelos para la producción de cerámica. Al observar la planta circular, de donde salieron las primeras piezas en 1968, resuenan en mi mente las palabras de Andrés Varela, el químico que vio nacer y crecer esta ilusión, en un reciente homenaje que le tributaron en San Cibrao. Al llegar a Cervo, Varela le pidió a Díaz Pardo documentación sobre el proceso tecnológico de la nueva industria. El artista empresario le abordó en la antigua Casa Plácido, donde se hospedaban, con un libro en cuya cubierta se aludía a la tecnología de la producción. «Esta é a liña de traballo», le dijo sin más explicaciones. El continente nada tenía que ver con el contenido. Bajo las improvisadas tapas se encontraba una edición argentina del ‘Sempre en Galiza’ de Castelao.

Sargadelos, como O Castro, aspiraba a ser algo más que una empresa. Era un romántico proyecto para restaurar la memoria de uno de los primeros intentos de industrialización de Galicia. El glorioso pasado resurgió de sus cenizas, de la erudición de unos pocos estudiosos, con una vocación distinta, vinculada a la tradición y a la identidad cultural gallega.

La imitación de loza de Bristol y, más tarde, de las Compañías de Indias, quedó para coleccionistas y anticuarios. La etapa moderna significó un cambio total sobre sus referentes anteriores y en el panorama cerámico español. Rompió el estilo decimonónico en boga para introducir criterios artísticos. Seoane y Díaz Pardo se inspiraron en la filosofía del diseño de la Bauhaus alemana de entreguerras. Comercializaban arte, plasmado en figuras seriadas, pero arte al fin, con unas raíces, significados y formas que le imprimían un valor diferencial. Este espíritu innovador se trasladó a las técnicas. La tampografía, la serigrafía o la calcografía, habituales en la porcelana tradicional, fueron sustituidas por la aerografía, usada hasta entonces con reservas en este ámbito.

Loza. La otra baza estaba servida: la calidad del caolín y los feldespatos de Cervo, Foz y O Valadouro. Atribuyen a un técnico belga la advertencia a Ibáñez sobre la resistencia de la pasta con la que se hacían los moldes de las piezas para su fundición. Así surgió la idea de fabricar loza. En esos tiempos, Baviera descubría el caolín, ese mineral que la Roshental exporta hoy desde Burela y al que Sargadelos le da un valor añadido.

La asociación de la tierra y los recursos humanos -el personal estaba afincado en la zona y se incorporaron muchas mujeres- era un tema recurrente en la presentación de las Experiencias Cerámicas, que reunían a artistas españoles y extranjeros. Sargadelos se proyectaba así como ejemplo de industria racional. Agosto era una fiesta para los jóvenes cervenses. Las despedidas del estío, cada vez más concurridas, le obligaron a Nando Blas a improvisar. Una noche quemó el aguardiente en una amasadora. Vivían y bebían la génesis de la Queimada de Cervo.

Esta pasta porcelánica decorada en azul cobalto, un óxido que aguanta temperaturas de 1.300 grados, se situó entre las cerámicas punteras de España. Su diseño supera a la de Lladró, su directa competidora. La asignatura pendiente es su difusión exterior. Sargadelos tiene la fortaleza de su gran implantación en Galicia, donde vende más del 80% de su producción. Los consumidores foráneos desconocen que su material y expresión artística justifica el precio, aunque muchos la escojan como souvenir. Díaz Pardo fijó su expansión en las franquicias exclusivas, que en algunos puntos de España no alcanzaron el éxito esperado. En los últimos tiempos se ve en El Corte Inglés y el centro de Madrid. El tiempo dirá si resulta rentable.

La vajilla sargadeliana simbolizaba el perfecto regalo de boda. Los cambios en las preferencias y las marcas de grandes superficies, fabricadas en Indonesia y China y con engañosa relación calidad precio, son el gran enemigo. Corren malos tiempos para las fábricas de porcelana. El listado de cierres es largo: Porcelanas de Gijón, Irabia de Navarra, Álvarez de Vigo... La deslocalización es el otro camino. La Mongatina catalana, que llegó a tener 4.000 trabajadores, produce en Turquía.

Sargadelos, acosado por un Ere, lucha por su supervivencia. Su rehabilitado conjunto histórico resucitó gracias a la vitalidad que le insufló la actual factoría. Un paseo por el viejo canal nos recuerda que los ecomuseos solo son un complemento. Ojalá esta sexta etapa, que se inicia tras la paz firmada entre los accionistas mayoritarios -los hermanos Vázquez y los hijos de Díaz Pardo-, estabilice esta industria. La internacionalización del producto es el gran reto. La galería de La Habana constituye un primer paso, con el obstáculo de la cara y complicada logística de transporte a esa isla. Nos trae a la memoria la valorada serie Vistas de Cuba, en la que se usó por primera vez la calcografía en 1847. El viejo Isaac quiso que le enterrasen como vino al mundo, ligero de equipaje, pero dejó en herencia esta expresión coral del ‘Sempre en Galiza’, impulsada por el galleguismo del exilio americano. Es un proyecto que trasciende la estética y se integra en la identidad colectiva. De ahí la esperanza de que, pese a estas horas convulsas, Sargadelos no caiga otra vez en una larga noche de piedra.

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