El San Juan ya no alumbra, El gustoEl éxito que consigue el Surf Camp, del que muchos dudaron, El disgustoLa extraña polémica de los jardines de A Rapadoira

Hubo un tiempo en que llegué a leer con interés qué hacer en la noche de San Juan para garantizarme un año pleno de éxitos. Pero no me puse a las doce de la noche en un cruce de caminos en el que los cuatro llevasen a una iglesia y seguramente por eso con el paso de los años se me fueron torciendo las cosas. Porque he de reconocer que tampoco me lavé el día 24 con agua de pétalos de rosas que quedase fermentando toda la noche anterior. Así luego no te dejan presentar ni un pero en el libro de reclamaciones de la vida.

Lo que sí hice con fruición fue saltar hogueras. Varias las salté las siete veces que mandan los cánones y en alguna de ellas hasta arriesgué un poco, no demasiado para no quemarme el culo. Puede que eso me desanimase, porque no encontré grandes diferencias con respecto a años anteriores.

Lo más divertido de las hogueras, con mucha diferencia, es hacerlas. Lo más hipnótico, verlas consumirse.

Durante mi infancia y adolescencia, supongo que como en todas partes, en Ribadeo había una gran cantidad de hogueras en San Juan. De hecho cualquiera hacía una hoguera. Delante de mi casa había uno de los pocos edificios de pisos que existían por entonces y hasta los vecinos se reunían para asar unas sardinas. De todos modos, lo general era que se organizasen por barrios, calles, o minibarrios si uno era demasiado grande. No recuerdo en qué año, los de la Calle Nueva, lo que hoy viene a ser la travesía, montaron una de tal calibre, con neumáticos incluidos, que fundieron las persianas de un montón de pisos y entonces fue cuando el Concello empezó a poner algún límite.

Yo vivía en una especie de afueras de Ribadeo y apenas había gente para hacerla, pero aún así solía liar a algunos para hacer una que quedaba un poco ridícula tan cerca de la que montaban a 300 metros, cerca del instituto, la gente entre la que estaba mi hoy compañero Santiago Jaureguízar.

Cuando la dejamos de hacer empecé a salir a recorrer las que hacían los demás, y descubrí que también estaba bien. Era difícil imaginar que en el muelle de Ribadeo sobrasen tantas cosas aptas para quemarse, pero así era. Hacían una pira que parecía no tener fin. Luego también se la recortaron.

Con el paso de los años aquello fue disminuyendo y, lo que es peor, derivó a algo tristísimo: el aprovechamiento prosaico al máximo de la tradición. Como está permitido quemar, la gente junta cuatro hierbajos que le sobran, pide permiso en el Ayuntamiento y los quema ese día. Me dijeron que de Ribadeo a Barreiros se contaban este año 74, ninguna de ellas hoguera de San Juan propiamente dicha, todas quemas de rastrojos suplantando una hoguera de verdad.

Qué lástima. En Ribadeo queda una grande, la de Ove, que alterna con la que últimamente montan los chicos del motoclub Alcorte para recaudar fondos. Seguro que hay unas cuantas más, pero esta pérdida tan terrible de la tradición se une a la desaparición de la vida en los barrios en general. Porque la realidad es que, aunque queramos, es verdaderamente complicado encontrar un lugar en el que poder hacer una hoguera con todas las de la ley: o hay unos cables por arriba o los hay por abajo, porque ahora también hay que tener cuidado con esos. Si no, habrá casas cerca o árboles o algo que frena los instintos más primarios de los aficionados a las hogueras, porque la verdad es que es un gustazo quedarse mirando el fuego. Algún antropólogo debería ocuparse de eso alguna vez, aunque puede que lo hayan hecho ya.

Todas aquellas hogueras coincidían con otras muchas actividades, como la existencia de equipos de fútbol en cada barrio, algo que ahora es impensable con tanta escuela de formación. Los chicos duros eran los del muelle y la gente desconfiaba cuando tocaba medirse con ellos. Los de la Plaza eran muy territoriales. En todos ellos tenías que superar una serie de pruebas para pasar a formar parte de un club extraño que nunca estaban ideadas por el más inteligente del grupo.

Yo mismo tengo en lista de espera para la incineración en la noche de San Juan los apuntes de la facultad. Pasaron 20 años y todavía sobreviven. Ahora ya no sé si quiero quemarlos o no.

Me gustaría que el día que les toque darse por vencidos sirvieran para alimentar una sardiñada, pero es que ahora tampoco hay sardinas, y para las que hay sale más a cuenta calentar una olla con agua y cocer unas langostas. Hasta las sardinas nos abandonaron, nadie quiere saber nada de nosotros ni de nuestra forma de vida, algo que no se arregla saltando unas ramas ardiendo.

EL GUSTO. El éxito que consigue el Surf Camp, del que muchos dudaron

EL PRESIDENTE de la Diputación, José Ramón Gómez Besteiro, apostó en su día por impulsar la costa de Lugo y aprovechar su potencial para el surf. Al final resulta que dio en el clavo. El Surf Camp que ayer finalizó en varias playas mariñanas atrae a una gran cantidad de aficionados a este deporte y sirve además como excelente vehículo de fomento del turismo en la comarca de A Mariña. Al principio muchos dudaron de los beneficios de este programa que hoy ya casi nadie pone en entredicho. Lástima que tampoco esto acabe por poder escapar a los vaivenes meteorológicos de la comarca.

EL DISGUSTO. La extraña polémica de los jardines de A Rapadoira

DICE EL presidente del Acia de Foz que la gente no acampa para comer en los Campos Elíseos, así que no ve por qué tienen que comer en los jardines de A Rapadoira. Parece un punto de vista bastante razonable. Coincide en esto con el alcalde, que cortó de raíz las comidas que desde siempre se venían haciendo allí. Seguramente no es el lugar más indicado. Algunos hosteleros opinan lo contrario y están dispuestos a dar guerra. Es una muestra más de lo complicadísimo que es poner de acuerdo a la gente en casi nada. En todo caso, parece claro que este verano volverá a haber polémica por esto.

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