El San Froilán, en su sitio

Unas chicas disfrutan en una atracción. (EP/ J. Vázquez)
photo_camera Unas chicas disfrutan en una atracción. (EP/ J. Vázquez)

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NO SOY VECINA del parque Rosalía de Castro. Mejor dicho, soy solo vecina diurna. Puede que, si en San Froilán tuviera que dormir en una de las casas que rodea el ferial, la línea de esta crónica fuera otra. O puede que no. Porque, aunque no soy precisamente paciente con vecinos ruidosos o ciudadanos que se comportan como si la calle fuera suya, entiendo que cuando vives en comunidad hay que apandar con lo bueno y con lo malo. Como en el matrimonio. Y si en tu barrio hay fiesta, pues toca fiesta, aunque alguna vez no tengas cuerpo para ella. En otro momento serán otros quienes quieran tranquilidad y tú tengas ganas de disfrutar. Porque la vida es eso, una montaña rusa de alegrías y de penas. Si tu casa está en el casco viejo probablemente no podrás tener el garaje al lado, pero vives en un lugar con historia y tienes los vinos a tiro de piedra, por poner un ejemplo. Si tu casa está a las afueras, seguramente vivirás mucho más tranquilo, pero el coche será un apéndice de tu cuerpo. Y si resides en el entorno del Parque, durante nueve días sufrirás ruidos y durante quince, molestias para salir y entrar de tu vivienda. A cambio, estás en el centro de la ciudad, tienes un parque pronto centenario, vistas y un vecindario que no roba los contadores del gas o tiene tomado el garaje. Admito que esto último no es nada políticamente correcto, pero que les pregunten a los vecinos de lo pisos sociales de A Ponte.

Que los vecinos del Parque, los que viven y los que trabajan en su entorno, sufran molestias durante un par de semanas al año no me parece, por tanto, que sea motivo para quitar las fiestas de un emplazamiento que, pese a los condicionantes que tiene, es evidente que funciona. Por mucho que las calles sean estrechas y que para ir y volver de la zona de grandes barracas casi haya que hacer alpinismo. Para que haya fiesta se necesita gente que la haga, y dudo de que un ferial en una ubicación más espaciosa y cómoda, pero menos céntrica, diese el mismo resultado. Porque el San Froilán se nutre de gente de fuera de la ciudad que se desplaza a propósito y a la que seguramente otro emplazamiento le resultaría más práctico, pero también de vecinos de Lugo para los que, si hace buen tiempo, pasear por el ferial es un pasatiempo más. Y mientras pasean, ven un pañuelo o un bolso que les gusta y lo compran, o el nieto convence al abuelo para que le pague una vuelta en los caballitos, o la madre le compra algodón de azúcar al niño. Y grano a grano se hace granero. Sin contar el dinero que va al comercio y a la hostelería, especialmente los días grandes. ¿Que los beneficiados son siempre los mismos? Puede, pero tampoco cuesta lo mismo un bajo comercial en el centro que en Acea de Olga, por poner un ejemplo. ¿Que esos empresarios podrían poner algo más de su parte y devolver a la ciudad aunque fuera solo un pellizquito de lo que reciben? También.

Hay, efectivamente, ciudades donde los recintos festivos están a las afueras, en espacios amplios y donde tienen cabida atracciones que a lo mejor al San Froilán no se instalan por las limitaciones físicas. Pero también hay ciudades donde las fiestas siguen donde siempre, en el centro. Es el caso de A Coruña, Pontevedra, Ourense..., donde no hay grandes protestas vecinales, aunque probablemente porque el control (de horarios, de seguridad...) parece bastante mayor que el que se lleva a cabo -o se llevaba, en algunos casos- en Lugo. Esta semana, una toma eléctrica con los cables al aire y una valla metálica como única separación del lugar por el que a diario pasan cientos de personas no pareció preocupar a nadie. En Pontevedra, contaba un feriante, los controles municipales son mucho más exhaustivos. «En otros lugares no permiten las atracciones así de apiñadas. Aquí arde una y arden todas. Y nos miran absolutamente todo, las estructuras metálicas, la sujección de las figuras, los sistemas de protección eléctrica... Aquí miran que estés en tu parcela y que la atracción esté nivelada y bien calzada, y listo». En descarga del Concello hay que decir que no permite la instalación de ninguna barraca sin una certificación firmada por un ingeniero.

Control era, desde luego, lo que necesitaba el San Froilán y hay que reconocer que solo se consiguió gracias a la demanda contra el Concello -que implícitamente busca el traslado del ferial- que presentó un grupo de vecinos hartos del poblado en el que se había convertido el Parque. Manteros cubriendo cada centímetro de asfalto, las calles convertidas en orinales, las tómbolas y algunas atracciones taladrando los oídos de la gente... Las medidas que impuso el año pasado el juzgado parecían el tiro de gracia del San Froilán, pero andando los días mucha gente reconoció que el ferial era mucho más cómodo con la música y la megafonía más baja y que había orden. Algunos feriantes no piensan lo mismo. Dicen que, sin esos elementos, el ferial se apaga y la gente no gasta, o que directamente no acude. Y que se pensarán mucho volver a pujar por parcela en San Froilán cuando toque. Desde luego, el Concello y el juzgado tienen por delante una difícil decisión sobre el futuro de la fiesta, una decisión en la que se debería medir muy bien lo que se ganaría y lo que se perdería cambiándola de ubicación. Y lo dice alguien que solo pisa el San Froilán por trabajo. Pero que reconoce el valor de la fiesta. Aunque solo sea porque durante unos días cambia el paso a una ciudad muy necesitada de movimiento.

Riesgo Para que haya fiesta se necesita gente que la haga, y dudo de que un ferial a las afueras funcionara igual.

 

 

 

(*)Artículo publicado el domingo 5 de octubre en la edición impresa de El Progreso.


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