El paleta del Congreso

¿Y los agujeros? (Foto: Zipi / EFE)
photo_camera ¿Y los agujeros? (Foto: Zipi / EFE)

AL CONGRESO de los Diputados le acaba de pasar como al zoo de Barcelona cuando murió Copito de Nieve, que perdió todo su interés y buena parte de sus visitantes porque el resto de ejemplares no tenían el carisma del gorila albino, eran especímenes de lo más prosaicos, animalillos sin sustancia de los que se podían ver en cualquier otra jaula. Justo lo mismo que al Congreso, cuyo presidente albino acaba de descubrir esta semana que al paleta que estaba haciendo las reformas se le ha ido la mano con la masa y ha tapado los agujeros que dejaron en el techo las metralletas de Tejero cuando lo del 23-F. Y si le deja un par de días más, hasta le alicata los escaños.

Jesús Posada ni se había fijado, pero lo ha descubierto porque unas goteras descargaron sobre unas señorías y no le quedó más remedio que mirar al techo, avispado que es. Cómo se habrá puesto que ha encargado una investigación en busca del culpable. Quedará en nada, como todas las investigaciones de la casa, otro Elefante Blanco sin nombre, otro Señor X para nuestra breve democracia. Pero no es para menos, porque esos agujeros eran el gran atractivo del Congreso, la huella que todos los visitantes ansiaban ver y fotografiar, un pedacito de la historia escrito sobre escayola. Y ahora solo quedan allí, cuando van, políticos de documental de La 2 y Posada, el diputado albino.

Aquellos agujeros caligrafiados con pólvora al grito de «se sienten, coño» eran la Transición misma, España en su apariencia más pura, la metáfora incuestionable de esta chapuza constante que llamamos Este País. Porque es así como lo hemos construido y como lo seguimos haciendo, de chapuza en chapuza, en un emplasto permanente para irnos apañando.

Qué mejor símbolo que el 23-F, un golpe de Estado que, de chapucero, hubiera dado risa si no hubiera dado tanto miedo: «¿Para qué vas a llamar a un profesional, que te va a cobrar un pastón, si esto te lo arreglo yo con cinta aislante y dos empalmes?», dijo Tejero; se llevó a unos cuantos becarios que tenía a mano y se plantó allí seguro de que a su espalda caminaba el país en bloque, uno, grande y libre. Pero los becarios se le escaparon por las ventanas en cuanto se descuidó y el país no estaba para jaranas, y así le fue. Y así seguimos, clavadito a lo de Madrid 2020.

Nada ha cambiado. Los becarios a los que les prometimos honor y gloria saltan ahora por las ventanas del exilio económico y nuestro techo institucional, político y social revienta sobre nosotros en goteras como cascadas, poniéndonos perdiditos de rabia.

Es ahora cuando nos damos cuenta de que a lo mejor no deberíamos haber contratado a los chapuceros de turno para hacer el trabajo, porque las grietas del entramado que nos resguarda no se arreglan con tres paletadas de masa y una mano de pintura. Eso nos ha valido para ir tirando, porque no había otro remedio, en aquel momento nos pareció una buena idea y nos lo hacían sin factura, pero el apaño ya no aguanta.

Necesitamos una reforma integral y para ya o esto se nos viene abajo. Empezando por la propia Constitución, tal vez la más afinada de nuestras chapuzas, una viga maestra incapaz de soportar ya el peso de nuestra democracia. La mayor parte de su estructura todavía aguanta, pero no sabemos hasta cuándo, así que mejor empezar antes de que ceda del todo.

Y, a la vez, todo lo demás: un modelo territorial que sirva de punto de encuentro, una ley electoral que no penalice al votante, una ley de financiación de partidos que no nos avergüence, un modelo de participación ciudadana que no devenga en partitocracia, un modelo institucional basado en el mérito y no en el origen del esperma, un sistema judicial al servicio de la gente y no del poder...

Y necesitamos, sobre todo, una nueva manera de pensar y de pensarnos, una que nos permita asumir a cada uno nuestra responsabilidad no ya sobre nosotros mismos, sino sobre la conservación de todo lo bueno que hemos sido capaces de construir cuando hemos trabajado juntos, que ha sido mucho y bueno a pesar de que nos lo estén demoliendo unos chafallones aprovechando que estamos pasmados mirando para las goteras.

Más vale que arreglemos esto ya de una vez y entre todos, no vaya a ser que alguien caiga en la tentación de volver a contratar a algún chapucero para reponer los agujeros del techo del Congreso.

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