El país que engrandece lo pequeño

En un país tan pendular y ciclotímico como éste, donde pasamos de creernos lo más mejor del mundo mundial en cuestión de fútbol a convertirnos segundos después en una boñiga de vaca, no es de extrañar que también en la política se vivan situaciones extremas, incluso de forma simultánea: somos capaces de aplicar el rodillo al tiempo que apelamos a la defensa de las minorías, por ejemplo. Y es que ser minoría política en España puede ser o muy fastidiado o todo lo contrario.

Lo del ‘rodillo’ debe de ser una invención de Manuel Fraga, cuando la aplastante mayoría absoluta de Felipe González en 1982 (esos 202 diputados siguen siendo un techo que nadie ha roto) dejó con muy escasa capacidad para influir en las leyes a la entonces AP, que lideraba el hoy fallecido expresidente de la Xunta. Fue por entonces cuando la oposición se inventó la expresión ‘rodillo’ para referirse a la forma en que el PSOE sacaba adelante sus propuestas como quería. Ahora vivimos en otra etapa de rodillo, en este caso a cargo de los descendientes políticos de Fraga y acentuado por el hecho de que, mires donde mires, está gobernando el principal partido conservador de España.

A Adolfo Suárez y a Felipe González. éste ya en sus últimos gobiernos, podrían atribuírsele los primeros contactos con las minorías. Es un clásico: necesitas equis votos para sacar adelante, pongamos por caso, los Presupuestos Generales del Estado (PGE), y negocias con cualquier grupúsculo. Y cito los PGE porque todavía tenemos recientes las concesiones que hacían los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero (2004-2011) para aprobar las cuentas del Estado: ocurría todos los años, más o menos pasado el San Froilán. Quizá alguno recuerde las concesiones que obtenía el BNG a cambio de su apoyo en el Parlamento y que luego los nacionalistas vendían en Galicia como si fueran un gran éxito. Francisco Rodríguez, el histórico ideólogo ‘bloqueiro’, dijo una vez en Lugo de Rodríguez Zapatero que había sido «unha epifanía» para las minorías del país (en este caso, España).

Pero antes que Zapatero estuvo José María Aznar, cuyo primer gobierno (1996-2000) puede impartir un máster de cómo negociar con las minorías. De ese período sale eso de hablar «catalán en la intimidad», resumen de las excelentes relaciones que mantuvo el PP con las minorías vasca y, sobre todo, catalana... sí, la misma que está enfrentada ahora con los gobernantes populares.

Las malas lenguas dicen que ése fue el gobierno ‘bueno’ de Aznar, porque después vino el presuntamente ‘malo’ (2000-2004), donde ya no era necesario el voto de las minorías. Aun así, el triunfador Aznar intentó tener un detalle con sus exsocios en la toma de posesión. Lo mismo hizo en Lugo, por cierto, años después (2007) José López Orozco con el BNG, aunque los nacionalistas de Xosé Anxo Laxe no se fiaban y pasaron.

Es en el ámbito local donde una minoría puede tener más relevancia, llegando a marcar la forma de actuar del gobierno, y más si éste no tiene la mayoría suficiente. Normalmente, el ganador busca un pacto para todo el cuatrienio municipal, pero a veces a la minoría (‘partido bisagra’) lo que le interesa es ir asunto por asunto. La mayor polémica política de los últimos tiempos en Lugo, que acabó en los juzgados, tiene como protagonista a una minoría, el grupo de Udival, que cogobierna O Valadouro previo pacto por escrito y hasta económico con el PSOE. El PP se cuestionó si tal compromiso era ético o legal, y quiere dirimirlo en los juzgados, pese a la primera negativa judicial.

En cambio, el PP ha sido el que ha salvado al PSOE en Lugo cuando la minoría natural con la que se relacionan los socialistas, el BNG, decidió pasar de ir asunto a asunto a embestir contra López Orozco.

El tema del poder de las minorías gana más relieve si se piensa que el año que viene volvemos a tener elecciones municipales. En el mayor municipio de la provincia de Lugo, la capital, al menos tres grupos nuevos están dispuestos a contender ante las urnas: Anova, Veciños por Lugo y el Foro Lugo Independiente. No será, seguramente, el único lugar donde pasaremos de poder elegir entre cuatro o cinco candidaturas a hacerlo entre toda una galaxia de aspirantes a la alcaldía. Y entonces habrá que ver qué cintura tienen los respectivos regidores para bregar con esas minorías... siempre, obviamente, que esos grupos logren representación.

Claro que en cuestión de minorías lo que hay en los municipios lucenses no es un asunto político, sino personal: muchas candidaturas no se montan por diferencias ideológicas con alguien sino por divergencias privadas.

Y en esas elecciones municipales de dentro de once meses seguramente veremos listas de la nueva estrella de la política española, Podemos. El partido de Pablo Iglesias es, precisamente, un buen exponente del oscilante peso de las minorías en la política española. Los datos aseguran que quien ganó las elecciones europeas (esa cita tan atípica) fue el PP, que lo hizo con 4,07 millones de votos, seguido del PSOE, que sumó 3,59 millones. Bueno, pues la sensación general es que el que ganó fue no el tercero más votado, sino el cuarto, que sumó 1,24 millones de votos, o sea, el 16,2 por ciento de los sufragios que cosecharon los dos partidos mayoritarios. Por cada papeleta para Podemos, entraron en las urnas seis para el PP o el PSOE. Y aun así, todo se ha revolucionado en este país.

Esto recuerda a veces a lo que ocurrió cuando José María Ruiz Mateos fue elegido eurodiputado, en las elecciones de 1989, que parecía que la política española entraba en una nueva era. No ocurrió tal cosa. Claro que hay que marcar distancias: realmente, la relevancia de Podemos reside en lo que representa su irrupción: el desapego del ciudadano hacia los políticos de siempre y el éxito de una forma de hacer política o, si se quiere, el éxito de nuevos medios (televisión, redes sociales...) en la configuración de la opinión pública. Es una minoría más, extraparlamentaria (por lo menos dentro del territorio español), pero que refleja un malestar que sí parece mayoritario... o eso es lo que se cree. Es terrible caer en la cuenta de que el desapego hacia la clase política en España lo canalizó el pasado 25 de mayo un partido que nace en la izquierda, mientras que en otras latitudes lo aprovecharon formaciones de ultraderecha, cuando no claramente xenófobas o racistas.

La irrupción de Pablo Iglesias y los suyos invita a pensar que en próximas elecciones se podrían romper los cordones ‘sanitarios’ que algunos gobiernos colocaron para evitar la atomización de los parlamentos. De ahí surgen barreras como ese 5% de votos que tienen que sumar como mínimo los partidos gallegos para poder entrar en O Hórreo, idea de los tiempos de Fraga. Es una clara medida contra las minorías.

Aunque, hablando de minorías y no ganadores, no se puede olvidar que el antepenúltimo cambio de régimen que vivimos en España fue consecuencia de unas elecciones en las que ganaron los que quedaron segundos en votos (los republicanos). Y es que a veces tener menos es mucho.

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