El origen del espasmo

Tres segundos. Foto: AEP
photo_camera Tres segundos. Foto: AEP

DURANTE LOS diez primeros minutos, esto era maravilloso. Ahora es agotador... Me siento ridícula». La frase podría ser de cualquiera de las votantes de Mariano Rajoy, pero ninguna de ellas, que se sepa, ha tenido tanta suerte: es el lamento entrecortado de una británica que tuvo que acudir al servicio de Urgencias de un hospital para que le interrumpiesen el orgasmo de dos horas que amenazaba con reventarla de felicidad. No quiero ofender a nadie, pero recuerdo que la media está entre tres y diez segundos.

A mí con esta noticia me ha pasado un poco como a ella con el orgasmo, que se me ha encasquillado en el cerebro y no hay manera de sacármela de la cabeza, como si mi vida por fin hubiese adquirido sentido y objetivo, un horizonte de orgasmos perpetuos, y ahora creo descubrir indicios en cada sonrisa y metáforas en cada noticia. Eso es lo malo, que a mí siempre se me encasquillan las obsesiones y las metáforas, nunca los orgasmos, hay que joderse.

Lo peor es que la noticia te deja a medias, es una crónica interruptus. Apenas se informa de que se había casado recientemente, parece que con la persona acertada, que la tuvieron que atiborrar de Valium para que regresara a este yermo valle de lágrimas y que la acompañó a Urgencias su marido.

Este último punto lo certifica el vídeo que hay colgado en internet, que suma millones de visitas, y en el que el muy capullo apenas puede aguantar la risa mientras graba a su esposa en la camilla entre espasmos incontrolables. Yo sé que esto no se hace, que no está bien, que es injustificable, pero... Es la condición masculina en toda su simpleza, la esencia de todo lo que hemos conseguido ser después de un par de millones de años de evolución: ¿de qué vale haberle provocado a una mujer un orgasmo de dos horas si luego no se lo puedes contar a los demás? ¿Y quién te va a creer semejante barbaridad si no tienes un vídeo para demostralo?

«¿Y quién te dice que la causa ha sido él?», apunta una amiga con la que comento la noticia. Da lo mismo, ese detalle cuenta de puertas para adentro, cosas de pareja que deben aclarar entre ellos. Pero es irrelevante para lo que de verdad importa a un individuo XY ante tal milagro, para compartir la hazaña con los colegas y los compañeros de trabajo y el conductor del autobús: es mi pareja y esta me la apunto yo. No hay más, es nuestra naturaleza.

Sin embargo, para mí lo más reprochable es que ni en la crónica ni el vídeo este elemento ofrezca una pista sobre métodos y causas, sobre acercamientos o intentos previos, que todo se quede en el efecto y se nos prive de las explicaciones técnicas. Este conocimiento debería forma parte del patrimonio de la humanidad, aunque fuera producto de la mera casualidad, como la penicilina, el microondas o el LSD. Aunque sea a efectos meramente experimentales, por ir probando a ver si vuelve a sonar la flauta.

Otro de los aspectos que me turba de este fabuloso logro es la irreprimible sospecha de que quizás tengan razón los que defienden que el ser humano no esta hecho para la felicidad completa. Que somos unos cenizos, como nos acusa Rajoy.

Siento frustración al comprobar que entre el gozo absoluto y el dolor inaguantable apenas van dos horas, un suspiro entre suspiros de placer. Da vértigo pensar que estamos mejor diseñados para la resistencia al sufrimiento que para la satisfacción descontrolada, que la plenitud desemboca en un chute de Valium.

Pese a todo, debemos negarnos a renunciar al intento. Después de que tantas certezas se nos hayan hecho trizas en unos pocos años, quedan pocas cosas tan serias como un orgasmo. El propio y el ajeno, aunque sea solo por egoísmo, por la satisfacción del desafío conseguido.

Con el país reclamando entre espasmos de hambre una sobredosis mortal de tranquilizantes, entre dolorido y adormilado, un orgasmo, por muy modesto que sea, es casi el único lujo que nos podemos permitir para pasar un ratito. Aunque sea suspirando en bajito, no vaya a ser que a alguien le dé también por cargárnoslos con impuestos.

Mientras seguimos esta apasionante búsqueda, tendré que ir conformándome con mis modestos logros, condenados al anonimato. Al menos, desde ahora podré añadir otro: haber conseguido meter Rajoy y orgasmo en la misma frase, que ya es conformarse con poco.

A mí siempre se me encasquillan las obsesiones y las metáforas

(Publicado en la edición impresa el 11 de maio de 2014)

Comentarios