El órgano, ese gran desconocido

Los órganos son esos grandes olvidados de la historia eclesiástica de Galicia, pero para sacarlos de la postergación un grupo de expertos los está catalogando, entre ellos el impresionante instrumento del monasterio de Samos.

Este aparato es en realidad tres órganos, de los cuales dos de las cajas —parte exterior de madera que cubre y resguarda el instrumento— son barrocas y datan de mediados o de la segunda mitad del siglo XVIII. La tercera caja es de 1965 y fue realizada por encargo del padre abad Mauro del monasterio samonense a Organería Española’, según relata el hermano Emmanuel María, organista de la abadía. El propio instrumento es de nueva creación, también de los años 60, ya que con la desamortización de Mendizábal se perdió todo, explica.

La existencia de dos órganos era normal en siglos pasados en los templos importantes, como en catedrales y monasterios, donde solía haber dos o tres organistas, según comenta Andrés Díaz, uno de los técnicos del proyecto.

 En Galicia existe un total desconocimiento sobre los órganos, incluso no se sabe cuántos existen y muchos de ellos se encuentran en estado de abandono. Por ello, un grupo de investigadores, entre los que se encuentra Díaz, propusieron a la Xunta de Galicia realizar un proyecto para la catalogación de todos los órganos de la comunidad, donde se cree que hay unos ochenta. «Este olvido débese a que no século XX en adiante hai unha pérdida do coñecemento da organería e tamén polo propio declive da música gregoriana, que ahora está renacendo», afirma Díaz.

Los trabajos comenzaron en la diócesis de Lugo, donde estudian instrumentos como el de la abadía de Samos y el del convento de La Merced de Sarria. Este último data de los años 50 del siglo XX.

Las diez personas que componen el equipo de especialistas visitan los instrumentos en grupos, primero es el turno de los restauradores, después de los organeros y por último otro grupo de cuatro especialistas que realizan grabaciones de video, de sonido y fotografías. El trabajo no finaliza aquí, ya que al tratarse de instrumentos históricos los técnicos deben acercarse a los archivos del templo para conocer algo más sobre él y su importancia.

Los especialistas presentarán un informe al propio monasterio y a la Xunta y decidirán en cuáles de ellos es preciso impulsar actuaciones o, de ser necesario, trámites de protección. Otra de las prioridades de la iniciativa es la difusión del órgano a la sociedad y la  conservación de los instrumentos a través de la recuperación de su uso.

Mantenimiento
El instrumento samonense necesita un mantenimiento anual por un organero y uno básico que es realizado por los propios hermanos, como echar aceite a los motores que dan el aire al órgano y una limpieza delicada. Según señala el organista, en la actualidad requiere un mantenimiento fondo, pues los tubos sufrieron daños tras las obras que se llevaron a cabo durante los últimos meses en la fachada del templo. Los que más se han visto perjudicados fueron los de la trompetería, ya que son más sensibles y se desafinan fácilmente.

Los religiosos se muestran encantados con el proyecto de catalogación de los instrumentos, ya que les ayuda a conocer «su estado» y qué reformas necesitarían. funcionamiento. El órgano es un instrumento muy complejo en su funcionamiento, añade el hermano Emmanuel, quien estudió durante dos años «lo básico» para tocar, aunque su intención es continuar formándose. El de Samos cuenta con cuatro teclados en su consola, que también se pueden conectar entre ellos. Además, tiene memoria donde están grabadas
algunas músicas, lo que permite tocar otras piezas «más fuertes».

Los órganos tienen un papel muy importante en el día a día del templo, ya que acompaña tres ceremonias —laudes, vísperas y completas—, que el organista debe preparar durante una hora. Los domingos el trabajo se multiplica porque también hay misa mayor y «lleva más tiempo, una o dos horas prepararlo todo», manifiesta el hermano Emmanuel.

Este instrumento no es un olvidado para los visitantes que lo admiran maravillados ante su belleza. Algunos no resistieron la tentación de tocarlo y ofrecieron a los monjes «conciertos muy buenos », entre ellos Raúl Prieto, concertista internacional de órgano.

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