El nuevo comercio

Espectáculo en las calles de Ribadeo. ANTONIO LÓPEZ
photo_camera Espectáculo en las calles de Ribadeo. ANTONIO LÓPEZ

CUANDO ESCRIBO esto la gente estará alternando los actos preparatorios de los numerosos rituales domésticos que están ceñidos a estas fechas. Son tantos y tan continuos que decidimos adoptar alguno más básicamente de Estados Unidos con la finalidad de que no quede una sola jornada en la que no tengamos que hacer alguna payasada, asar algún pollo, comer cualquier dulce o regalar una tableta a algún pariente lejano que no nos cae bien. Todo sea por los sagrados intereses de los grandes almacenes.

Ahora al parecer estas grandes franquicias se interesan por marcharse de los polígonos industriales a las afueras de las ciudades y quieren mudarse al centro de las ciudades, o pueblos grandes, que es más bien lo que tenemos por aquí.

Tantas vueltas dan las cosas que uno ya no sabe si pensar si esto es bueno o malo. Supongo que bueno para los que les alquilen el bajo. Y malo para los de las tiendas pequeñas a las que se les pongan al lado.

Hace unos años en A Coruña había tantos centros comerciales que costaba imaginarse otra cosa que hacer que no fuese ir a uno de ellos. Parece que ganó el que apostó más fuerte, que fue el de As Termas. Sea de quien sea y fuese como fuese, hicieron un entorno faraónico que transmite a partes iguales sensaciones de soledad y agobio, lo que tiene su mérito. Enhorabuena a los premiados.

Pero por aquí nos movemos a escalas mucho más modestas. La gente tiene un bajo y quiere alquilarlo. Si es a alguien que no te lo va a destrozar, mejor. Y si además es a alguien que encima te va a pagar, miel sobre hojuelas.

Este tipo de competencia comercial en los cascos de las ciudades es el signo de los nuevos tiempos. Cada vez quedan menos tiendas de las de antes. En los periódicos hasta les hacemos reportajes cuando cierran o cumplen cuarenta o cincuenta años porque lo cierto es que desgraciadamente están convirtiéndose en una especie en peligro de extinción.

Sus nuevos rivales son duros de pelar: cadenas más o menos grandes con dependientas gráciles y de sonrisa fácil que llaman a algún teléfono en alguna parte cuando surge un problema.

Mientras tanto, muchos de nuestros comercios tradicionales arrastran problemas que todos identificamos a la perfección y que se les acumulan peligrosamente. Por ejemplo, a ellos las cosas les salen más caras que esas mismas empresas que están a su lado por el comprensible hecho de que compran cantidades más pequeñas de lo que sea. Sus ofertas rara vez se pueden igualar y tienen más problemas para organizar campañas del tipo vale-descuento o regalos de no sé qué.

También hay casos en los que entra la autocrítica, y todavía queda gente que heredó un negocio que acató sin mucho convencimiento, solo con la idea de continuar procurándose un modo de vida con un empleo que tal vez no le guste del todo. Esas cosas las notas cuando vas a comprar.

Conocí una zapatería que consiguió sobrevivir a su dueña, una señora rancia hasta decir basta que te ponía de vuelta y media si se te ocurría entrar a preguntar o marcharte sin comprar porque lo que había no te convencía. No creo que sea un relato muy original, en todas partes se dan casos parecidos y la gente se entretiene preguntándose cómo es posible que ese negocio sobreviva.

Durante años lo hicieron, pero ahora lo tienen complicado. Hay tiendas en las que las cosas cuestan cantidades absurdas y encima te las envuelven para regalo con una palabra amable. Y todavía peor, hay lugares donde hay artículos de todo tipo que llegan nada menos que desde China y sin que nadie se explique cómo, salen tan tirados de precio que cuesta entender que les haya merecido la pena hacer ese viaje y pasar por estaciones intermodales y cosas por el estilo para acabar en una estantería a un euro con veinticinco.

Contra eso es muy difícil competir. Se pueden hacer equilibrismos, pero hasta la reforma laboral parece haber sido pergeñada con la finalidad de potenciar estos establecimientos. Solo así se entienden los nuevos salarios, pensados directamente para meterte en estos locales. No tienes alternativa.

Cada vez parece más claro que vamos hacia esa dualidad: bazares chinos o tiendas delicatessen, sin nada de por medio o muy poco. Es una pena. Siempre da gusto que te saluden por tu nombre al llegar a un sitio sin necesidad de mirarlo en la tarjeta de crédito. Otra de esas cosas que parecen pasar a la historia.

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