El Niño

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EN LA PELÍCULA ‘Encallados’, que lleva todo el verano de gira por Galicia y aún seguirá el mes de septiembre, Zarauza plantea el debate sobre la dificultad de hacer una obra de ficción en torno a algunos de nuestros traumas colectivos.

El tema concreto de ‘Encallados’ es el hundimiento del Prestige y sus consecuencias políticas y sociales, pero acontecimientos como el 11-M, por poner el ejemplo más evidente, no llegaron más que a ruido de fondo en ‘No habrá paz para los malvados’ de Enrique Urbizu.

Daniel Monzón, junto con el propio Urbizu o lo que hizo Sánchez-Cabezudo en ‘Crematorio’ con la novela de Rafael Chirbes, es de los pocos directores españoles con hueco en las multisalas que se atreve a contextualizar su cine de acción -o una especie de noir europeo- en el territorio en el que rueda. Y España es un buen sitio para hablar de narcotráfico, corruptelas y conflictos fronterizos.

‘El Niño’ tiene una cierta vocación pedagógica enlazada con un espíritu setentero del cine de acción. Monzón y su guionista de cabecera Guerricaechevarría superponen los dos planos narrativos, compuestos por policías en un lado -con sus objetivos en lo más alto del narcotráfico- y los gomeros por el otro -simples peones en un negocio que les viene grande-.

‘El Niño’ describe el recorrido de la droga en su paso por el Estrecho, desde Marruecos hasta España, y de cómo se cuela por las rendijas de los grandes cargueros, de contenedores y controles policiales poco efectivos. Su carácter descriptivo, cambiando de punto de vista y alternando las dos caras del negocio, es el mayor atractivo de una película que traza líneas discursivas con la segunda temporada de ‘The wire’.

Los dos protagonistas de la historia -El Niño (el debutante Jesús Castro) y el policía (Luis Tosar)- encajan en la descripción que hizo David Simon para sus personajes de la serie de televisión: «Están marcados por el destino y se enfrentan a un juego previamente amañado y a su radical condición de mortales».

Y en ese juego parece que vuelve a ganar la rectitud moral del policía, enfrentado a los grandes poderes del narcotráfico y a los palos en las ruedas del sistema que protege. Pero el plano final ni siquiera le concede una victoria mínima sino, como manda el código del cine negro, la más cruel de las derrotas.

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