El mensajero

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Título original: Snitch. Director: Ric Roman Waugh. Reparto: Dwayne ‘The Rock’ Johnson, Jon Bernthal, Susan Sarandon. Cines: As Termas (Lugo) y Cinelandia (Ribadeo). Calificación: 1 / 4

NO SÉ lo que va a durar el espectador de cine como normalidad, como hábito de consumo cultural de sentarse en una butaca, que ya parece una rareza y lo más probable es que vaya a acabar como un animal extinto. Cada vez que cierra una sala (en Lugo hace unos meses, en Pontevedra hace unos días, en Santiago esta misma semana...) el muro de Facebook se llena de lamentos y las crónicas periodísticas de reproches. Las lamentaciones no sirven de nada cuando el muerto ya está enterrado, si acaso hablar bien de él y echarlo de menos aunque no se lo merezca. A los entierros no se va a culpar al tabaco, al trabajo o a los vinos de más que se tomó el finado, sino a presentarle los respetos y a pasar lista de las ausencias. Los lucenses vamos de entierros como nadie, y en estos años uno ya despide tanto y tan seguido que abrir el navegador de internet es como empezar El Progreso por la página de las esquelas.

El cine comercial está así de mal. Pueden acusar a las descargas, al Iva, o a que apenas se estrenan títulos que tiren de un espectador metido en casa, inmóvil para no gastar, pero el hecho es que somos más pobres, y entrar en una sala de cine ya no nos da las satisfacciones que compensen el precio de la entrada. El mismísimo Steven Spielberg, padre de todo esto, predice una implosión en la industria si no se atienden a otros espectadores.

En este recuadro deberíamos hablar de ‘El mensajero’, la última película protagonizada por Dwayne Johnson -antes conocido como The Rock-, en la que encarna a un padre coraje musculado que trama un plan para sacar a su hijo de la cárcel por un crimen que no cometió. Ahí donde lo ven, ‘El mensajero’ es una película política, no un ‘blockbuster’ de entretiempo. El director Ric Roman, antiguo especialista de cine, usa los recursos dramáticos de un Ken Loach -por incordiar deliberadamente a la parroquia- para hacer hincapié en la injusticia de una ley antidrogas que premia al delator y castiga por error. Dwayne Johnson, al contrario que en el resto de su filmografía, no reparte ni recibe bofetadas porque estamos ante una película basada en hechos reales. Aquí se llora a la vez que se trama un complejo plan para delatar a todo un cártel mexicano.

Al espectador de cine le dan los golpes como a The Rock en ‘El mensajero’: en el cuerpo de otro, que es la sala. Si el cine de entretenimiento no es capaz de superar unos juegos narrativos del siglo pasado, el potencial espectador lo va a tener claro: la televisión, la novela, el videojuego, el cine ‘low cost’ (del que me declaro militante en su facción más radical) y hasta el relato presentado por Pablito en el concurso del colegio le van a dar esa satisfacción que anda buscando. Por motivos diferentes pero igual de válidos.

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