El mapa de los sonidos de Samos

UN ARCHIVO CON HISTORIA. La abadía de Samos conserva entre sus muros 4.000 obras musicales, de las que la más antigua tiene 900 años. Los monjes no solo estudiaron música, sino que también investigaron sobre canto gregoriano y tuvieron un taller de cantorales.

música gregoriana, ópera y zarzuelas se alternan en el impresionante archivo musical del monasterio de Samos, compuesto por más de 4.000 obras, alguna de hasta nueve siglos de antigüedad. Entre ellas se encuentran libros elaborados en el taller del cenobio o escritos por monjes samonenses, así como alguna obra casi única de la que solo se conoce la existencia de otro ejemplar similar en toda España.

El archivo musical de Samos era un completo desconocido hasta hace solo unos meses, cuando el sarriano Juan Díaz Bernárdez finalizó el inventario de todos los documentos musicales de la abadía. Inició esta labor a finales de 2010 como trabajo de fin de un máster en Música Hispánica que cursó en la Universidad de Valladolid, pero su labor se terminó prolongando dos años. Durante este tiempo elaboró 3.500 fichas, en las que se recogen los datos de unas 4.000 obras, pues en cada ficha se incluye más de una, explica.

El documento más antiguo es un fragmento de un cantoral de entre los siglos XII y XIII. Sin embargo, la mayoría de los fondos proceden de los siglos XIX y XX porque la desamortización de Mendizábal provocó el abandono del cenobio en 1835, con lo que se perdieron muchos documentos. «Se los llevaron a Lugo y la gente de Samos dice que los mayores contaban que entonces iban obras en carros y que los libros iban cayendo», dice.

A la desamortización se sumó el incendio de 1951 que destruyó la abadía y que hizo que alrededor de la mitad de las obras de la biblioteca se perdieran.

La mayoría de los documentos que forman el archivo del monasterio se encontraban en una sala, aunque había otros trabajos en diferentes dependencias. Algunos fueron extraídos de encuadernaciones, dado que cuando los cantorales se quedaban desfasados se utilizaban para forrar otros libros. Incluso uno de los fragmentos que ahora se guarda en el archivo fue encontrado pegado en un fuelle.

No todos los fondos proceden de Samos porque el monasterio contó con filiales, por lo que los monjes podían pasar temporadas en otras abadías y llevar consigo libros.

El cenobio no solo tenía un archivo de música, sino que en el siglo XVII contaba también con un taller de cantorales propio, que suministraba a otras abadías para la liturgia. Por ejemplo, nueve de ellos se conservan hoy en el monasterio de Valvanera de La Rioja y otros en los de San Martín Pinario, Celanova o San Benito de Sevilla.

En los cantorales se recogen los cantos gregorianos propios de las ceremonias religiosas de cada época, como Adviento, Navidad o Semana Santa. En Samos se guardan 17 de estos libros, que son de grandes dimensiones y pesan unos 40 kilos. Eran elaborados con la piel de las vacas procedentes de la ganadería del monasterio.

Otros monjes de la abadía, ya en el siglo XX, escribieron obras de canto gregoriano. Se trataba de «expertos» en este tipo de música que realizaron monografías «muy técnicas». «En Samos no solo había un actividad de cantar y de enseñar, sino también de investigar», explica Díaz Bernárdez. Además, hubo religiosos compositores, entre los que se cuenta el padre Plácido Carreño, quien fue maestro de capilla de la catedral de Oviedo y estuvo en la abadía.

En el archivo se conservan algunas joyas, como una sonata para órgano de José Lidón editada en 1877. Esta es una obra casi única porque hasta ahora solo se conocía la existencia de otro ejemplar en la Biblioteca Nacional de España.

Se guardan también numerosos ceremoniales, en los que se recoge el funcionamiento interno del cenobio, tanto en la liturgia como el trabajo en el monasterio, y en la parte final incluye cantos. El más antiguo es de 1599, que pudo proceder de Lourenzá, pues tiene sello de esta abadía. También hay otros ceremoniales de 1635 y bastantes ejemplares de 1770.

Además, se documentaron misales de diversas épocas y procesionales del siglo XVIII. De estos últimos se conservan varios ejemplares, porque cada monje contaba con uno. Existen sonatas de los compositores Pleyel y Clementi y algunas de ellas son primeras ediciones, matiza el investigador.

En Samos también se puede encontrar una copia de un dueto de San Benito para dos sopranos y órgano de finales del XVIII o principios del XIX, que probablemente fue copiado por una monja. No tiene atribución de autoría, pero se cree que puede ser obra de Antonio da Silva Leite, quien fue maestro de capilla de la catedral de Oporto. El texto está en latín, pero las anotaciones en portugués.

«Es una pieza que se cantaba dentro de los oficios de traslación de San Benito. Es una preciosidad. La parte vocal es muy difícil de cantar. Es música litúrgica de una época muy influenciada por la ópera y teatralizada», cuenta Juan Díaz, quien recalca que entre los siglos XVIII y XIX la música religiosa está muy influenciada por la ópera. Por ello, entre las obras de Samos se encuentran adaptaciones de distintas óperas para órgano para uso religioso, como ‘Tebaldo e Isolina’ de Morlacchi y ‘Bianca e Falliero’ de Rossini. «La ópera causaba furor en aquella época», apunta.

No solo existe música religiosa, sino también profana, pues se guardan óperas y zarzuelas, que probablemente llegaron a Samos de la mano de familiares de los religiosos o a través de donaciones de particulares.

INSTRUMENTOS
El órgano original de la abadía se creó en 1729

El trabajo de documentar el archivo musical se completó con un inventario de instrumentos. Juan Díaz Bernárdez registró los existentes en el cenobio, pero sobre todo aquellos de los que se tiene constancia que pudo haber a lo largo de los 1.500 años de vida monástica de la abadía samonense.

Algunos de los instrumentos eran de la comunidad, mientras que otros fueron donados a lo largo de los siglos. Entre ellos se encuentran armonios, pianos y órganos.

Autoría

El actual órgano de la iglesia es moderno, aunque dos de las cajas son barrocas y datan de 1729 o 1730. El inventario del archivo permitió descubrir a Juan Díaz la autoría de al menos una de estas cajas. Según explica, es obra de Antonio Rodríguez Carbajal.

«Encontré en el archivo de Lugo un poder de unos monjes a otro de León para que firme un contrato con Antonio Rodríguez para hacer un órgano para Samos. No se sabe si hizo solo uno o también construyó el segundo», cuenta.

De este órgano solo se conservan las dos cajas, mientras que la maquinaria y los tubos desaparecieron. La tercera caja del órgano fue encargada en 1965 por el padre abad Mauro a Organería Española y el resto del instrumento también data de los años 60.

 

 
 

 
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El monasterio proyecta editar un trabajo sobre el archivo musical

El inventario permitirá difundir los fondos de la abadía y será accesible a investigadores para facilitar el estudio de la música monástica

Juan Díaz Bernárdez comenzó a documentar los fondos del archivo musical para un trabajo universitario y terminó realizando un inventario de todas las obras de la abadía, que la comunidad benedictina proyecta editar para dar a conocer sus fondos.

El trabajo consta de una introduccion a la historia, una valoración de los fondos y unas 3.500 fichas en las que se incluyen todas las obras. Este inventario se encuentra en soporte informático, lo que facilitará la búsqueda de obras para los investigadores.

El sarriano eligió investigar sobre el archivo por razones de proximidad a su residencia y porque, a pesar de que el monasterio fue estudiado, no existía ningún análisis detallado sobre su música.

Para él fue una sorpresa descubrir el gran volumen de fondos que se conservan aunque, según explica, es normal que en los cenobios abunden más las obras musicales que en las catedrales porque en estas últimas los organistas se llevaban sus trabajos mientras que en las abadías eran elaborados por los monjes que residían en ellas y quedaban en depósito.

También le asombró la falta de fondos más antiguos -lo que se explica por la desamortización y el incendio- y el hallazgo de música profana, la cual «no esperas encontrar en un monasterio».

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