El Francisco Nicolás del balón

el salto a la fama de Francisco Nicolás Gómez-Iglesias, el joven detenido la pasada semana acusado de estafa, suplantación y falsedad en documento público tras presuntamente hacerse pasar por agente del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), coincidió en el tiempo con la irrupción en internet del caso de otro tramposo, el del brasileño Carlos Henrique Raposo, que durante 20 años se hizo pasar por futbolista.

La historia del Carlos Henrique. apodado Kaiser por su parecido físico con Franz Beckenbauer, cuesta creerla, pero aunque fuese mentira, merecería la pena ser contada.

El joven Francisco Nicolás, con su cara de pasar los recreos escapando de las collejas de sus compañeros, utilizó fotos con personajes famosos para inventarse una vida paralela. El Kaiser no. El Kaiser era amigo de los que salían a su lado en las fotos, futbolistas en el Brasil de los años 80, y gracias a eso pudo protagonizar una vida de película.

Carlos Henrique se movía muy mal por el campo con el balón en los pies, pero muy bien por un hábitat que los futbolistas brasileños conocen a la perfección: las discotecas. En ellas entabló amistad con estrellas de primer nivel, como Ricardo Rocha, Edmundo, Renato Gaúcho, Romario, Branco, Bebeto o Mauricio, a los que convencía para que lo incluyeran en sus traspasos.

Así, el Kaiser empezó su carrera en el Botafogo, de donde pasó al Flamengo, dos de los cuatro grandes clubes de Río de Janeiro. Sus estadísticas, brutales: cero minutos jugados. ¿Cómo?, lo explicó en el programa Esporte Espetacular, da Rede Globo. «Hacía algún movimiento raro en el entrenamiento, me tocaba el muslo, y me quedaba 20 días en el departamento médico. En esa época no existía la resonancia magnética. Cuando los días pasaban, tenía un dentista amigo que me daba un certificado de que tenía algún problema. Y así, pasaban los meses».

En otras ocasiones pactaba con un compañero que le hiciera una entrada fuerte en un entrenamiento para marcharse a la enfermería.

Para dar fuerza a su farsa, de vez en cuando aparecía en la prensa un artículo que exaltaba sus cualidades y la mala suerte que tenía con las lesiones. ¿Por qué? Pues porque los periodistas también van por las discotecas.

La farsa se extendió al Puebla mexicano y al El Paso de Estados Unidos, donde mantuvo su extraordinaria estadística de cero minutos jugados.

De vuelta a Brasil, en el Bangú, dejó una anécdota para la historia. Su entrenador, cansado de disculpas, lo puso a calentar para sacarlo en la segunda mitad. Ante la posibilidad de saltar al terreno de juego, se pelea con un aficionado rival en la banda y es expulsado. Al acabar el partido su entrenador se dirige hacia él enfurecido, pero El Kaiser desenfunda primero. Le dice: «Dios me dio un padre y después me lo quitó. Ahora que Dios me ha dado un segundo padre -refiriéndose al técnico- no dejaré que ningún hincha le insulte». Renovado por seis meses más.

Dio el salto a Europa, al Ajaccio francés, donde ya el día de la presentación dio muestras de su picardía. Saltó al campo, abarrotado, y se encontró con varios balones en el césped. Supuso que la gente esperaba una serie de malabarismos, así que antes de hacer el ridículo los cogió uno a uno y los lanzó a la grada mientras se besaba el escudo. La afición enloqueció.

En Francia fue donde más jugó, un ratillo al final de algún partido, como en el Independiente de Avellaneda... eso sí, a los jugadores que lo incluían en sus traspasos nunca les faltó de nada; ni en las discotecas, ni en las concentraciones. Así era este Robin Hood del fútbol. «No me arrepiento de nada. Los clubes han engañado y engañan mucho a los futbolistas. Alguno tenía que vengarse por todos ellos». Ahí queda eso.

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