El factor humano del hospital Xeral

Rocío Blanco, enfermera desde 1974: "Los primeros años de la escuela de Enfermería dormíamos en el hospital"

Rocío Blanco tiene especiales motivos para llamar casa a su lugar de trabajo. Forma parte de la primera promoción de enfermeras formadas en Lugo, cuando la escuela estaba en lo que actualmente es el edificio administrativo del Xeral y las alumnas vivían en el hospital. Literalmente. Muchas de las estudiantes cursaban entonces la carrera internas y, en el primer año lectivo, dormían en la tercera planta del Xeral. «En 1974 sólo estaba ocupada la segunda izquierda con los pacientes de Cirugía. Nosotras dormíamos en la tercera izquierda mientras se hacían las habitaciones en el edificio de la escuela», dice.

Con un hospital en proceso de apertura y un aumento exponencial de personas con cobertura de la Seguridad Social, una vez que el régimen agrario se incorporó al régimen general, se hacía imprescindible contar con más enfermeras. Rocío y sus 24 compañeras se beneficiaron de un curso intensivo, que les permitió acabar la carrera en dos años, y de prácticas diarias al salir de clase. «Trabajabas desde el primer día. Acabamos la carrera un 30 de julio y el 1 de agosto empezamos a trabajar. Sólo nos cambiamos el uniforme», explica.

Echa mano del mismo recurso que el resto de protagonistas del reportaje para definir cómo era entonces el hospital y sus gentes: «Como una familia». No era para menos, los compañeros de trabajo lo eran de vivienda y, en ocasiones, de aula, como profesores. La juventud ayudaba a asumir un ritmo de trabajo trepidante, en unas condiciones que no son las de ahora. Como muestra, un botón que ayuda a imaginarse la cantidad de tareas antes obligatorias y, desde hace tiempo, prescindibles: las jeringuillas no eran desechables. Pese a todo, las ganas podían con el cansancio. ¿Un accidente a media noche? Ahí estaban las aprendices de enfermeras para echar las manos que hicieran falta.

Ahora se encuentra en terreno conocido. Ya ha vivido un traslado y no le resulta ajena esa sensación abrumadora de enfrentarse a un edificio nuevo, a terreno desconocido. «Mirábamos el Xeral y nos parecía impresionante, enorme, el no va más. Pensábamos que nos íbamos a perder», recuerda del traslado desde la Residencia Hermanos Pedrosa al Xeral. Por eso ahora, sabe que esa percepción del Lucus Augusti se agotará con el tiempo. «Es un edificio enorme, de lujo, pero enseguida nos haremos con él. Primero la zona en la que trabajas y luego lo demás», asegura.

Victoriano Rodríguez, ingeniero técnico desde 1972: "Al Xeral se le conocía como sietemesino porque se construyó muy rápido"

Relata todos los cambios que sufrió el hospital lucense a lo largo de su historia y combina en su discurso un conocimiento pormenorizado y no suavizado de todas las deficiencias del Xeral y una visión no exenta de cariño por un centro que conoce bien. Victoriano Rodríguez vio nacer el Xeral oscilando entre la ilusión por el servicio que iba a dar y la preocupación por los fallos que demostró tener desde el principio. «Se le conocía como el sietemesino porque se construyó demasiado rápido como para que se pudiera hacer medianamente bien. En menos de un año estaba en pie», recuerda. La población con cobertura se quintuplicó y era preciso contar cuanto antes con unas instalaciones que le dieran cabida.

El traslado se hizo rápido y fue «muy sencillo por la proximidad y por la escasa complejidad, la tecnología era muy poca, pasamos con la máquina de escribir de un sitio a otro», reconoce. Una pasarela aérea cubierta entre Hermanos Pedrosa y el nuevo edificio permitió llevar con relativa facilidad a los enfermos de uno a otro edificio.

Cuando se empezó a llenar se revelaron los problemas constructivos que se intuían durante las obras. «Recuerdo que durante una de las últimas visitas que realizó la dirección de obra al hospital se le reiteraron una serie de deficiencias que no se habían subsanado. Se veía superado y nos dijo: ‘Por el precio de un 600, ¿qué queréis tener?’», señaló.

Los principales problemas del edificio fueron, desde su puesta en funcionamiento, la climatización y la fontanería. «Parecía una tienda de campaña con agujeros. Por ejemplo, en cada pasillo las primeras habitaciones se calentaban con facilidad y en las últimas había corrientes. Para calentarlas había que achicharrar las primeras», apunta.

Mientras Hermanos Pedrosa estuvo en obras fue preciso unir dos habitaciones de la sexta planta para hacer un paritorio y otras cinco para improvisar una unidad de neonatos. A medida que fueron incorporándose servicios y abriéndose las distintas plantas, resultó patente que las áreas para el personal sanitario eran escasas y se dio lo que Victoriano llama «la caza del espacio». «No había donde informar a los pacientes, ni infraestructuras de apoyo. Las salas de espera junto a los ascensores fueron guillotinadas, las salas de estar de enfermos... cualquier espacio de ocho o diez metros cuadrados fue decomisado», explica.

También se parcheó el propio edificio, especialmente cuando en el 82 entró en marcha el Materno Infantil y se pudo aligerar un poco su carga. De igual forma, la transferencia de las competencias sanitarias a la comunidad gallega, con la adhesión de los centros de Calde y San José, y la posterior adscripción al campus de la escuela de Enfermería ayudaron a disponer de nuevos espacios que aliviaron al constreñido hospital.

Una suerte de delicado equilibrio y «el esfuerzo y aguante de trabajadores, enfermos y acompañantes» ha permitido que el Xeral haya llegado hasta aquí dando un servicio imprescindible. También ayudaron las profundas reformas que se hicieron en los 90 en la UCI o en el área quirúrgica, así como la mejora de las consultas externas, donde «se arrasó con todo», recuerda.

Dice estar «expectante e ilusionado» con el traslado al Hula, que ve como «una recompensa a la paciencia» de los lucenses. La falta de espacio que impidió al Xeral crecer en horizontal y obligó a la constricción durante años acabó siendo una buena baza. Viendo el desarrollo de otros hospitales gallegos, cree que el de Lugo también hubiera sido objeto de nuevos añadidos si hubiera habido espacio para hacerlo y el de San Cibrao no existiría en estos momentos. «Va a ser un hospital de referencia durante años. Es como pasar de una pensión a un hotel de 5 estrellas», dice Victoriano.

Fernando Fernández, celador desde 1972: "Nos conocíamos todos. No sólo los trabajadores, también los enfermos"

Su padre trabajaba en el hospital y, como ocurría a menudo en aquellos años, el empleo prácticamente le buscó a él. Así, siendo un jovenzuelo se vio haciendo de todo en un centro que, en ocasiones, parecía más una casa que un hospital. «Todos nos conocíamos, no sólo los trabajadores, también los enfermos. Alguien entraba preguntando por algún enfermo y cualquiera podía decirle dónde estaba y cómo se encontraba», explica.

Entonces un celador hacía lo mismo que ahora y tareas propias de un hospital en el que había un solo médico de Urgencias las 24 horas. «A veces ayudábamos a revelar las placas. Lo que hiciese falta. En aquel entonces entraban tres mujeres para dar a luz en una noche y era un mal día, hoy vienen 50 y es lo normal», dice. A la única residencia de la provincia, primero, y hospital, después, llegaban personas de todos los puntos. «La verdad es que la mayoría no llegaban a tiempo. Salían de Viveiro para dar a luz y llegaban al hospital con el niño en brazos, con el cordón atado con cualquier cosa», recuerda.

Recuerda el traslado «sencillo y sin complicaciones. ¡Si estábamos al lado!», exclama, al tiempo que hace hincapié en la facilidad de conocer todo lo que se movía en un centro de esas características. «Hoy cada uno sabe quién es quién en su zona de trabajo y poco más», señala. No le acaba de convencer el nuevo hospital, del que conoce su área. «La zona de almacenes es muy oscura, tiene poca luz», dice, al tiempo que se muestra impresionado por la longitud de los pasillos: «Las distancias son verdaderamente inmensas; nos va a venir muy bien para el colesterol», bromea.

Elena Vázquez, cocinera desde 1968: "En el Xeral se pasó de freír chuletas de 5 en 5 a hacerlo de 30 en 30"

Elena empezó a trabajar en la residencia Hermanos Pedros como limpiadora pero, en cuestión de meses, ya se convirtió en pinche de cocina. Vivía interna, que era entonces lo habitual y puede que lo necesario para mantener un horario de trabajo maratoniano, que empezaba a las siete y media y acababa de noche cerrada.

Entonces, al final de cada pasillo había un comedor para enfermos y sólo los más graves comían en la habitación. «Les gustaba ir, hacían el esfuerzo», recuerda. Tres platos en una vajilla de loza -«muy fina, ya la quisiera yo para mi casa», puntualiza- y un vaso de vino en cada comida. Comer sólo con agua, por muy convaleciente que se estuviera, era algo que no se concebía. Elena recuerda cómo, a finales de los setenta, sólo había yogures naturales y eran objeto de un pedido especial a la Farmacia Rueda, el único sitio de Lugo en el que se podían conseguir. «Los primeros yogures de sabores entraron porque había un paciente que los había probado fuera de Lugo, ingresó aquí y no comía otra cosa», dice.

Pese al continuo trasiego de comidas y limpieza, una actividad que se repetía en bucle hasta el único día de la semana que se tenía libre, recuerda con cariño la vida en el hospital, como las «trastadas» que hacían o a «el Rubio, un celador muy bueno que nos dejaba salir a dar una vuelta sin que las monjas lo supieran».

Poco tardó Elena en convertirse en cocinera. Cuando se habla del desarrollo de un hospital, de los cambios imparables que trajo consigo el tiempo, se acaba pensando, con afán reduccionista, en la tecnología médica. Y sin embargo, la cocina es un escenario perfecto para entender hasta qué punto han cambiado las cosas.

Así, el traslado al Xeral supuso un auténtico avance. Llegaron los llamados basculantes y, por ejemplo, «de freír chuletas de cinco en cinco se pasó a poder hacerlo de treinta en treinta», además la comida se empezó a repartir en carros termo. A principios de los 90 se abrió de nuevo una cocina en el Materno y se mantuvieron funcionando las dos de forma paralela hasta que en el 98 se unificaron. Fue entonces cuando se empezó a emplatar y se ampliaron los menús, no sólo a dietas especiales, sino también a la elección de los pacientes.

Ahora se enfrenta a su nuevo lugar de trabajo a la expectativa. La cocina del Lucus Augusti parece sacada del futuro hasta el punto que uno se imagina a la gente preparando pastillas más que tortillas. De línea fría, cambiará radicalmente la forma de trabajar del personal. Elena está ansiosa de que llegue el momento de saber cómo funciona todo.

José Guerrero, médico internista desde 1973: "Íbamos de noche al hospital con una linterna a ver cómo iban las obras"

Un año antes de que el Xeral abriera sus puertas, un joven José Guerrero se convirtió en uno de los tres médicos de Hermanos Pedrosa. Parte de su vida de esa época transcurrió en el hospital porque tres facultativos implica que, cada tres días, le caía sí o sí una guardia de 24 horas. Una residencia para uno solo, todas las urgencias para atender, todas las intervenciones, hasta revelar placas.

Dice que tal grado de dedicación se llevaba bien por la combinación de juventud y ganas de aprender. Para redondear el sueldo hacían cirugía menor. «La primera vez fue coser el tendón de un dedo de un hombre que se lo había roto. Le dijimos que volviera pasada una semana a revisión y nos pasamos la semana angustiados por si no podía mover el dedo», recuerda.

Pero lo movió y el trabajo siguió mientras veían cómo el Xeral iba tomando forma. «Mel [actualmente el jefe de servicio de Oncología] y yo íbamos de noche con la linterna a ver cómo avanzaban las obras», cuenta. Tras la apertura de San José y Hermanos Pedrosa en los 60, la puesta en marcha del Xeral en el 74 fue, a su juicio, el segundo gran hito de la sanidad lucense, seguido en 1975 de la jerarquización de servicios.

Medicina Interna, Cirugía, Ginecología, Otorrinolaringología, Traumatología, Anatomía Patológica, Radiología de forma permanente (antes venía un especialista expresamente a hacer radiografías) y UCI echaron a andar y el Xeral empezó a funcionar verdaderamente como lo que ahora entendemos por ese nombre.

La tecnología también contribuyó a cambiar de forma radical el diagnóstico, desde el ecógrafo hasta el TAC o la resonancia, todo facilitó y mejoró la capacidad asistencial de un centro que se hizo para asumir un crecimiento ingente del número de personas a atender. Si bien reconoce sus mil peros -«no tenemos sitio, yo soy un privilegiado porque tengo un despachito, pero mis compañeros tienen que dar una mala noticia a una familia, por ejemplo, y deben hacerlo detrás de los ascensores»- es también benevolente. «Ha dado un gran servicio, está viejo y cansado y se merece la jubilación pero ha permitido ofrecer asistencia sanitaria durante muchos años», explica.

Insiste también en que el Lucus Augusti implica un nuevo continente, pero el material humano, el contenido, será el mismo. «Esperamos que se desarrollen nuevos servicios», dice, al tiempo que se muestra convencido de que el centro facilitará mejorar el tratamiento que recibe el paciente. Como ejemplo, el hecho de que «el 42% de las habitaciones serán individuales».

Para el Xeral desea una nueva utilidad. «No quisiera que lo tiraran. Debería aprovecharse para hacer un centro de día, instalaciones culturales o una residencia de la tercera edad», apunta, al tiempo que reconoce que lo echará de menos. «Está viejo pero se le tiene cariño»,

Comentarios