El cántaro al Miño

La pasarela valer, vale. (Foto: Sebas Senande)
photo_camera La pasarela valer, vale. (Foto: Sebas Senande)

A PONTE ESTÁ a punto de arder en llamas y disturbios, como si fuera un suburbio de inmigrantes argelinos del extrarradio de París. El mejor día de estos nos vamos a sorprender con un vídeo en el que un par de vecinos del barrio, con sendas fouces ensangrentadas y un cadáver a sus pies, explican a la cámara por qué le han rebanado el cuello al obrero que estaba poniendo el adoquín del puente romano: «El Concello nos está matando, y vamos a iniciar la guerra hoy y aquí».

Y es que, se esté de acuerdo o no con la intención del Concello de peatonalizar totalmente el puente -que lo estoy- o con la propuesta recién parida de limpiar de coches aparcados la Rúa Fermín Rivera -que a lo mejor también-, hay que reconocer que no se pueden haber hecho peor las cosas. Parece una estrategia pensada por y para cabrear a los vecinos. Y claro, tanto va el cántaro al Miño, que al final a alguno le van a correr a cantarazos.

Es difícil encontrar una ciudad de este tamaño tan refractaria a poner límites para el uso de vehículo propio. Las peatonalizaciones primero del centro histórico, luego del tramo de la Ronda y ahora de la calle Quiroga Ballesteros o del propio puente son extraordinariamente traumáticas y siempre cuestionadas con una de las preguntas más marcadamente lucenses: «¿Y dónde dejo el coche?». Porque aquí no vale con acercarte hasta tu destino conduciendo tú mismo; aquí tenemos que aparcar frente a la puerta misma de nuestro destino, y si no, no vamos.

Hay que recordar otra vez que un día encargamos, pagamos y apoyamos de forma entusiasta un plan de movilidad que iba a transformar la ciudad en el paraíso de la habitabilidad, plagado de zonas 10 y plazas llenas de niños jugando al balón y con líneas de autobús para dar y tomar. Luego lo metimos en un cajón y optamos por lo de siempre: la autogestión individual del tráfico en una ciudad sin Policía Local, que mira a los buses públicos como intrusos y que no diferencia una raya amarilla de una de coca.

En estos asuntos, al gobierno de Orozco le sucede lo mismo que Feijóo reprocha al gobierno de Rajoy en su política económica: le falla el relato. Lo del barrio de A Ponte es la prueba más próxima: primero nos lanzamos a restaurar uno de nuestros principales monumentos históricos a salto de mata, prometiendo que iba a seguir abierto al tráfico y reculando después un poquito cada día hasta anunciar que de eso, nada; y, diez largos meses después, nos descolgamos con que además se va a prohibir aparcar en Fermín Rivera, y que los vecinos y los 15.000 usuarios del Club Fluvial bien se apañan con el aparcamiento del recinto ferial y la pasarela.

Y que conste que razones para la propuesta no faltan, pero estas cosas no se hacen así, y menos por parte de un gobierno en quien supuestamente hemos confiado para solucionar problemas y no para crearlos. Todas esas medidas, y las demás que se consideren necesarias, se piensan antes, se incluyen dentro de un plan integral que pueda ser debatido y mejorado con tiempo suficiente y sin traumas y cuando se toma la decisión final, sea la que sea, todo el mundo sabe a qué atenerse. No sé, algo que no parezca una sucesión de ocurrencias salidas de una larga tarde de vinos.

En lugar de eso, el Concello lleva diez meses tocándoles las narices a propios y extraños. Mucho me temo que la cosa tiene pinta de concluir en conflicto social y en cabreo generalizado. La polémica puede conseguir que ni siquiera la mejor solución de las posibles deje ahora contento a nadie.

Yo no tengo ni idea de cuál puede ser esa solución. Pero sí que alcanzo a defender que cuando se van a poner en marcha planes que afectan a uno de los barrios con más solera de la ciudad y a un club social que moviliza a miles de personas más que votantes tienen algunos de los partidos políticos lucenses, lo mínimo es tener un poco de respeto por los contribuyentes, plantear algo con sentidiño y sentarse a negociar cuanto sea preciso. Supongo que no ha sido posible porque nuestro gobierno local tiene ahora cosas más importantes en las que pensar que los ciudadanos.

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