El trato de las granjas mejoró radicalmente en dos décadas

El bienestar animal gana terreno y arrastra cambios sociales de calado

El endurecimiento de las penas por maltrato convive con prácticas arraigadas que con las nuevas leyes pueden ser delito ► Aumenta la sensibilización social en general y también los grupos partidarios de erradicar cualquier explotación ► Aunque la normativa ha mejorado el bienestar, aún se permite el sacrificio sin aturdimiento
Max
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Hace un par de años, una mujer sarriana fue acusada de un delito de maltrato animal después de que se le atribuyera haber tirado al río una camada de doce cachorros. El caso, aún sin sentenciar, tuvo mucho eco porque fue una de las primeras personas en Galicia en enfrentarse a una pena de cárcel por esa práctica, como consecuencia de la reforma del Código Penal que se había aprobado pocos meses antes. El endurecimiento de las sanciones para castigar el maltrato animal está siendo una constante en Europa desde que el Tratado de Lisboa, en vigor desde 2009, exhortase en su artículo 13 a los países miembros a tener "plenamente en cuenta las exigencias en materia de bienestar de los animales como seres sensibles".

Esa consideración de seres sensibles marca una diferencia crucial que también tiene su reflejo en la sociedad. Mientras para unos es difícil entender que ahogar una camada pueda ser maltrato y constituir un delito, para otros es inconcebible que haya granjas con el fin de alimentar y vestir a los humanos. En medio de estas posturas extremas se da un catálogo variado de sensibilidades, pero parece un hecho indiscutible que crece la concienciación social en este sentido y que, debido a ello, han ido surgiendo cambios de mentalidad y de legislación que, en algunos casos, aún chocan con muchos usos sociales.

El último capítulo en la adaptación normativa gallega es la Ley de Protección e Benestar dos Animais de Compañía, que se acaba de aprobar y que entrará en vigor en enero. Aunque muchas asociaciones de defensa animal la consideran insuficiente, lo cierto es que introduce cambios llamativos, como la prohibición taxativa de tener animales silvestres en los circos. Su preámbulo reconoce que esta revisión viene alentada por la "concienciación, oposición e reacción da cidadanía ante situacións de maltrato, tortura ou trato inaxeitado aos animais", así como por la antigüedad de la norma precedente, de 1993.


El Tratado de Lisboa, en vigor desde 2009, reconoce a los animales como "seres sensibles" y exhorta a velar por su bienestar


Sin embargo, el movimiento animalista, entendido como la defensa de los derechos de los animales, no es un cuerpo único y uniforme. Grosso modo, explica el profesor de Bienestar Animal en la facultad de Veterinaria de Lugo, Ángel Ceular, se puede hablar de varias corrientes: "Utilitaristas, bienestaristas e igualistas", enumera. Mientras los primeros aceptan que los seres humanos puedan servirse de los animales para alimentarse, vestirse o investigar, abogan por garantizar unas condiciones de bienestar durante estos procesos que eviten el sufrimiento. Los igualistas, por la contra, defienden que humanos y animales están al mismo nivel y que no es ético que una especie someta al resto. Es lo que también se denomina antiespecismo, en contraposición del especismo, esto es, la discriminación de un individuo en función de su especie.

Los antiespecistas aspiran a una sociedad vegana en la que no exista ningún tipo de explotación animal. La manera de conseguirlo también entraña variedad de enfoques, mientras unos apoyan el proselitismo por medios pacíficos, algunos grupos o individuos defienden la liberación directa de los animales y promueven ataques y boicots a granjas, centros de investigación o camiones de transporte, entre otras.

En opinión de Ángel Ceular, "los bienestaristas son los que van ayudando a ganar más apoyo para los animales" porque su fin es "ir aplicando legislación en favor del bienestar de lo animales y así se van consiguiendo cosas", indica, mientras que las posturas radicales suelen provocar más rechazo que adhesiones.

El decano de la facultad de Veterinaria del campus lucense. Germán Santamarina, asegura que, especialmente en la última década, se percibe que "el alumno de Veterinaria cada vez es más sensible al bienestar animal y a que el manejo desde la cría hasta el sacrificio se haga de manera respetuosa y selectiva y yo eso lo veo bien", apunta. El límite, opina, es el marco legal y la racionalidad.

Admite que en la última década un par de alumnos quisieron negarse a hacer prácticas en mataderos alegando estar en contra de estos sacrificios y también aparecieron algunas pintadas ofensivas. Sin embargo, señala, fueron un par de casos sin trascendencia. "Quizás habría más que piensan lo mismo, pero la mayoría saben donde están y no lo plantean", indica, explicando que el grado habilita para hacer inspecciones en mataderos y por esa razón deben haber adquirido esas competencias al acabar la carrera. Santamarina señala que tanto la mayor concienciación de los alumnos con el bienestar animal como estos casos puntuales son "un reflejo de la sociedad".

Por su parte, el profesor Carlos Franco, que imparte la materia en la que se encuadran las prácticas en salas de sacrificio, apunta que algunas facultades han comenzado a pedir a sus alumnos que firmen un papel en el que les recuerdan que es obligatorio cursar todas las prácticas del plan de estudios para poder obtener el título. En algunas asignaturas también se les recuerda que no pueden hacer fotos de lugares privados ni publicarlas, dado que alguna vez se utilizaron imágenes de los animales, totalmente descontextualizadas, para lanzarlas en redes sociales.

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