El barón más resistente

LA ACTITUD indómita de Cacharro ante Fraga mostró el carácter omnímodo de su poder, basado en sus dotes de estratega y en el uso clientelar del dinero público en tiempos de abundancia. El expresidente de la Diputación de Lugo tiene el récord de permanencia en una gran institución, pues aguantó 2 años más que Baltar I y 1 más que Vázquez.

Carlos Mella imaginó a Cacharro de secretario general de la ONU allá por 2075 en representación de la República Independente de Galicia Ceibe, presidida a perpetuidad por un eterno Fraga que renunciaría a inaugurar una dinastía como Manolo I para evitar convertirse en una reina madre. Estas fabulaciones son la base de la novelita Luces de Fisterra, una obra que publicó en 1995 el que fuera vicepresidente de la Xunta con Albor, al frente de los restos de la UCD gallega, y que después transitó por Coalición Galega y el PNG hasta llegar al Bloque.

Mella escribió el que es en mi opinión el mejor libro de memorias de la política autonómica, Non somos inocentes, de mucho mayor valor que Luces de Fisterra, que, no obstante, contiene la sugerente hipótesis de política ficción de que la independencia de Galicia sólo puede llegar por su expulsión de España. En el libro la ruptura la impone Madrid cuando se ve obligada a reconocer la secesión de Cataluña y Euskadi y decide atajar de raíz el contagio nacionalista en Galicia, echándola de España.

Ese carácter indomable constituye el mejor indicador del poder omnímodo del que fue el amo y señor de la provincia

En el disparatado relato de Mella la ONU abandona su sede de Nueva York fruto de las presiones de los países árabes. Fraga consigue que se instale en Santiago, con un gallego de secretario general, lo que le da la oportunidad para frenar el brote autonomista surgido en Lugo y para sacar a Cacharro de su feudo. De este modo Mella incide en el elemento más revelador de la figura política del expresidente de la Diputación de Lugo fallecido el domingo, su recurrente insubordinación ante Fraga. Ese carácter indomable constituye el mejor indicador del poder omnímodo del que fue el amo y señor de la provincia, pues no sólo lo controlaba todo en sus tiempos de mayor apogeo, sino que ni el patrón de la derecha gallega, lucense de Vilalba, era capaz de imponerle su voluntad.

“Me ha dicho, a mí, vaite á merda”, confesó Fraga tras una tensa conversación telefónica desde Madrid con Cacharro en los años 80, según relata en sus memorias el entonces secretario general de Alianza Popular, Jorge Vestrynge. El barón lucense aplicó esa misma filosofía en 1985, cuando le dio el cambiazo a la lista electoral pactada con Fraga y entregó otra en el juzgado. Y también cuando en 1989 frustró el deseo del patrón de presentarse al Parlamento por su provincia.

“Persona que en un pueblo o comarca ejerce excesiva influencia en asuntos políticos”. Esta es la definición coloquial de la palabra cacique que ofrece la Real Academia de la Lengua. Se ajusta como un guante a la figura de Cacharro, quien, como Baltar I y como Fraga, aprovechó el gran flujo de fondos europeos para alimentar su maquinaria electoral. Para mí el caciquismo es la administración de la miseria, un bucle que perpetúa el atraso y que se adapta a diversas coyunturas políticas, como confirman el nacional-cacharrismo de Fernando Blanco o el social-cacharrismo de Orozco. Así, no sorprende que la Diputación presidida por el socialista Besteiro homenajee por todo lo alto a Cacharro, aunque sea una hábil jugada para dividir aún más al desunido PP de Lugo.

Es sugerente la comparación de Cacharro con Baltar I, quien duró dos años menos en la Diputación, pero fundó una dinastía

Es sugerente la comparación de Cacharro con Baltar I, quien duró dos años menos en la Diputación, pero fundó una dinastía. Baltar I era simpático y un táctico, que iba de regate en regate. Cacharro era más huraño y un estratega que miraba siempre para la siguiente jugada, lo que le permitió aprovechar las rebeliones del tránsfuga Barreiro Rivas y del propio Baltar I para reforzar su posición.

En el 2000 Cacharro prefirió seguir de senador que mantener el control del partido en Lugo. Se saltó el manual del barón, al ceder el control del territorio. Empezó su ocaso, acentuado por la pérdida de la capital. Pero sus 24 años en el cargo no tienen parangón en una gran institución de la Galicia autonómica. Sólo Vázquez se acercó con sus 23 años en el Ayuntamiento de A Coruña. Fue el Paco del PSOE, como Cacharro fue el Paco del PP y como Francisco Rodríguez es aún el Paco del BNG, tres de las figuras claves en la Galicia de la etapa democrática que llegó tras la muerte de Francisco Franco.

Comentarios