Edificios para poner en un catálogo

BERNARDINO PARDO no tenía "nin idea" de que entraba en un edificio catalogado cuando visitó un piso en Los Octógonos, en la Rúa Doutor Portela, en Lugo. "Eu entrei na casa pola cociña e logo namorei dela polo grande e irregular. Fun percorrendo o piso sorprendéndome do espectacular que era. O salón foi definitivo, porque era grande e toda esa luz entrando nun día de inverno". No dudó en comprar y ahora es uno de los lucenses que vive o utiliza un edificio catalogado.

Este médico no cuestiona lo acertado de su decisión y proclama con satisfacción que sus vecinos comparten su orgullo "porque saben o que vale o edificio e que está catalogado; teñen ese prurito".

Ese sentimiento no lo comparte una señora que vive en el Edificio Fernández, en la Praza Maior de Lugo, desde hace cuatro décadas. Rechaza dar su nombre, advirtiendo de que ella sabe poco de la casa "porque era de la familia de mi marido". Ella se extraña de que tenga una consideración especial "porque fue el primer edificio que rompió la armonía de la plaza, durante la República". De cualquier forma, cree recordar que "hubo reformas y ayudó alguna institución pública, pero no sé cuál fue".

Treinta años lleva José Antonio Varela dando clase en el Instituto Xoán Montes de Lugo, del que es director. Él sabe que está catalogado, pero eso no afecta a su responsabilidad, porque las reformas que quieren realizar las autoridades del centro deben ser comunicadas a la unidad técnica de la Consellería de Educación, que las gestiona. Recuerda que el cambio más importante en el instituto "realizouse para adaptalos ás esixencias da Logse".

De obras sabe Abelardo Vázquez, que pasó tres décadas escuchando el cemento en la presa de O Belesar, desde los años 60 a principios de los noventa. Comenzó reventando montañas para hacer embalses como barrenista y acabó cuidando de que no reventasen una vez construidas trabajando en auscultación. En O Belesar abrieron un hueco de sesenta metros de alto por veinte de ancho, "algo impresionante". El mundo que describe parece más propio de los submundos de Batman que la presa en la que estuvo empleado.

El salto no le dio disgustos, pero sí trabajos. "Mide 130 metros de alto e cada día tiña que andar subindo e baixando 700 banzos, aínda que non o facía dunha tirada", dice. Tras conocerla tan bien, afirma que esta es "unha presa ben digna de admirar pola perfección coa que a fixeron".

Admiración es también lo que despierta en Bernardino Pardo su piso de planta octogonal, "con paredes que rompen a metade de lenzo para darlle a forma", con todo exterior "agás os baños". Reconoce que "Molezún pensaba as cousas, porque no centro puxo unha columna para meter as tuberías e airear os servizos".

Pardo asegura que "vivir nun edificio catalogado ten poucas vantaxes, pero tampouco hai problemas; no caso de obra menor, é como calquera outra casa".

Comentarios