Distinta selectividad

Exámenes de Selectividad, en el Vilar Ponte de Viveiro. A. lópez (aep)
photo_camera Exámenes de Selectividad, en el Vilar Ponte de Viveiro. A. lópez (aep)

Hace ya tanto tiempo que hice la selectividad que el Rey (Juan Carlos) estaba en plena forma y se permitía el lujo de accidentarse en Baqueira-Beret sin tener que pasar luego por quirófano. Fueron unos días estupendos porque a mí siempre me gustó mucho hacer exámenes. Era una situación genial y desafiante. Si sabía lo que me preguntaban, lo vomitaba a toda pastilla con una caligrafía que a veces me trajo algún problema. Si no lo sabía, contaba algo vagamente relacionado que sí me sabía. Y así fui tirando. Ese método particular me hizo desconfiar del nivel intelectual de los profesores. Mi autoconfianza llegó a tal punto que después, en la facultad, me planteé un reto que cumplí y que dice muy poco a su favor. Memorizaba un párrafo de cualquier cosa y lo ponía en el examen me preguntasen lo que me preguntasen. Nadie se extrañó ni me preguntaron nunca nada. Era una situación extraña. Lo hice hasta el final.

Dentro de unos días, un montón de jóvenes como yo entonces volverán a ir a Viveiro para examinarse. Sospecho que se repetirán situaciones parecidas a las que nos pasaron a nosotros. Aquel junio de 1989, una de las mentes más brillantes de mi generación quedó apeada en el camino. Momentos antes de entrar, a la chica le entró un ataque de pánico, comenzó a vomitar y no pudo hacer los exámenes. Acabó estudiando Empresariales, lo cual está muy bien, pero yo le tenía aprecio y esperaba grandes cosas de ella que nunca llegaron. Seguro que estas cosas pasan cada año.

En cierto modo, la Selectividad era también una especie de prueba de madurez. Por lo menos en el caso de los tres que fuimos juntos a Viveiro desde Ribadeo. Era la primera vez que nuestros padres nos dejaban solos en un sitio desconocido con una misión muy clara y que no admitía matiz de ningún tipo: estudiar. Y lo hicimos. Yo dormí cuatro horas en dos noches. Luego repetí ese ratio, pero por motivos muy distintos y más lúdicos.

Eso sí que creo que ya no se da. Cuando ves la trayectoria de los chavales que ahora hacen la Selectividad resulta impresionante y hasta un poco abochornante para nosotros. Al menos hasta ahora, que había dinero de la UE, visitaban con distintos programas, varios países comunitarios, y a veces no tan comunitarios, como Finlandia o Estados Unidos, donde hacen un semestre de un curso o cosas por el estilo. Además sus padres les enviaron a viajar por el mundo. Cuando fui yo no había visto nada más lejano que Madrid, ocasionalmente, y Oviedo o Santiago, de forma más habitual.

En eso nos sacan mucha ventaja: llevan un mundo encima que a nosotros nos costó conseguir, hasta diez años después. Algunos no lo consiguieron nunca.

Al contrario que a muchos otros, a mí me gusta ver a la chavalería. A veces los miro y se detecta inmediatamente la energía sobrante de los 17 años que a nosotros nos falta y que ellos desparraman incluso sentados en un banco.

Por tratar de arrimar el ascua a mi sardina, y volviendo a la Selectividad, lo que no comprendo son las notas que se sacan ahora. Cuando fuimos nosotros no hubo ‘nueves’ ni ‘dieces’. La que más sacó anduvo por el ocho y pico y era un verdadero portento. Desconozco los criterios que se utilizan ahora para calificar, pero me resulta asombroso que casi cada instituto tenga un par de alumnos, generalmente alumnas, que andan cerca del diez. Eso es un golpe bajo. Yo no pude nunca optar a esos registros porque ni tengo capacidad ni la voluntad necesaria para suplir mis carencias con horas de estudio. Pero conmigo había gente extremadamente inteligente que además era aplicada de sobra. No sé si ahora se reparten esas notas con más alegría o es que los que salen estudiosos son auténticas celebridades. Pero algo tuvo que cambiar, porque es imposible que la diferencia se haya disparado hasta este punto.

Si hay algo que no me gusta son los consejos, y menos los que me hacen falta porque desnudan mis limitaciones y defectos, pero aún así, tal y como están las cosas, me atrevo a dar uno a los chicos y chicas que ahora se van a enfrentar a la Selectividad: en cuanto la acabéis, disfrutad del verano todo lo que podáis y como mejor podáis, porque lo que viene después solo es cuesta abajo. Una vez acabas la universidad la cosa se tuerce inexorablemente. Se nos torció a nosotros, así que no te digo nada a los que vienen ahora. Al 80% les va a costar dios y ayuda conseguir un trabajo donde cobren 850 euros, y así se pasarán quién sabe cuánto tiempo. Ése es el futuro: ingenieros cobrando la mitad de los obreros a los que mandan. Y el futuro ya está aquí.

EL GUSTO ♦ Una iniciativa muy valiente, pese a no ser muy popular

EL ALCALDE de Barreiros, Alfonso Fuente, lanzó una nueva normativa municipal para poner orden en sus playas. Puede que no sea muy bien acogida por algunos, pero hay que reconocerle valentía y que no le falta razón. Se multará a aquellas personas que paseen animales por las playas, y también a quienes no obedezcan a los socorristas. Este último punto tiene su intrahistoria en el municipio, porque algún disgusto se llevaron los vigilantes de Barreiros por algún chistoso que no les hizo caso y al que luego tuvieron que ir a rescatar. Así que ya saben: bandera roja es prohibido el baño.

EL DISGUSTO ♦ Una petición que ya es seguro que no se tendrá en cuenta

TRAEMOS AQUÍ al bienintencionado pero poco realista alcalde de Ribadeo, Fernando Suárez, que vuelve a la carga a la hora de reclamar el juzgado de primera instancia de Ribadeo. Es una petición legendaria, secundada por cuantas fuerzas políticas pasaron por el Concello ribadense en distintas etapas. Pero, a qué engañarse, en estos momentos la petición del alcalde a Alfonso Rueda no tiene muchas posibilidades de prosperar. Es más, los mariñanos nos daremos con un canto en los dientes si nos quedamos con los juzgados que tenemos. Virgencita, que me quede como estoy.

Comentarios