Distimia, largo camino a la recuperación

Jorge Begazo LA DEPRESIÓN es un problema sociosanitario muy importante en nuestro país, ya que se acompaña de una elevada morbimortalidad, de hecho es uno de los principales motivos de consulta en medicina general y, por consiguiente, en las consultas de Psiquiatría.

El término depresión puede tener diversos significados: de manera coloquial, empleado cuando equivale a la tristeza, y de manera más técnica, cuando nos referimos a un conjunto de síntomas que se engloban en un síndrome.

Hoy abordaremos una de las tantas caras de este cuadro: la distimia.

En nuestro país se habla de una prevalencia de pacientes con distimia del 2% al 5% y se describe una frecuencia mayor en mujeres frente a los varones, de hasta el doble.

Según la edad de aparición, se distinguen dos subtipos: el de inicio temprano, antes de los 21 años, que es el más frecuente. y el de inicio tardío después de los 21 años.

La etiología del trastorno distímico es compleja y multifactorial y se considera que involucra tanto mecanismos biológicos como psicológicos y sociales, aunque aún no se ha llegado a un consenso o conclusión definitiva al respecto.

El trastorno distímico se caracteriza principalmente por un estado de ánimo crónicamente depresivo cuyo inicio es insidioso y que está presente durante la mayor parte del día, la mayoría de los días, durante al menos 2 años en adultos y 1 año en niños y adolescentes. Presenta además dos o más de los siguientes síntomas: pérdida o aumento de apetito, insomnio o hipersomnia, falta de energía o fatiga, baja autoestima, dificultad para la concentración o para tomar decisiones y sentimientos de desesperanza.

Para el diagnóstico se debe excluir la presencia concomitante de un trastorno depresivo mayor, episodio maníaco, hipomaníaco o mixto, trastorno ciclotímico o por abuso de sustancias, uso de determinados medicamentos, algunas enfermedades médicas como problemas tiroideos o el duelo por la pérdida de un ser querido.

El trastorno puede iniciarse a cualquier edad; cuando se presenta en niños y adolescentes es común que aparezcan otros síntomas como trastornos de conducta, déficit de atención e hiperactividad, micción o defecación involuntaria; sin embargo manifiestan menos alteración del sueño y del apetito, a diferencia de los adultos.

Habitualmente, los pacientes que padecen distimia buscan ayuda o atención médica debido a malestar general o fatiga después de haber sufrido los síntomas largo tiempo, es decir, cuando los síntomas son más evidentes e incluso limitantes. Esto acarrea un mayor sufrimiento a la persona y menores posibilidades de recuperación a corto plazo.

Alrededor del 50 por ciento de los pacientes no serán diagnosticados de distimia y la mayoría, presentarán otros problemas psiquiátricos asociados; es lo que llamamos comorbilidad. Dentro de estos problemas el trastorno depresivo mayor, la ansiedad y el abuso de sustancias son los más comunes.

La comorbilidad de la distimia con otras enfermedades hace más difícil el tratamiento, ya que cada entidad exacerba la gravedad de la otra. Además de los trastornos mentales, se pueden asociar otras condiciones como dolores crónicos, fibromialgia, síndrome de fatiga crónica, síndrome de colon irritable, etc.

Debido a todo esto se considera que en un alto porcentaje de casos no se llega a un diagnóstico adecuado.

En cualquier caso, el saber identificar la sintomatología de la distimia y diferenciarla de otros posibles trastornos resulta fundamental para el diagnóstico y la intervención terapéutica.

La distimia es un cuadro de evolución crónica que tiene el potencial de afectar negativamente diversas áreas de la vida de las personas afectadas y de su entorno. Estos pacientes refieren un importante deterioro en su rendimiento a nivel laboral, en las actividades de ocio, en las relaciones interpersonales y en su salud en general.

Existe una amplia variabilidad en cuanto a la respuesta al tratamiento; pero con una marcada tendencia a las recaídas. Por este motivo, los pacientes con distimia suelen recibir tratamientos más prolongados, e incluso en algún momento hospitalizaciones, en comparación con patologías teóricamente más graves.

En cuanto al tratamiento, recomendamos la combinación de terapia psicofarmacológica centrada en antidepresivos y la psicoterapia, ya que se ha demostrado que esta asociación proporciona un mayor beneficio que cualquiera de ellas por separado. De esta manera conseguimos una mejoría significativa en la calidad de vida y un alivio al sufrimiento de los afectados.

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