Diputación provincial

ES CURIOSO que haya, así debe de ser porque ha trascendido -alguna de las protagonistas y algún dirigente provincial del Partido Popular han dado carta de naturaleza a la pretensión-, aspirantes a presidir la Diputación Provincial. Digo que es llamativo porque se está extendiendo ya el acta de defunción de las provincias, y en consecuencia de las diputaciones provinciales como organización de dichos entes territoriales.

En efecto, cuando se habla de unas administraciones redundantes se alude por muchos a las diputaciones como paradigma de lo que en el panorama institucional se considera innecesario y generadoras de un gasto público injustificado.

Aprovecho para decir, porque he leído que alguien me cita como aspirante a la presidencia del ente provincial, que hubiera sido para mí un gran honor y una satisfacción personal como pocas haber sido presidente de la Diputación de Lugo: la provincia que llevo en mi corazón, como llevo a Monforte; pero no me tienta protagonizar el papel del tonto que, cuando coge un camino y el camino se acaba, él sigue. Y lo hace, claro, porque es tonto que, por ahora, no es mi caso,

No es la primera vez que escribo en defensa de la provincia. Lo he hecho y hoy insisto en ello, porque creo que si bien es un ente local más artificial que el municipio, no obstante, hoy, siglo y medio después de la actual división provincial, está entrañado en la realidad institucional y en el sentido de pertenencia de las personas. Los gallegos lucenses se reclaman tales, sí, pero de la provincia de Lugo, de su ayuntamiento y de su aldea. Será una pena la extinción de la provincia, pero me temo que su porvenir va siendo cada vez más sombrío. Y claro, de lo que no cabe duda es de que si desaparecen las diputaciones, la provincia será una mera grafía en los mapas, y por algún tiempo circunscripción electoral. Y poco más.

Acaso una de las razones, cuántas veces he conversado acerca de ello con muchas personas, ha sido que quienes participan en la política local, los diputados provinciales, entre ellos demasiadas veces acaso por ser alcaldes de sus municipios respectivos, no ven en la Diputación un ente con fines propios, los intereses genuinamente provinciales que a ella se le encomiendan, sino una financiadora de la acción municipal. Así, no existe para muchos ningún objetivo provincial, y en consecuencia se vacía de contenido la acción provincial propiamente dicha. En eso se viene estando desde hace tiempo en muchas provincias. Los diputados provinciales se mueven frecuentemente, con demasía, en el ámbito de lo que es conocido como «¿qué hay de lo mío?» Y como consecuencia se ha ido disolviendo la idea política de provincia.

Sería interesante conocer qué criterio sustentan al respecto quienes se postulan para la presidencia de la corporación provincial.

Mientras tanto, como mero elector que votará en las elecciones municipales en su municipio, Monforte en mi caso, ciertamente, con el mayor respeto y aprecio personal, no necesariamente igual este último, para las dos llamémoslas aspirantes a candidatas conservadoras, creo que ambas se iniciaron en la política municipal. Pero una fue alcaldesa, y el trabajo en una función, si vale mi experiencia personal, tiene poca importancia, por no decir que ninguna. Importan otras cosas siempre ocultas, como verdaderos arcanos que nunca se revelan.

Por cierto, es oportunidad de aclarar, lo hago con toda simpatía y cordialidad, que no es exacta la observación que en varias ocasiones ha hecho en las páginas de este diario Ángel Vaqueiro, de que si bien en la última legislatura en la que fui diputado presenté varios miles de preguntas escritas, eso tenía como causa que las planteaba en relación a cada una de las provincias, y así multiplicaba el número por el de estas. Es cierto que en ocasiones había que hacerlo así, como sucede en cuestiones que están territorializadas y que, por tanto, si lo que se desea es conocer el pormenor concreto, por ejemplo la ejecución de los presupuestos en cada provincia, hay que plantear la cuestión en relación a cada una de ellas, Pero eso, que puede consultarse en la web del Congreso, no significa que tuviera como fin abultar el número de iniciativas. Además, también fui el parlamentario que más ponencias asumió, y no de proyectos menores. En la VIII Legislatura, la última de la que formé parte, fui ponente de la Ley del Estatuto del Empleado Público, o de la que reformó las incompatibilidades, de la denominada ley ómnibus de reforma judicial, entre otras. Y en la V, la primera en la que accedí a la cámara, fui ponente del Código Penal. Cuento esto por matizar la observación antes referida, y también para poner de relieve que el trabajo en la función no es aval al parecer para que se continúe en ella si ese es el deseo del ‘laborioso’, no lo será nunca, digo yo. Lo que importa es el arcano.

Como yo ya puedo expresar mi opinión, creo que Raquel Arias sería una magnífica candidata a la presidencia de la Diputación. Si al final lo es, confío en que reflexione acerca de lo que dejo apuntado. Si es que la corporación provincial debe, en primer lugar, determinar, priorizar y ejecutar en la medida de sus posibilidades los proyectos enderezados a lo que son verdaderos objetivos provinciales. Que existen.

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