A Dios rogando

Apenas faltaban diez días para el inicio de la Semana Santa de 1986. La Cofradía del Desenclavo de Nuestro Señor y de los Mayores Dolores de María Santísima, que ya es dolor, se reunía para asistir a su propia pasión, en forma de disolución. Pero a Ramón Basanta, en aquel entonces un chaval de 23 años, no le dio la gana. Y otra cosa no tendrá, pero cuando se le mete algo entre ceja y ceja... De entrada, aquel Viernes Santo el ya hermano mayor asestó un certero lanzazo al costado de la Semana Santa lucense tal y como se conocía hasta ese momento, al dar entrada a la primera mujer en una cofradía. Y, con ello, se obró el milagro de la resurrección de una fiesta que no ha parado de crecer desde entonces.

Moncho Basanta es desde hace muchos años el presidente de la junta de cofradías y el capirote visible de la Semana Santa en Lugo. «Esta fiesta no empezó  bien en Lugo. Durante muchos años se trataba simplemente de unos señores de unas determinadas familias o profesiones que se vestían una vez al año. Era todo apariencia y eso poco a poco fue acabando con la Semana Santa», recuerda. «Ahora», se enorgullece, «somos mucha gente colaborando y las cofradías no son coto privado de nadie, sino de todos aquellos que tienen devoción. Hay una verdadera fraternidad entre nosotros». No hace falta más que ver el trapicheo de cofrades entre unas procesiones y otras para darse cuenta.

Moncho se emplea con perseverancia en todo lo que hace. No está gordo, sino bien criado, como un cura como Dios manda. Mientras torea un solomillo de buey en el Alberto un par de horas antes de iniciar la vigilia, despliega las dotes de persuasión y simpatía por las que es conocido, como un predicador convincente, de anécdota larga y florida y con un eficaz apoyo gestual. En la redondez del rostro se acomodan unas ojeras marcadas y la boca pequeña pero de labios gruesos, con las paletas y la barbilla de los Basanta. También el afinado sentido del humor, a veces socarrón, es muy de la familia.

Católico activo y con buena formación, incluso en aspectos teológicos, no es sin embargo un meapilas. Con querencia a san Francisco, parece tener las cosas claras, sobre todo aquello en lo que cree: «Tengo un espíritu muy libre, y además disfruto mucho de mi libertad. Soy creyente, pero en mi cabeza no cabe el miedo, el temor, las falsas adulaciones. Creo en aquello de que Dios nos quiere libres antes que salvados. Hay muchos que aplican la teoría de que para salvarte hay que perder tu libertad y quieren decirte por dónde tienes que ir. Mi fe es demasiado importante para mí como para caer en eso».

No estoy muy seguro de si es por fe o por su tendencia a hacer las cosas a su modo, allí donde esté. «No puedo estar por estar en un sitio, me pica todo», reconoce, «y además si tengo una idea soy muy machacón. Me gusta implicarme en lo que hago. A veces me gustaría tener más tiempo libre, aunque cuando lo tengo acabo por liarme en otra cosa».

Ejemplos sobran: formó parte de las primeras listas municipales del Partido Galeguista —«todo empezó de forma casi romántica, con mucho cariño, pero cuando empezó a liarse la cosa con lo de Coalición Galega fue muy decepcionante »—, pero se fue al ver las peleas internas; sin embargo, lleva su galleguismo militante al extremo de que «cuando voy a la compra siempre miro que las conservas sean de Galicia, la leche de Lugo, la patata de Ourense, la ternera gallega... Y si un producto no lo hay en Galicia, que sea español. Y si no, no compro». Otro: amante del baloncesto, se decantó poco a poco por el mundo del arbitraje; como era previsible por su forma de ser, llegó a dirigir el Comité de Árbitros de Lugo y pitó en la primera categoría femenina y en la segunda masculina; tuvo la ocasión de dar el salto a la máxima categoría, pero renunció por no tener que deber favor a nadie.

Una manera de ser que le lleva a defender su profesión, empleado de banca, como «un trabajo basado en la relación de confianza y en la honradez». Tal vez por eso, y a lo mejor porque no le ha quedado otra, ha asumido que es en la zona rural donde mejor puede ejercer, antes en Ferreira do Valadouro, Vilalba y Chantada, y ahora en Castro de Ribeiras de Lea. Un medio en el que los tiempos y las gentes todavía le permiten exhibir una persuasión y una perseverancia propias de quien sabe que es tan necesario dar con el mazo como rogar a Dios.

(En la foto, de Pepe Álvez, Moncho, marcando el paso)

Comentarios