Dimisión de un presidente

EL PRESIDENTE de la República Federal de Alemania es el jefe del Estado, pero no tiene todas las facultades propias de tal magistratura en un régimen parlamentario clásico, baste considerar que carece de la potestad de disolver el Bundestag, el parlamento alemán, por lo que, en definitiva es un cargo representativo más parecido a un rey que a sus colegas de Europa. Eso no significa que no sea la primera autoridad de la nación, formalmente hablando, pero Christian Wulff, que así se llama el personaje ha dimitido después de verse inmerso en la polémica a raíz de unas informaciones publicadas por el semanario Build en las que se le achacaban conductas poco edificantes durante su etapa de ministro presidente del Land de Baja Sajonia.

Una de ellas fue la de disfrutar de unas vacaciones en la exclusiva isla alemana de Sylt sufragadas por su amigo el empresario cinematográfico Groenewold, aunque el acusado aseguraba haber pagado en metálico. Curiosamente con anterioridad el Gobierno que presidía el ya expresidente había concedido a dicho empresario un aval por un millón de euros, aunque hay que decir que el beneficiario nunca hizo uso del mismo.

También se le achaca, ha salido a la luz en estas semanas, haber disfrutado de vacaciones en Italia, España y Estados Unidos invitado por amigos locales, un préstamo privado para la adquisición de su vivienda, cómo no, de otro empresario -hay que tener dinero para darlo en préstamo- y la sospechosa adquisición con ventaja en el precio de varios automóviles. O sea, lo de casi todos los días.

El folletín ha concluido con su dimisión, pocas horas después de que el ministerio público se dirigiera al Bundestag solicitando que se le retirara la inmunidad para poder investigarle.

No es algo inhabitual, pero llama la atención. Y es así porque su predecesor Horst Köhler también dimitió hace dos años con motivo de unas desafortunadas declaraciones al visitar a las tropas alemanas en Afganistán, y porque ninguno de los dos ha concluido su mandato. Wulff llevaba solo dos años en el cargo y su elección fue muy difícil, pues solo se culminó con éxito gracias al empeño de la canciller Merkel, que ahora ha acogido la decisión expresando su «gran respeto y profundo pesar».

Que la inmunidad sea necesaria para impedir que la justicia investigue al primer magistrado de la nación hay que convenir que pone en una difícil situación al afectado. Es verdad que en otros parajes no se obra igual. Chirac no pudo ser investigado sobre la financiación ilegal de su partido, el RPR entonces, por parte del ayuntamiento de París, cuando era alcalde de la capital francesa, pero al dejar de ser presidente de la república ha sido condenado a pena privativa de libertad por su participación en los hechos, que fueron delictivos, según ha declarado la sentencia que le ha condenado, y que no ha recurrido por cierto.

Es inevitable que quien ostenta mucho poder público sea constantemente obsequiado, ha sido así desde siempre y así va a seguir siendo. La cuestión está en cuáles son los límites de lo admisible. Hay que ser realista, la solución norteamericana de limitar por ley la cuantía de los regalos que pueden aceptar los dignatarios a unos escasos dólares, ni es realista, ni creíble, ni eficaz. Casi nadie observa allí con rigor la norma, que acaso solo opera como alerta de lo que no debe ser y para contener en alguna medida los excesos.

«Con la moral corregimos los errores de nuestros instintos», decía Ortega y Gasset, y claro está, solo en la pauta moral compartida, exigida y observada colectivamente está la solución, todo lo demás es hablar por hablar.

Ha hecho bien en dimitir el señor Wulff, acaso ha tardado y hay que lamentar que lo haya hecho cuando la Fiscalía le colocaba en una situación imposible. Aunque sea verdad que si todos somos iguales, unos lo son más que otros, el privilegio exige la ejemplaridad en la conducta, y eso en la conciencia colectiva es una convicción que ningún tiempo hará caducar. Se acepta el privilegio porque las cosas son así, pero quienes se benefician de él tienen que estar a la altura.

En Alemania, aquí y allá.

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