Desmontando a la generación ni-ni

Dos trabajos, los estudios de Maxisterio, ensayos en el grupo de música y danza de Cantigas e Flores, las tareas de formación en materia de socorrismo en Cruz Roja como voluntario... y aún le queda tiempo para echar una mano a su madre y a su tía en los turnos de cuidado de su abuela a la que, a punto de convertirse en centenaria, "no dejamos ni un minuto sola". Álvaro Fernández Fernández, de 22 años, explica cómo organiza, y optimiza, hasta el último minuto de una jornada cualquiera con total naturalidad, restando cualquier atisbo de mérito a lo que para él es el día a día de "un chico normal, eso sí, con muchas inquietudes", como se define. Pero está claro que la filosofía de vida de este joven lucense de 22 años propina todo un mazazo a ese estereotipo que se ha puesto tan de moda y que encasilla a los jóvenes de hoy como la generación ni-ni, los que ni estudian ni trabajan y, además, se asientan con aparente complacencia en esa improductiva inactividad.

Justo en el extremo contrario podría situarse la forma de vida de Álvaro. Su rutina comienza sobre las siete y media de la mañana. Después de hacer algo de deporte, se incorpora a las nueve y media a sus clases de tercero de Maxisterio hasta la una, porque cinco minutos después entra en su primer trabajo del día, como vigilante de patio en un centro escolar. Allí permanece hasta las tres y media, después el tiempo justo para ir a casa a comer —vive con su madre y su abuela— y a las cuatro y media ya está en las instalaciones deportivas, en donde trabaja hasta las nueve y media o diez de la noche como monitor de natación y socorrista. Cuando hay ensayos, se va directo al local de Cantigas e Flores para preparar con sus compañeros las actuaciones del grupo de música y baile en el que él toca la pandereta.

Son las once de la noche y es, al fin, la hora de volver a casa. Y así toda la semana. "El mejor día es el viernes, porque acabo el trabajo a las siete de la tarde y me voy a Cruz Roja a echar una mano", apunta este joven que realiza tareas de voluntariado desde los 16 años y trabaja desde los 18. ¿Y la diversión? "Siempre hay tiempo para disfrutar con la familia y los amigos, sobre todo los fines de semana, yendo al cine o a cenar, y también me encantan las salidas para actuar con Cantigas e Flores", concluye Álvaro, imposible de meter en el saco de una supuesta generación ni-ni. Él, desde luego, no cree que ésta exista como tal.

Una vida cómoda
En esa reflexión coincide al cien por cien Cristina Antelo Villarino, algunos años mayor que Álvaro. Esta estudiante de Maxisterio, que trabaja desde los 17 años, considera que entre los más jovenes, los que aún no llegan a los 20, "puede que sí haya algún caso de ni-ni, porque les ha venido todo hecho, sus padres les ofrecen mucha calidad de vida y no se sienten obligados a buscársela por sí mismos, dan poco valor a todo", piensa.

La historia de Cristina es bien diferente. Comenzó a trabajar antes de la mayoría de edad "haciendo cosas de lo más diverso, porque tenía claro que no iba a estar pidiendo dinero a mis padres". A los 22 años se independizó y a los 24 comenzó los estudios universitarios. Después tuvo que dejar las aulas durante un tiempo "porque no me era posible compatibilizar los estudios con el trabajo" y ahora ha vuelto a retomarlos. Así que por las noches trabaja en hostelería, sale de madrugada, duerme unas horas y a clase por la mañana. Pero asegura que ese ritmo de vida no le pasa factura. "Intento dormir siete y ocho horas, porque las clases comienzan a media mañana, y a trabajar estoy muy acostumbrada, no tengo la sensación de no tener tiempo libre". Tanto es así que parte del que dispone aún se lo dedica al voluntariado, ejerciendo su gran vocación: la docencia. Cristina da clases de español a inmigrantes a través de Cruz Roja, una tarea a la que se incorporó hace unos meses, "aunque si hubiera sabido lo gratificante y enriquecedor que es ya lo hubiera hecho mucho antes", dice.

Totalmente vocacional es también, según él mismo asegura, la dedicación a la política del joven concejal sarriano Manuel López Vázquez. A sus 25 años, lleva ya tres al frente de la concejalía de Infraestructuras e Obras e Servizos Municipais de Alumeado, Matadoiro, Feiras e Mercado, una de las delegaciones con más peso y responsabilidades dentro del actual gobierno local de Sarria.

Pero lejos de absorber toda su energía, Manuel compatibiliza el ejercicio de esta responsabilidad —que "me ocupa las mañanas casi por completo a diario"— con sus estudios de ingeniería, retomados el pasado año después de haber concluido en 2008 Ingeniería Técnica Agrícola. "Por las tardes aprovecho para estudiar, aunque lo de la carrera lo estoy llevando con calma", reconoce, algo justificable teniendo en cuenta que tampoco se hace el remolón para ayudar a sus padres en la explotación de vacuno que poseen.

Para Manuel, nada raro. Asegura que conserva la misma pandilla de siempre, con los que los viernes echa la partida de cartas en su aldea y algunos sábados sale de vinos. "Lo de la generación ni-ni es un estereotipo que se está magnificando. Yo reconozco que no comparto con la gente de mi edad ciertas cosas, sobre todo el gusto por estar parado delante de la tele o de un videojuego, pero por lo demás hago una vida muy similar a la de los otros chicos de mi generación, ¡y no conozco ni un solo caso que ni estudien ni trabajen por falta de ganas! Mi generación no es así ni creo que la gente nos vea así desde fuera", concluye.

Es unos años más joven —tiene 20—, pero coincide plenamente con Manuel. El estudiante de Ingeniería Técnica de Obras Públicas y atleta del club lucense San Fernando Lucus Nicolás Arrojo asegura que "toda la gente de mi entorno está estudiando o trabajando, y si alguno no lo hace es porque en un determinado momento dejó los estudios optando por incorporarse a la vida laboral y les pilló esta coyuntura tan desfavorable y aún no han conseguido trabajo", justifica. Para este joven, la actitud de pasividad que se atribuye a su generación "no es generalizada, puede ser puntual en algunas personas por la educación que les hayan dado. A mí me inculcaron que hay que ser útil y por eso necesito sentirme ocupado. Cuando no tengo nada que hacer no me siento tan bien". Nada extraño teniendo en cuenta que su rutina incluye entrenamientos diarios los siete días de la semana —compite a nivel estatal en la categoría promesa sub 23 de atletismo y ya atesora varios premios en competición gallega—, compaginando esta dedicación al deporte con una media de seis horas diarias de clase, entre la facultad y academias. En su tiempo de ocio hay encuentros con los amigos para salir a tomar algo o jugar a fútbol o a baloncesto, renunciando "sin ningún esfuerzo" casi siempre a las salidas nocturnas porque el domingo por la mañana entrena.

La noche no es tampoco la prioridad de ocio de María Crucio, una estudiante de BAC de 18 años que, aunque reconoce que le gusta salir con sus amigos y aprovecha para hacerlo cuando no está de exámenes, dedica su tiempo a fines más productivos. Quiere estudiar Medicina y está poniendo todo su empeño en obtener una media de notas que la respalden. Los dos últimos cursos ha sido de 9,5. Para ello reconoce que de lunes a viernes no se permite tiempo de ocio. "Por la mañana voy al insituto y las tardes las dedico a preparar las clases del día siguiente y a llevar las materias al día", algo que reconoce que no le supone demasiado esfuerzo. "Aunque no tuviese nada que hacer no me iría a estar toda la tarde por ahí en la calle, no me apetece", apunta. Así que los huecos que quedan libres hacia última hora de la tarde los ocupa acudiendo a la Escuela de Idiomas. Su juventud hace que la gente que la rodea tenga un perfil quizá más cercano al estereotipo ni-ni. Reconoce que "entre los jóvenes de mi edad hay bastante falta de espíritu, pero yo creo que es en gran parte por el desánimo que transmite la situación actual con el problema del paro", estima.

La coyuntura no es precisametne favorable, pero ella tampoco es asequible al desánimo. Iris Rodríguez Afonso terminó hace dos años sus estudios de grado medio de Piano en el conservatorio de Lugo y ahora prepara el acceso al grado superior. Para ello estudia "un mínimo de tres horas diarias", pero además sigue acudiendo al conservatorio a estudiar canto y da clases particulares de música en su casa y en colegios como actividad extraescolar.

Pero su actividad diaria no acaba ahí. Iris forma parte del equipo de voleibol Emevé, con el que entrena varias horas tres días por semana, "y los fines de semana están los partidos". De ese modo, queda poco tiempo para el ocio "pero este es el tipo de vida que me gusta, soy de las que piensa que cuanto menos haces menos quieres hacer. No me permito tener demasido tiempo libre porque se pierde el ritmo", acaba.

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