Deformación televisiva

L A CÁMARA LENTA no existe en el fútbol real. Tampoco la imagen fija. El árbitro solo dispone de una única toma en movimiento para adoptar su decisión. Evidencias como estas se soslayan a menudo frente a un televisor que nos ofrece las jugadas repetidas una y otra vez para una visión frontal, lateral, trasera, cenital, con la acción ralentizada o detenida si es preciso. El espectador es el gran beneficiado de todo este despliegue, pero el enorme caudal de información que recibe sobre lo que sucede en el campo nada tiene que ver con lo que se aprecia en vivo, con lo que puede percibir el colegiado.

Las cadenas de televisión tienen desde hace tiempo la posibilidad de utilizar didácticamente los avances tecnológicos, pero los medios de comunicación han optado en general por la carnaza. Qué pedagógico resultaría, tras mostrar cada lance polémico desde todos los ángulos, emitir muy destacada la única imagen posible para el árbitro desde su posición. Así, si en ocasiones una perspectiva frontal es la única que aclara lo ocurrido, tal vez el colegiado solo haya podido ver la espalda de los futbolistas implicados, e incluso con algún otro obstaculizándolo. Es decir, ha observado una jugada totalmente diferente. Pero resaltar la dificultad de esta actividad no vende, no genera audiencias, no interesa. Eso sí, tanto periodistas como aficionados ejercemos de ventajistas ante cualquier acción dudosa al contemplarla por primera vez. Todos decimos «hay que verla», a la espera de las repeticiones, y luego juzgamos. El árbitro nunca tiene ese privilegio.

INTERPRETACIÓN

El colmo de lo absurdo es seguir cargando contra el juez de la contienda por jugadas en las que, por ejemplo, cinco especialistas imparciales aprecian una cosa y otros cinco justamente la contraria, después de examinarlas minuciosamente en las mejores condiciones. En un reglamento que deja tanto margen a la interpretación -si esto es lo más idóneo o no sería objeto de otro debate-, uno puede ver empujón donde otro solo observa forcejeo, o no ponerse de acuerdo sobre la voluntariedad de una mano. Estos lances en el límite son trampas mortales para el trencilla, puesto que señale lo que señale desatará la ira de los hinchas del equipo que se sienta perjudicado, a pesar de no haber cometido un error.

Las situaciones de fuera de juego también son muy ilustrativas. En numerosas ocasiones, con la imagen detenida, la legalidad o no de la posición del atacante es cuestión de centímetros. Aun así, hablamos de equivocación del juez de línea si no da en el clavo, a pesar de que ha tenido que decidir a velocidad real, con los futbolistas en movimiento. Además, si el pase se produce desde media o larga distancia, está demostrado que el ojo humano es incapaz de captar simultáneamente el momento del lanzamiento y la posición del receptor. Las fracciones de segundo que siempre transcurrirán pueden traducirse en metros en caso de trayectorias divergentes entre defensor y delantero. En definitiva, lo que en televisión puede parecer un fallo clamoroso no lo es sobre el campo, porque esa imagen fija jamás ha estado en la retina del linier.

PROTAGONISMO

El árbitro en España está en el centro del foco desde hace muchas décadas y todo indica que no va a perder ese protagonismo que nos empeñamos en concederle. Y es una lástima, porque además se ha mejorado notablemente en dos de los aspectos que históricamente han sido más criticados, con razón, a quienes desempeñan esta tarea. El primero atañe a la figura del colegiado casero, que prácticamente se ha erradicado de los estadios al menos en las categorías profesionales, de tal modo que incluso el término casi ha desaparecido del lenguaje actual y parece un vestigio del pasado. El segundo se refiere a esas decisiones que a menudo se inclinan del lado del equipo grande en caso de duda. También ahí se ha avanzado con las nuevas generaciones de jueces, quizá más valientes y menos preocupados en general del color de la camiseta a la hora de sancionar. Aunque aún queda mucho camino que recorrer en este sentido, es muy saludable para la competición que al Real Madrid le hayan pitado recientemente cuatro penaltis en contra en dos jornadas consecutivas, o que el Barcelona se quejara de que no le señalaron unas cuantas penas máximas a favor en la Liga que los blancos conquistaron con Mourinho en el banquillo, o que un año antes fuera el técnico portugués quien pusiera el grito en el cielo por acciones similares que, en su opinión, produjeron quebranto a su equipo. Hechos como estos contribuyen además a debilitar el tópico del eterno beneficio al poderoso, ya que de esas resoluciones sacaron provecho equipos modestos como Getafe, Almería, Levante, Espanyol o Deportivo, a pesar de que enfrente tenían a alguno de los dos colosos.

En países como Inglaterra el error del colegiado -alguno del mismo calibre o superior al más inexplicable que podamos ver aquí- se considera un elemento más del juego, equivalente al fallo de un gol cantado por parte de un delantero o al de un portero que propicia un tanto en contra. En España esta interpretación es imposible, porque tenemos una fijación obsesiva con este personaje tan denostado cuyas equivocaciones no son tales, sino decisiones premeditadas para favorecer a un club o perjudicar a otro. De poco sirve que el fútbol a velocidad real y a cámara lenta sean mundos opuestos, que el árbitro no disponga de repeticiones, que se enfrente a fingidores profesionales, a tipos que modifican su carrera para buscar el contacto con el defensa y simular un derribo o que caen desmayados al mínimo roce.

CULPABLE

Al final todo se reduce a una cuestión de voluntad. Quien prefiera buscar un culpable ajeno cuando el partido se le haya torcido a su equipo no tendrá ningún problema en encontrarlo, porque con el ingente número de cámaras e imágenes en cada retransmisión seguro que siempre habrá una acción a la que agarrarse. Y a veces da la impresión de que eso es lo que se persigue desesperadamente, una mínima excusa para descargar la frustración en ese enemigo que sale al campo con un solo objetivo: robarnos.

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