''Cuando los oficiales eran curas no se salvaba ni Cristo''

José Ramón Álvarez, en la Plaza de Campo Castelo de Lugo (Foto: Pepe Álvez)
photo_camera José Ramón Álvarez, en la Plaza de Campo Castelo de Lugo (Foto: Pepe Álvez)

José Ramón Álvarez Díaz nació hace 90 años en A Fonsagrada y se presenta como "excombatiente, por desgracia". Sobrevivió a una guerra de la que habla con tanta rabia como pena. Presenció fusilamientos, se enfrentó a un consejo de guerra y emigró a Buenos Aires huyendo de la "miseria y del horror".

Corría el año 37 cuando José Ramón Álvarez Díaz fue movilizado "por Franco y su pandilla", según sus palabras, para combatir en la Guerra Civil. Pertenecía al Partido Socialista de Navia de Suarna, pero ello no impidió que fuese llamado a sumarse a las filas del bando nacional. En ese momento inició su particular vía crucis, que lo llevó por trincheras de toda España para luchar contra quienes él consideraba "los míos".

José Ramón Álvarez alcanza los 90 años marcado por el horror de una contienda de la que salió ileso físicamente, pero herido en el alma. Emigró a Buenos Aires y regresó a Lugo en 1988. Explica que "los años iban cayendo y, como ahora ya están los míos, quise volver, a ver qué pasa". Sabe que es imposible reparar los daños de la Guerra Civil, pero comparte su experiencia con quien quiera escucharle, "para ayudar, por si puede servir de algo mi información".

Álvarez Díaz vivió sus años de emigración con una espina clavada. Había presenciado el fusilamiento de cuatro hombres en Peña Ubiña (León) y había participado en su enterramiento. Regresó con la esperanza de poder encontrar a sus familias para desvelar la localización de los cuerpos y dar una sepultura digna a los asesinados. Respira aliviado al recordar que cuando regresó "conseguí llegar al lugar, me llevó mi sobrino, y supe que sus familiares ya habían recuperado los cuerpos años atrás".

El fusilamiento de Peña Ubiña no fue el único que presenció el entonces soldado fonsagradino. En 1941, le tocó vivir "un mal recuerdo" en Chozas de Abajo (León). Unos días antes de Nochebuena,  sobre las dos de la mañana, sus superiores lo despertaron para que condujese una camioneta hasta la cárcel de León, donde recogieron a dos presos, Manuel Morales y Manuel Cascallana, quienes no llegaron a ver el amanecer.

José Ramón Álvarez narra con amargura el trayecto hasta Puente Castro y lo que allí sucedió. "En el viaje cantaron la Internacional y pidieron venganza. Al llegar, los bajaron y me ordenaron enfocar los faros de la camioneta hacia el lugar donde iban a ser fusilados". Desde el interior del vehículo presenció el asesinato. "Un franciscano les pasó por la cara un crucifijo, creo que con clavos porque les hizo sangre en los labios. Ellos le lanzaron un puntapié, pero no sé si llegaron a darle. Luego, les dispararon".

La suerte de los prisioneros de guerra dependía en gran parte de quien estuviese al mando de la compañía que los apresase. "Cuando los oficiales eran curas, no se salvaba ni Cristo. Es la peor calaña, excrementos de paloma que ni para estiércol valen", afirma con contundencia.

En el frente
José Ramón Álvarez no disparó en ningún pelotón de fusilamiento, pero sí lo hizo en el frente. Recuerda con detalle su paso por las trincheras, enumera batallas y su mirada se nubla al decir que no alcanza a saber cuántos muertos ha visto en su vida. "No podías parar. El fusilero tiene que defenderse sin tregua para salvar la vida, pero se me agarraba el pecho porque contra quien disparaba era contra los míos", explica.

De los 750 jóvenes movilizados para formar su batallón, el 4º de Zaragoza, sobrevivieron 18. Por esta hazaña recibió tres medallas que ni siquiera conserva. "Tengo fotos, pero cuando me fui para Buenos Aires no las llevé".

Sin embargo, no fue en el campo de batalla donde más sufrió. "Las carnicerías más grandes llegaron después de la Guerra, en los campos de concentración". De estas atrocidades culpa, fundamentalmente, "a los sotanas", de ahí que sólo haya una cosa que deteste más que la guerra: la religión.

Deserción en 1942
La experiencia en la Guerra Civil fue suficiente para que cuando en 1942 fue llamado para ir al frente de Rusia decidiese desertar. Estuvo veinticuatro días desaparecido y finalmente se presentó en el cuartel de Sarria, con la intención de "huir al monte" si su batallón recibía la orden de partir.

"Nada más entrar por la puerta me hicieron consejo de guerra". La suerte estaba echada y José Ramón Álvarez debía responder con su vida por haber llegado tarde. Sin embargo, "un buen amigo del frente" evitó su fusilamiento. Al tramitar su expediente eliminó la primera cifra del número de días que había tardado en presentarse, 24, por lo que consta que sólo se retrasó 4. Gracias a este "error intencionado" puede contar su historia.

Finalmente, no tuvo que viajar a Rusia, pero sí se fue de España, concretamente, a Argentina. "Me marché para huir de la miseria y del horror". Allí conoció a su mujer, natural de Navia de Suarna. Trabajó en una empresa de transportes y, posteriormente, en negocios de hostelería. No tuvo hijos porque "en este mundo se sufre mucho y no quise".

Fue cuatro meses a la escuela y cuando su situación económica se lo permitió se compró una gramática y una aritmética. Sus escasos estudios oficiales no se corresponden con su amplia cultura y su capacidad de análisis. "Aprendí en el correr de la vida", dice con humildad.

Secretos a voces que salvan la vida
José Ramón Álvarez Díaz recuerda que cuando estalló la Guerra Civil él y su padre pertenecían al Partido Socialista de Navia de Suarna. El secretario de la agrupación quemó todos los documentos comprometedores y esta afiliación no tuvo consecuencias para ellos. No obstante, su padre se marchó a Valladolid mientras duró la contienda, "para alejarse de la gente que lo conocía, para que nadie lo denunciase por sus ideas". En esos tiempos aprendió "que no se podía hablar". Recuerda que en A Fonsagrada se cantaba el romance del comandante Moreno. "Todos sabíamos su historia, pero nadie hablaba claro, era muy peligroso". La emigración fue dura, pero le dio un respiro. "En Argentina se podía luchar por los derechos", dice. No regresó a España hasta que se convenció de que la democracia se había estabilizado.

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