Cuando fallan los genes y la educación

La conducta humana parece estar últimamente en entredicho. No es razonable que un ex presidente autonómico se crea impune a casi todo, que una menor golpee hasta la muerte a otra o que la violencia de género siga hinchando cada semana la estadística de la ignominia. ¿Qué nos pasa? ¿Son los genes? ¿La educación? ¿Las costumbres sexistas? ¿O todo a la vez? Obviamente, nada tiene que ver que un responsable público se haya podido aprovechar de su cargo para enriquecerse con una acción violenta y tremendamente salvaje de quien acuchilla sin piedad a su pareja. Por supuesto que no.

Pero convendrán conmigo en que algunas partes del cerebelo deben dejar de funcionar para que un político de acreditada trayectoria y fuste, que incluso llegó a ser ministro, se encuentre en una situación judicial tan delicada y que sólo haya podido eludir por ahora la cárcel merced a la aportación de una suma estratosférica para el común de los mortales. Qué gen primogénito se le ha tenido que torcer al señor Jaume Matas para enfrentarse a una decena de imputaciones que podrían sumar 24 años de privación de libertad.

Este asunto debería ser objeto de profundo análisis, como poco por parte de expertos en genética, biólogos, psicólogos, historiadores y sociólogos. Sabemos que los genes que heredamos de nuestros padres no son la causa directa de nuestras posibles fechorías, porque todos conocemos a miembros de una misma familia con caracteres y personalidades totalmente diferentes.

Así es, pero la evolución genética de ciertos individuos no parece diferir en algunos casos de aquellos comportamientos primitivos de nuestros antepasados, en los que la lucha por la supervivencia diaria justificaba el enfrentamiento. Y lo peor de todo es que hoy en día esas reacciones irracionales y ruines siguen en vigor a la vista de sucesos abyectos, cavernícolas y reprobables desde cualquier punto de vista como son los de violencia de género. Qué parte del cerebro se ofusca en estos casos para que una persona acabe con la vida de quien ha sido o es su pareja. Un sinsentido, se mire por donde se mire. 

La influencia genética está ahí, pero sin duda la educación que recibimos desde que nacemos es la otra cara de la moneda. Nadie en su sano juicio es capaz de cometer semejantes atropellos, por lo que, si cabe, llama más la atención que un señor de refinada educación se piense que es juez y parte y que todo el monte es orégano. Y esto no sólo lo vemos en el turbio negocio balear, sino también en otros feos expedientes de rabiosa actualidad. La educación es, por tanto, el pilar fundamental sobre el que debe asentarse todo el crecimiento del ser humano y, a la vista de determinados hechos, queda mucho por hacer en este terreno.

¿Estamos en la senda correcta? Sinceramente, creo que no, que a los niños y jóvenes les inculcamos valores materiales y de éxito basados en el poder y el dinero fácil. A pocos adolescentes les escuchamos decir que aspiran a ser investigadores o científicos, más bien optan por el fútbol. ¿A cuántos niños de cortad edad vemos jugando, por ejemplo, con muñecas y a cuántas niñas deslizando un camión de juguete por el suelo? ¿Son los genes heredados o la educación recibida la causa de todo ello?

La conducta humana sustentada en acciones tan irracionales como las descritas pierde el calificativo de humana para convertirse en una conducta absolutamente despreciable. Quien impunemente mete la mano en el cajón o quien ultraja a su pareja –y sé que son cuestiones incomparables- tendría que someterse a una exhaustiva investigación genética, pero sobre todo debería revisar qué falló en su educación y cuál quiere legar a sus hijos.

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