Crisis y fe

«Los españoles sufren una crisis psicológica y parecen no tener fe en el futuro», dice el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz. Podría decirse que el problema es algo más que psicológico y que incluso el mal cuenta con base real. Cuando no somos juerguistas, vagos y derrochadores de dineros ajenos, nos transforman en descreídos. De nuestra desesperanza deben de saber mucho por Berlín y Bruselas. A la fe en el futuro le van retirando las bases y el sustento cada día, como sucedió ayer con la Comisión y las condiciones que impone para aminorar ese objetivo de déficit o como pronostica la OCDE para el próximo año, con más paro del que nadie haya imaginado nunca. Desde fuera se acostumbra a decir que España está haciendo bien los deberes para, a continuación, a la hora de interpretar las vísceras del pájaro que se sacrifica, que siempre es ave del sur de Europa, ofrecer los peores pronósticos para España. Así, ni el más optimista y festivo puede imaginar un futuro mejor. ¿Qué fe se puede tener en el futuro si lo que ordenan es bajar salarios y pensiones y subir el Iva? No es que seamos gentes depresivas ni tan festivos y alegres como nos pintan otras veces con el recurso al mayor de los tópicos. Tópicos al fin y al cabo como receta para un problema grave: conducir a un país a la pobreza, desmontar la clase media y negar cualquier esperanza en su tierra a las jóvenes generaciones. No es problema de falta de fe, es la cruda y dura realidad. Es la falta de confianza en los médicos que atienden al enfermo y es la constatación empírica de que la medicina que aplican e imponen desde Bruselas y Berlín debilita más y más. Los pronósticos, que son como partes médicos de la evolución del enfermo, así lo dicen. Y hasta Rajoy recurrió ayer al «crecimiento negativo», que continuará este año, para decir que se retrocede, que se va para atrás. Cuando los políticos pervierten el lenguaje, ya se sabe que está casi todo perdido. Así sucedió con la crisis y Zapatero y acabamos en urgencias en 2010.

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