Corre la banda, Fernando

allá por 1995, Fernando Vázquez se ganó el odio del deportivismo por echarse unas carreras en la banda del estadio de San Lázaro. Era el entrenador del Compostela y celebró los cuatro goles que su equipo le endosó al Superdepor como hacía siempre, con un sprint al borde del terreno de juego. Aquello molestó mucho en A Coruña y de nada sirvió que el técnico de Castrofeito dejase claro que sus celebraciones no llevaban un mensaje cifrado. Le sale de dentro y punto.

Su nombre estuvo de alguna manera vetado para el banquillo de Riazor durante muchos años. Ni cumplir el requisito de pasar antes por el Celta, como Javier Irureta y Miguel Ángel Lotina, le abrió las puertas del estadio herculino. Pero la temporada pasada todo cambió. El Deportivo se tambaleaba por Primera División y Lendoiro se acordó de Fernando Vázquez.

Despertó a un equipo y a una afición aletargada y rozó el milagro. No cumplió el objetivo, pero se ganó el derecho a seguir en A Coruña, donde tenía trabajo por delante. Era el segundo descenso en tres años y la deuda del club ascendía a 157 millones de euros. Hasta última hora no se supo si el Deportivo podía competir en Segunda, así que cuando lo consiguió, cuando el equipo blanquiazul echó a andar, nadie en su sano juicio pudo exigir el regreso a la élite.

Pero Fernando Vázquez lo ha conseguido. Dicen sus detractores que sin brillo, pecando de ‘amarrategui’... puede ser, este Dépor no es el Barça de Guardiola, pero salvo el Éibar, cualquier equipo le cambiaría su sitio. Está en Primera, algo fundamental para su supervivencia, ya que sin los ingresos de la máxima categoría sería casi imposible hacer frente a la deuda.

Salvo algún pequeño reducto, el deportivismo ya ha olvidado lo sucedido en 1995. Y es que ha pasado ya mucho tiempo. Tanto que el pasado sábado, minutos después de conseguir el ascenso, el estadio de Riazor cantó aquello de ‘Corre la banda, Fernando corre la banda’. Y la corrió, vaya que si la corrió... hasta la Primera División.

El salto sin red de Vicente del Bosque

La selección española ya está en América, en la del Norte, en Estados Unidos. Allí disputará un amistoso ante El Salvador antes de viajar a Brasil, donde el día 13 debutará ante Holanda en el Mundial. Y allí están los 23 jugadores que ha elegido Vicente del Bosque, ni uno más, ni uno menos.

Han pasado cuatro años desde aquella noche en Johanesburgo que Iniesta convirtió en inolvidable y muchos de aquellos futbolistas ya ponen el 3 por delante cuando escriben su edad, pero Del Bosque confía en un último servicio a la causa.

El problema que tiene es que su salto es sin red. El listón está puesto en lo más alto. Todo lo que no sea ponerse una segunda estrella en el pecho, o rozarla, será catalogado como fracaso, así que el salmantino ya se puede ir preparando a escuchar que ‘cómo no llevo a fulano o por qué llevó a mengano’. Y hasta parece que hay gente que está deseando que eso suceda, gente que se muere por vivir un Mundial como los de antes.

Tim Duncan quiere irse ya a descansar

Cuando Ray Allen forzó la prórroga en el sexto partido de la final de la NBA con un increíble triple sobre la bocina, de algún modo sentenció la contienda. Los San Antonio Spurs tenían el anillo en su casa, pero habían dejado un hueco en la puerta por el que se colaron los Miami Heat para levantar el título en el séptimo encuentro.

La derrota dolió mucho en los seguidores de los Spurs, porque aquella final parecía la última para un trío histórico, el formado por Tim Duncan, Tony Parker y Manu Ginóbili. Pero no, el equipo texano está de nuevo en la final, y después de ser el mejor equipo de la NBA en la Liga regular. Por ese motivo, San Antonio contará con el factor cancha en la serie.

Los Spurs parten como favoritos ante unos Heat más irregulares que en campañas anteriores por culpa del descenso de influencia en su juego de los secundarios. Miami depende este año mucho más del grado de inspiración de sus figuras, sobre todo de LeBron James.

La fiesta comenzará en la madrugada del jueves al viernes. Duncan persigue un quinto anillo con el que marcharse a las Islas Vírgenes a descansar. Llegó a la NBA en 1997, cuando LeBron tenía ocho años, y desde entonces ha demostrado que es el mejor ala-pívot de la historia. Merecer, se lo merece.

(Publicado en la edición impresa el 3 de junio de 2014)

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